Andacollo, un pueblo atado al destino de la minería
La localidad del norte neuquino tiene una alta dependencia de la actividad. Los trabajos están frenados y los empleados esperan la reactivación.
Una curva, dos, tres, una más. «Allá arriba», como le llaman en el pueblo, se llega por un camino espiralado, ascendente y rústico, abrazado por la Cordillera del Viento. El silencio invade el escenario de lo que fue el Proyecto Minero Andacollo, la explotación metalífera que llegó a tener una producción de oro equivalente a 22.000 onzas. Hoy, polvareda asentada.
Hace cuatro meses que la Minera Andacollo Gold SA abandonó el proyecto y arrastró con ella el pulso de una localidad que lo tenía como principal sostén. Son alrededor de 2.600 habitantes que dependen en mayor o menor medida de los salarios mineros y su vuelco indirecto en el pueblo, casi huérfano de alternativas. «Se siente», repiten «abajo» como latiguillo. En una actividad primaria como la minería, el impacto sociológico se calcula 3 a 1: por cada puesto de trabajo directo que genera el emprendimiento, se crean otros tres indirectos. Los negocios resisten como pueden, los obreros despedidos se las ingenian para llegar a fin de mes.
«Acá vamos a tener juicios de desalojo», bromea Francisco Gutiérrez, referente de la Corporación Minera del Neuquén (Cormine), quien jubilado a sus 73 años llegó de Zapala para intentar «salvar» el proyecto. Está oyendo el arrullo de las palomas que hicieron su hogar de la planta de separación donde descansan, detenidas, las cintas transportadoras que enviaban a moler la roca para iniciar el proceso de clasificación. «Cuando esto funciona es necesario tener protección», aclara, pero ahora no tiene ni que forzar la voz, que insiste en ecos por el galpón vacío.
Todo el proceso de explotación está detenido. «Una decisión empresarial de no invertir y consumir las reservas existentes», arriesga el funcionario. «Explotaron las reservas que quedaban, se llevaron lo que había a la vista y abandonaron todo de un día para el otro», cuestionan los trabajadores. Una medida cautelar permitió a Cormine contratar a unos 150 mineros -otros consiguieron nuevos empleos- que hacen tareas de mantenimiento para evitar que el agua de las fracturas llegue a los cursos de agua naturales. También para apuntalar la roca contra posibles derrumbes. Por ese trabajo de media jornada reciben el 50% del sueldo de bolsillo que pagaba la minera -unos 5.000 pesos-, más un 15% que los municipios de Andacollo y Huinganco trasladan en forma de subsidio. Este último no pagó a tiempo y desató una nueva huelga, que el lunes pasado terminó de vaciar la planta.
«El impacto en una comunidad de estas características es muy fuerte y eso hoy se nota ostensiblemente», acota Gutiérrez.
En el predio del yacimiento duermen los scoops y perforadoras que ya no ingresan al bocaminas. Los galpones que anuncian un comedor y vestuarios están cerrados. Los baños acumulan un rejunte de costra gris con guantes y elementos de seguridad abandonados. Subimos hasta el nivel 2 de Buena Vista -una veta ya explotada- que hoy sólo alberga, en el ingreso a uno de sus túneles subterráneos, un taller de reparación de máquinas. «Lo conservamos porque es agradable, hoy se siente fresco (18°C) pero cuando venís en invierno es agradablemente tibio», dice Gutiérrez.
En la entrada cuelga un panel con 12 clavos para que los obreros «fichen» su entrada a las galerías. Está vacío.
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