Por qué los gatos siempre caen de pie, según la física

Desafiando las leyes de la física y el sentido común, los gatos nos han fascinado a los humanos desde tiempos inmemoriales. Lo que probablemente no sabías es que a los expertos en física les tomó hasta 1969 explicar un fenómeno que vemos todos los días: que siempre caen de pie.

Desde finales del siglo XIX los físicos estaban maravillados ante un detalle extraño cuando los gatos caen sobre sus pies (y no, no era su gracia o su agilidad). Lo que desconcertaba a los expertos, tal como cuentan en esta nota de Scientific American, data desde unas fotografías del año 1894 en las que los gatos giraban sobre su propio eje mientras caían y luego aterrizaban de pie.

Lo que muestran es una especie de experimento en donde una persona sostiene a un gato con su espalda mirando al piso. Lo suelta. El felino empieza a caer con su espalda todavía apuntando al piso, y luego gira sobre su propio eje.

Esto es inexplicable para la física debido al concepto de conservación del momento angular, según el cual es imposible que un objeto gire repentinamente sin influencia externa. Aunque sabíamos que los gatos caían (casi) siempre de pie, se suponía que obtenían el impulso necesario para este movimiento impulsándose desde la superficie desde la que caían. Sin embargo, las fotografías muestran algo distinto: al principio, el gato cae en línea recta. Luego consigue girar sobre su propio eje. ¿Cómo es posible?

The Picture Art Collection / Alamy Stock Photo

Este fenómeno fue desconcertante para muchas figuras de la ciencia (entre ellas James Clerk Maxwell, conocido por sus trabajos sobre el electromagnetismo, que realizó varios experimentos en los que dejaba caer gatos desde distintas alturas). En 1969 se encontró la falla en las observaciones anteriores: no nos habíamos fijado lo suficiente en el cuerpo del gato.

Lo que los observadores descubrieron fue que la parte superior e inferior del cuerpo del gato giran en direcciones opuestas. Así se preserva la conservación del momento angular. Si el animal gira, como un pimentero, en dos direcciones distintas, el cambio en el momento angular es cero.

Ahora bien, ¿cómo logran realizar este giro y caer sobre sus patas? Por un lado, sus patas superiores se acercan al cuerpo. Por el otro, las traseras se estiran al girar sobre su propio eje, de un modo similar al de los patinadores de hielo cuando hacen piruetas.

El resultado es que la parte superior del cuerpo gira en un gran ángulo, mientras que las patas giran menos en la dirección opuesta. Este movimiento es posible gracias a la gran flexibilidad de su columna vertebral. Una vez que la parte superior del cuerpo está en la posición correcta (es decir, la cabeza alineada verticalmente sobre el suelo), los gatos pueden extender sus patas delanteras, tensar sus patas traseras y realizar el movimiento de pimentero en la dirección opuesta para que sus patas traseras también estén alineadas sobre el suelo.

Uno pensaría que girar sobre tu propio eje no basta si estás cayendo de un 32avo piso. Este es el segundo ítem en el que los gatos desafían las leyes de la física, ya que, cuanto más alto es el suelo desde el que cae un cuerpo, más tiempo es acelerado por la gravedad terrestre (y es de imaginarse que su impacto será más fuerte -y más grave-). Sin embargo, en un estudio del año 1984 titulado Por qué los gatos tienen nueve vidas, el científico Jared M Diamond demostró lo contrario.

De un total de 132 casos de gatos que habían caído desde alturas tan elevadas como el piso 32, el 90% de los gatos sobrevivió (vale aclarar, no se trataba de científicos arrojando gatos, sino de casos reportados). Pero la observación más sorprendente era que, mientras que la gravedad de los daños aumentaba hasta una altura de unos siete pisos, parecía disminuir a partir de entonces. En otras palabras, una caída desde el undécimo piso podía acabar más suavemente para un gato que una desde el sexto. Para esto hay dos explicaciones posibles.

La primera se basa en que cuando un gato cae desde poca altura, queda inerte durante un breve espacio de tiempo. Instintivamente, por tanto, extenderá las patas por debajo para aterrizar a cuatro patas. Sin embargo, a alturas de caída elevadas, esta estrategia no es útil: las patas alineadas pueden provocar lesiones graves porque el peso del animal se distribuye torpemente.

Pero a mayor altura de caída, la fuerza de fricción se hace notar durante la caída. Por eso, especulan los veterinarios, el gato ya no tiene la sensación de caer. Así, puede relajarse y no estira las patas. Aterriza con más suavidad, con una distribución más uniforme del peso y, por tanto, con más posibilidades de sobrevivir.

La segunda es más sencilla y también un poco más triste para los amantes de los gatos. Los veterinarios lo llamaron el sesgo de supervivencia. Se trata de que si un gato se cae de un piso alto y muere en el acto, es probable que su dueño no se moleste en pasar por una clínica veterinaria. Por tanto, el número de muertes no declaradas es probablemente superior al registrado por los profesionales médicos.


Este contenido fue originalmente publicado en RED/ACCIÓN y se republica como parte del programa ‘Periodismo Humano’, una alianza por el periodismo de calidad entre RÍO NEGRO y RED/ACCIÓN



Adherido a los criterios de
Journalism Trust Initiative
Nuestras directrices editoriales
<span>Adherido a los criterios de <br><strong>Journalism Trust Initiative</strong></span>

Formá parte de nuestra comunidad de lectores

Más de un siglo comprometidos con nuestra comunidad. Elegí la mejor información, análisis y entretenimiento, desde la Patagonia para todo el país.

Quiero mi suscripción

Comentarios