Otro rionegrino famoso
Lamentablemente, no es novedad que los rionegrinos debamos sentir la humillante sensación que agria la boca cada vez que nuestra provincia adquiere notoriedad a nivel nacional en virtud de algún acto corrupto o impropio de un integrante de nuestra clase política.
Científicos, deportistas, artistas, escritores, profesionales, técnicos, fruticultores, constructores o industriales se esmeran aquí como en otras partes para que su tarea descolle. Pero la fama, más de una vez, nos llega por el costado de la vergüenza.
En esta oportunidad, es otra vez Remo Costanzo el rionegrino que adquiere «renombre» nacional, vinculado con el escándalo de las coimas en el Senado ocurrido hace tres años y que ahora -¡por fin!, más vale tarde que nunca- parece avanzar hacia el esclarecimiento público y judicial.
Ya antes, Costanzo en más de una ocasión fue nombrado en relación con el empleo de métodos bajos en la política.
Por ejemplo, en el reparto indebido de ATN. O cuando fue elegido senador por primera vez, en virtud de un «acuerdo político» del peronismo con los legisladores del Partido Provincial Rionegrino que, según se sospechó en aquel momento (aunque sin la suerte de que algún participante diera los detalles), fue posibilitado por la «acción facilitadora» de un pesado maletín con fondos provenientes del gobierno nacional, que habría sido acercado a la capital provincial por una delegación integrada, entre otros, por José María Vernet. La frutilla del postre de ese acuerdo -la única que dejó huellas evidentes en la sociedad, ya que si los pagos existieron no dejaron recibo firmado- fue un cómodo y rentable cargo de embajador para el ex gobernador de facto Roberto Vicente Requeijo.
Claro que, bueno es decirlo, los diputados del PPR -devenidos en aquella ocasión en el fiel que podía desequilibrar la balanza en uno u otro sentido- debían elegir entre lo malo y lo peor, ya que el candidato alternativo a senador, el que proponía el radicalismo, era Edgar Massaccesi. Por entonces ministro de Hacienda y presidente del Banco de la Provincia de Río Negro del gobierno de su primo Horacio, estaba sospechado de responsabilidad directa en manejos defraudatorios en la entidad, consistentes en dar créditos millonarios a empresarios tan amigos como insolventes, sin garantías reales, en una política que aún hoy el ex gobernador pretende pre
sentar como asistencia a la producción, soslayando que la «ayuda» no fue a empresarios genuinos sino a deudores inveterados y reincidentes y a empresas existentes sólo en los papeles, verdaderas fachadas que no dieron ni un solo paso en el marco de los negocios legales.
Ya antes, la clase política rionegrina había tenido «notoriedad» por otros escándalos reñidos con la ética: legisladores peronistas ortodoxos habían pactado un canje de favores con los radicales, al aprobar en una sola sesión maratónica la convocatoria a reformar la Constitución que permitió luego la reelección de Massaccesi, la cesión de tierras para el Nuevo Distrito Federal y recibir a cambio la jubilación de privilegio que les asignaba el Capítulo XI de la ley previsional. La ambición pudo más, ya que tiempo después peronistas y radicales que -pese a las facilidades que preveía la norma- no estaban en condiciones legales de jubilarse por ella, intercambiaron como favor certificados falsos de trabajos nunca realizados que permitieron a más de 20 de ellos acceder a beneficios en forma ilegal. Más de diez fueron condenados, luego de que «Río Negro» denunciara la maniobra, pero otros aún no, ya que, como broche, después se han hecho más favores para que los imputados mantuvieran fueros políticos. Es el caso de Rubén Manqueo, ex diputado que cesó como intendente de Valcheta hace apenas unos días, y que queda sin fueros por primera vez en muchos años, por lo cual -ahora sí- estaría en condiciones de ser indagado, si es que algún juez o algún fiscal recuerda todavía el expediente.
Pero cómo no incluir en esta reseña la notoriedad que obtuvo la provincia por la acción del «Robin Hood patagónico», Horacio Massaccesi, cuando ingresó al Tesoro del Banco Central y hurtó una cifra que rondó entre los 15 y los 18 millones, de los que nunca se conocieron cifras exactas de ingreso a las arcas públicas ni de su destino, y que le sirvieron para conquistar electores y disimular el desquicio financiero en que había sumido al Estado provincial.
Notoriedad obtuvo también Pablo Verani cuando presidió una protesta de fruticultores sobre un tractor custodiado por varios ex convictos.
Y notoriedad obtienen aún hoy Ovidio Zúñiga y Wálter Cortés -quienes cesaron hace apenas unos días como diputado nacional y legislador provincial respectivamente- investigados por el presunto desvío de un subsidio de 2 millones de pesos que estaba destinado al Policlínico Arbos.
¿Son todos iguales los políticos? Claro que no, los hay honestos y probos. Lo malo es que no establezcan la diferencia. Pero no renunciando -como hizo Chacho Alvarez-, sino hablando y dando pruebas, como ahora -tarde pero aún a tiempo- hace Pontaquarto.
Lo que resulta indudable es que en la política argentina hay demasiados silencios, demasiados acuerdos de «no hacer olas», de saber pero hacer como que no se sabe nada. Y la moneda de cambio usual en la política no es el bienestar general sino el beneficio propio. De lo contrario, no resultaría lógico el ostensible empeño que ponen los dirigentes para acceder a una banca o a un cargo. Si fueran, como dicen, buenos republicanos empeñados en mejorar el país, en lugar de querer permanecer en la función pública deberían volverse a sus casas avergonzados por no haber logrado ni siquiera una de las mejoras que prometieron. Lo único que mejoran casi todos es su estilo de vida y su situación patrimonial.
Pero llamativo es también, en todo caso, que los ciclos, en cuanto a poner esclarecimiento y justicia en casos de corrupción, sean tan largos o no terminen de cerrar nunca. No basta, para explicar esa mora, señalar responsabilidades de la clase política. La ciudadanía tiene también su culpa. El caso de las coimas en el Senado no debió durar más de tres días, y lleva ya tres años. Si el primer día Chacho Alvarez denunciaba todo lo que sabía, el segundo día la gente provocaba la insurgencia que ocurrió el 20 de diciembre, y el tercer día caía el gobierno, Pontaquarto hablaba y el juez indagaba, hoy todo esto sería una historia que no provocaría vergüenza sino orgullo.
Alicia Miller
amiller@rionegro.com.ar
Lamentablemente, no es novedad que los rionegrinos debamos sentir la humillante sensación que agria la boca cada vez que nuestra provincia adquiere notoriedad a nivel nacional en virtud de algún acto corrupto o impropio de un integrante de nuestra clase política.
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