Adornos perforantes
Por Eva Giberti
Cuántas veces se asombró mirando la estética de una adolescente que como adorno llevaba un aro insertado en una aleta de su nariz? ¿Y en cuántas oportunidades se preguntó cuál sería el sentido de colocarse un arito de metal en el parpado superior de un ojo?
A la rutina familiar de perforar las orejas de las nenas recién nacidas para colocarle los aritos que aseguraban la apertura de esa perforación, para que «cuando sea grande pueda usar cualquier clase de aros», como decían las mujeres de la familia, actualmente se añadió esta nueva moda: perforaciones en el cuerpo.
Pero la práctica no se inició como una forma de moda, sino en diversas tribus y con significado ritual o estético. Lo mismo que el tatuaje en culturas ágrafas, denominadas primitivas.
En 1990 se exhibió el primer video acerca de la técnica de perforación o «piercing», que pudo verse durante un encuentro de artesanos y joyeros realizado en la Universidad de Artes en Filadelfia. El artista performático Monte Carazza, autor del video, exhibió su técnica de colocarse pequeñas esferas de oro en su pene mediante perforaciones del glande, a lo que añadió a otra altura, una lámina pequeña, también de oro. La descripción de la técnica y el suspenso del público están descriptos por los investigadores y estudiosos que analizan el «piercing» como un fenómeno que dejó de ser marginal para incorporarse como moda entre los adolescentes y los jóvenes.
La utilización de objetos de metal incorporados en distintas partes del propio cuerpo de modo perforante y a la vista se había ensayado en la década del '70, en algunas películas pornográficas, sugiriendo que se trataba de un estímulo erotizante. También, en algunas comunidades gay el pequeño aro en una oreja se utilizó como forma de reconocimiento.
Una de las características de esta práctica reside en que, además de dejar una marca en el cuerpo y de obtenerla mediante una pequeña emisión de sangre, equivale a una violación del cuerpo pero contando con la voluntad de quien es penetrado/a. Quienes la practican lo describen de este modo y lo curioso es que sostienen que se trata de una violación del cuerpo pero sin violencia.
Podríamos pensar que estamos frente a una modalidad sadomasoquista: en algunas oportunidades parecería responder a esta clasificación, pero el «piercing» no necesariamente corresponde a dicha perversión; sus practicantes sostienen una filosofía que subraya la importancia de reconocerse como partes de un grupo de pertenencia, al mismo tiempo que rescatan prácticas primitivas. De ese modo aparece presentado en el libro Modernos Primitivos, que compara estas prácticas africanas con los actuales «piercing» cuyas perforaciones responden a los significados oscuros antes descriptos; no obstante ellos y ellas insisten en que se trata de una búsqueda de la esencialidad del ser humano, como ejercicio de trascendencia.
El horizonte filosófico que proponen es utilizar el propio cuerpo como expresión de conflictos de nuestro tiempo: las matanzas en Ruanda por ejemplo, caracterizadas por el descuartizamiento de los enemigos (recordemos que parte de la lucha se llevó a cabo con machetes) o bien la destrucción de los cuerpos durante las torturas practicadas en casi todo el mundo, o los cuerpos apilados en los campos de concentración creados por los nazis. Como modelo insuperable, el efecto de la bomba atómica sobre los habitantes de Hiroshima. O sea, el «piercing» como maniobra destinada a conectarse con el horror de la destrucción que los seres humanos son capaces de producir.
Cabe preguntarse si los adolescentes que asumen practicarse estas perforaciones conocen este horizonte filosófico, si les interesa o si dependen de la moda que les asegura la pertenencia a grupos que se consideran contestatarios y de vanguardia. Sin duda, se trata de una provocación a los adultos que defienden la vida convencional y adhieren al daño sobre su cuerpo -que incluye la perforación de la lengua y el ajuste de un aro sobre ella- como único código capaz de decir algo acerca de su sentimiento de soledad, impotencia y descreimiento respecto del futuro, expuestos mediante esta moda. Los expertos en realizar las perforaciones no se encuentran en cualquier parte, pero cuando se instalan en una ciudad, cuentan con el apoyo de los más jóvenes que sin saber por qué, garantizan su idoneidad.
Dados los estudios que se realizan tomando como objeto de análisis a quienes utilizan el «piercing» en diferentes partes de su cuerpo, es posible pensar que estamos ante una práctica que puede extenderse, como sucedió con el tatuaje, otro alarido que encierra una queja visual.
Pensemos qué tenemos por delante, porque no siempre produce efecto prohibirle a los hijos que se perforen el cuerpo; tal vez sea necesario conversar acerca del tema, antes que los artistas del arte perforante se afinquen más aún entre nosotros.
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