Allen: El recuerdo de Atilio Ramos y su tintorería que ya no existe
Ubicado frente a lo que hoy son las dársenas para colectivos en Allen, este local fue testigo del ir y venir de transeúntes e impecables clientes. La “Tintorería Ramos”, como la recuerdan los vecinos, hoy ya no existe como tal, pero revive cada vez que la nombran.
“Todo está guardado en la memoria”, recita Gieco, porque es en la nostalgia donde la escena vuelve a ocupar su lugar. Cuando la familia de Atilio Ramos se zambulle en las fotos, los recuerdos se convierten en la llave que abre una puerta desaparecida, alojada en Libertad 65, entre lo que hoy es un salón de eventos y un restobar. De pronto, las máquinas ocupan sus puestos, el vapor de la caldera se expande y el olor a anilina impregna de nuevo todo el ambiente.
Antes de llegar a Allen, donde se mudaron varias veces de sede, los Ramos habían hecho lo propio con una sucursal en Cutral Có, donde conocieron el oficio. Luego dijeron presente también en Roca, Río Colorado, Ing. Huergo y Zapala.
Gerardo Del Brío, nieto de Atilio, es quien guía a “Río Negro” en este túnel del tiempo, sobre la vida de aquel nacido en Trenque Lauquen y “allense por opción”. Los recuerdos de su infancia son los que despiertan cuando pasa por lo que fue la cuna del negocio familiar materno.
Una historia de amor
- 40 años
- duró el negocio de la tintorería y sus sucursales. Fue el acuerdo de Atilio y su enamorada, Judith García.
Un punto de encuentro
Con el umbral de entrada a la vereda, la tintorería era especial para pasar las horas, mirando la tarde caer, con amigos, frente a los eucaliptos del boulevard y el predio ferroviario. Allí recibían las prendas que estaban de moda, los clásicos y lo nuevo que traía el mercado, como las medias de nylon. Cuenta la anécdota que un día pasó de visita el Inspector de Escuelas local, Luis Capizzano, asombrado por la innovación: «Atilio, es increíble, las lavás a la noche y a la mañana están secas», le dijo.
La del tintorero era una labor sacrificada, artesanal y quienes la eligieron necesitaban de la ayuda de toda la familia. Hermanos y cuñados se turnaron en esta trayectoria. Era un título que Ramos ostentaba con orgullo y que lo llevó a una activa participación en la ciudad.
De radio, pañuelos y botones de oro
“Tintorería Ramos, la única mancha que no sacamos es la de la conciencia»
Su publicidad en la “BV1 Promotora Regional»
El slogan del negocio se oía en el centro del pueblo, desde los parlantes de la radio. Su apertura al público no fue casualidad, sino reflejo de una época, en la que tanto hombres como mujeres elegían la ropa formal para su vida cotidiana. Sacos, polleras, camisas, pantalones con estricta raya al medio, tapados de paño y gamulanes, todo pasaba por el mostrador de Don Ramos para ser teñido, blanqueado, planchado. La entrega llegaba días después, con funda de nylon y una percha de regalo. Hubo épocas en las que colocaban un pañuelo de tela, publicitario, en el bolsillo superior de los trajes.
Los botones implicaban un trabajo extra. Había que retirarlos, uno por uno, para no perder ninguno en la lavadora. Algunos eran muy delicados y hasta valiosos, como los de oro que usaba un distinguido cliente gitano. Para evitar problemas, esos eran inventariados por Judith y su cantidad detallada en la boleta, para luego dejar cosido cada uno en su lugar.
El cierre
El rubro tiene siglos y en nuestro país se lo asoció en su momento con los inmigrantes asiáticos, que buscaban un mejor porvenir. La Cámara bonaerense de Tintorerías, por ejemplo, llegó a tener 1400 asociados, pero en 2017 ya eran menos de 100. La misma suerte le tocó a negocios como el de Atilio, afectado por el avance de la tecnología que hacía llegar mejores lavarropas, a más familias. Sus más de 70 años tampoco le permitieron seguir.
Un trofeo en su homenaje
Hoy, 16 años después de su muerte, ocurrida en 2003, el nombre de Ramos y su comercio volvió a escucharse fuera de la familia. Su nieto lo eligió para bautizar uno de los trofeos que se entregó en el 1° Torneo de Bolitas que se concretó en la ciudad, organizado por Gerardo y sus allegados. La excusa le sirvió para homenajearlo, por aquellas tardes de sol en las que se cruzó desde la tintorería hasta el terreno del tren, para enseñarle a su descendiente el arte de la “quema” y el “hoyito”.
No todo es trabajo en la vida… en el medio se pueden dejar huellas en la historia.
Ubicado frente a lo que hoy son las dársenas para colectivos en Allen, este local fue testigo del ir y venir de transeúntes e impecables clientes. La “Tintorería Ramos”, como la recuerdan los vecinos, hoy ya no existe como tal, pero revive cada vez que la nombran.
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