Anda despacio, estoy apurado

En las últimas dos décadas el concepto de “movilidad sostenible” (en constante evolución) pretende resolver la problemática de una circulación vial cada día más deficiente en la “oferta” de infraestructura y más “demandante” por la cantidad y diversidad de actores usuarios de la misma.

En otras palabras cada vez somos más los que pretendemos concurrir a los mismos espacios y actividades en los mismos días y horarios, utilizando para ello la misma infraestructura. Esa “movilidad” resulta cada día más crítica y la definición de “sostenible” concurre a identificar las posibilidades de hacerla más “eficiente”, “racional” y “segura”.

Como prevé la Constitución Nacional las leyes reglamentan el “ejercicio” de los derechos. El derecho de transitar no es ajeno a ello. Las normas deben regular la eficiencia del ejercicio de ese derecho a efectos de que todos puedan ejercerlo. Esa regulación debe ser “racional” administrando espacios físicos y temporales. La tradicional concentración de actividades (comercial, bancaria, administrativa, etc.) en un mismo territorio de la urbe (el “centro”, el “down town”) y en una similar franja horaria resulta cada día más difícil de aplicar y conspira contra la eficiencia del sistema y el derecho del usuario.

Un nuevo dilema se presenta y refiere a la otra “calidad” necesaria de la movilidad. Esta debe ser “segura”. Cuanto más se restringe el automotor, más crece el uso de “medios privados” individuales. A la moto se suma la bicicleta (con ciclovías o no), la bicimoto y recientemente, el patinete eléctrico, cuyos conductores se suman a los peatones en el particular universo de los denominados “usuarios vulnerables”.

La pregunta es ¿vulnerables a qué?: A la “energía” que se absorbe en un impacto. Y esa energía proviene de la velocidad. Cuanto mayor es está, mayor será la “energía” y menores las chances de resistirla sin lesiones en el cuerpo humano vulnerable, ya que se encuentra “expuesto” y sin las defensas de un habitáculo.

La única solución (por ahora) es reducir la magnitud de la velocidad desarrollada en esos territorios de la urbe, hoy conocidos como “Zona 30”, en algunas ciudades del mundo, o la “peatonalización” de áreas muy críticas.

Eduardo Bertotti

Director ISEV

(Extracto del texto enviado)

Buenos Aires


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