Alerta, no alarma

La conmoción internacional por la expansión del nuevo coronavirus ofrece facetas contradictorias: mientras distintas autoridades sanitarias intentan llevar tranquilidad señalando que se trata de una enfermedad poco agresiva y de baja tasa de mortalidad, por otro lado se toman inéditas medidas de prevención y se movilizan recursos millonarios para detener lo que la Organización Mundial de Salud (OMS) señala como “una posible pandemia” global. Las razones de esta actitud dual hay que buscarlas en las características de la enfermedad y su expansión.

Por un lado, es cierto que el coronavirus tiene bajas tasas de mortalidad: en China ha sido inferior al 2% de los casos y fuera de ese país desciende a 0,7%. Y a medida que disminuye la edad baja considerablemente su peligrosidad: la tasa de mortalidad en niños (para alivio de los padres) es prácticamente cero. Donde mayor impacto tiene es en ciertos sectores vulnerables de la población: ancianos (en personas de más de 80 años la tasa de mortalidad crece al 14%) y aquellos con bajas defensas o enfermedades respiratorias previas. Si se analiza país por país, las tasas de mortalidad de otras enfermedades (como la gripe común o la preocupante expansión del dengue en Argentina) son mucho más elevadas, al igual que anteriores epidemias globales como las del SARS o el ébola.

El pánico ante el coronavirus es tan riesgoso como la subestimación. Hacer docencia sobre prevención y dar información fidedigna parecen ser las mejores herramientas para combatirlo.

Ante este panorama, ¿se justifican las draconianas medidas de seguridad adoptadas por China y el alerta en numerosos países para intentar frenar la expansión del coronavirus? Algunos expertos aseguran que sí, por varias razones. En primer lugar, entre las pocas certezas que se tienen es que el virus se propaga con relativa facilidad. Y como se trata de una enfermedad nueva (aunque se ha avanzado mucho, todavía hay dudas sobre su origen, cómo actúa y cómo se transmite) casi nadie entre la población ha desarrollado anticuerpos aún y los sistemas de salud carecen de herramientas específicas para combatirla, como una vacuna. Por otra parte, aunque sean minoritarios, debiera preocupar que una rápida propagación de la enfermedad afecte a los grupos vulnerables ya mencionados y aumente la mortalidad. Además, una gran cantidad de infectados en poco tiempo podría saturar e incluso colapsar los sistemas sanitarios de una región o país, afectando la detección y tratamiento de otras dolencias. Así, China debió construir hospitales en tiempo récord en la ciudad de Wuhan, origen del brote, y en Italia se instalaron hospitales de campaña y recintos de emergencia para cuarentenas. Se estima que la explosiva cantidad de casos allí (que afectó luego a Europa y otros países) se debió a que el virus circuló silenciosamente por varias semanas en la península antes de que las autoridades actuaran.

A estas alturas, aunque China sigue concentrando casi el 90% de casos y fallecimientos, el virus se ha expandido por más de 60 países, incluyendo nuestro vecino Brasil. En un mundo tan interconectado, es complejo contener una epidemia, y la incertidumbre se transmite a la economía global, reflejada en la fuerte caída de las bolsas. Los operadores ven que las restricciones de viajes y circulación de personas y mercaderías afecta la producción, el comercio y el consumo en China, la “fábrica del mundo”, complicando las cadenas de producción internacionales y golpeando los precios de las materias primas, en un sistema que está en frágil recuperación.

Así las cosas, después de una parálisis inicial es positivo que el gobierno argentino haya activado protocolos de actuación en línea con lo recomendado por la OMS. La lógica por ahora es ganar tiempo: mientras el virus tarde más en expandirse y haya menos casos y más espaciados, hay lugar para hallar vacunas y tratamientos efectivos.

El pánico es tan riesgoso como la subestimación. Hacer docencia sobre medidas de prevención y dar información fidedigna parecen ser las mejores herramientas disponibles para evitar que el virus, además de dañar la salud, afecte la estabilidad económica y el progreso social.


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