¿Qué se pierde cuando se muere un cóndor?
La doctora Gabriela Klier analiza la muerte masiva de estos animales en Mendoza y revela cómo este caso puede aportar claves para entender cómo repercute en las sociedades y la naturaleza el paradigma productivo vigente.
Más que alarmante: los últimos meses, Argentina perdió el 20% de la población de cóndores del noroeste patagónico por envenenamiento.
Por Carolina Vespasiano
de la Agencia CTyS-UNLaM
En los últimos meses, Argentina perdió el 20 por ciento de la población de cóndores del Noroeste patagónico por envenenamiento con carbofurán, un plaguicida altamente tóxico que se utiliza, ilegalmente, para control de predadores de ganado. A fines de enero, esta práctica se cobró la muerte de 34 cóndores en el departamento de Malargüe, en Mendoza.
La noticia causó la conmoción de académicos y ecologistas de todo el mundo, y derivó en una carta enviada al presidente de la Nación con el pedido de distintas medidas para mitigar el uso indebido de agroquímicos y proteger, así, a esta especie silvestre, que cumple un rol fundamental en el mantenimiento del medio ambiente.
Para la bióloga y doctora en Biología, Gabriela Klier, el caso no es un hecho aislado, y tiene diversas aristas para pensar nuestros modos de vida actual. “Los cóndores muertos por veneno son un reflejo de otra situación ambiental que se vive día a día respecto de los usos de venenos en el suelo, en el aire y en el agua”, señala, y abre el juego para comprender este caso como parte de un problema político y social que excede la cuestión ecológica.
– ¿Qué lectura hace de la muerte de los cóndores en Mendoza?
Desde ciertas áreas de la conservación se dice que el cóndor es importante porque es una especie en peligro, que tiene ciertas funciones ecosistémicas o que tiene valor intrínseco, por ello es que es relevante el episodio ocurrido en Mendoza. Sin embargo también debemos reconocer que el envenenamiento de diversísimas forma de vida, entre ellas, personas, está ocurriendo todo el tiempo. Creo que la muerte de los cóndores viene a mostrar el trasfondo de que, en cierto modo, naturalizamos que nuestro ambiente puede ser envenenando constantemente y que eso es algo que ocurre para generar mayor productividad de frutas, verduras y demás. Lo que tal vez sea interesante es vincular estas demandas por la pérdida de la biodiversidad con otras demandas y pensar en qué medida el uso de venenos, como el carbofurán en este caso, responden a una misma lógica que no puede pensarse como una problemática de conservación separada de otras problemáticas socioambientales.
-El uso de venenos en la agricultura expansiva también es una denuncia de comunidades afectadas en su salud…
Sería muy interesante ver de qué modo se pueden vincular las demandas conservacionistas con las demandas de salud, que tienen que ver más con la regulación y el cese de este modelo que explota la tierra y que tiene gran impacto. Los cóndores también hablan de esta situación que diversos grupos están problematizando, como es el caso de los Médicos de Pueblos Fumigados o de las Madres de Ituzaingó, o de diversos grupos que están criticando un modelo agroindustrial que se sustenta a partir del uso de veneno para aumentar la productividad, pero que genera numerosas consecuencias, entre las cuales se afecta a gran cantidad de poblaciones de especies que consideramos relevantes como el cóndor, disminuyendo la biodiversidad local. También es cierto que, paralelamente, en las zonas rurales, están aumentando las tasas de mortandad, los casos de cáncer, malformaciones y demás, de grupos sociales que viven ahí y que se enfrentan a las mismas condiciones de veneno que los animales. Vale recordar el caso de la niña de Corrientes que murió al ingerir una mandarina, también envenenada con carbofurán.
-¿Cómo se aborda el problema en una sociedad que, no solo desde las actividades extractivas, sino a pequeña escala también utilizan los venenos como práctica cotidiana?
El uso de carbofurán o de determinados venenos en ciertas zonas tampoco está separado del modo en que se entiende el vivir en ciertos lugares. No es casual la constante disminución de la población rural en contraposición del avance de la población urbana a nivel global, y que esto tenga que ver con que las zonas rurales ya no son espacios para vivir ni se piensan para la vida en general. El “campo”, los espacios no urbanos, se convierten entonces en sitios de mera producción, en una “bolsas de recursos”, en las que sólo solo habitan especies útiles, explotables y mercantilizables. A su vez, el uso de venenos puede ser un claro espejo de cómo nos pensamos separados de la naturaleza: creemos que los venenos sólo matan plagas, usamos insecticidas creyendo que sólo afectan mosquitos, presuponemos que los herbicidas solamente matan plantas. Desde estas prácticas cotidianas pareciera que creemos que lo que afecta a animales o plantas no repercute en nosotros como humanos.
-¿Qué incidencia tiene, en este conflicto, la mirada de otras comunidades?
Cuando se habla por el cóndor sólo desde la visión de la biología, se dejan de lado otras voces. Los cóndores muertos no son solamente organismos de una especie en extinción sino, también, de un animal que representa muchísimas cosas para diferentes grupos sociales. De limitarnos a esto, se pierden otras valoraciones del cóndor que tienen que ver con cuestiones estéticas, cuestiones espirituales, cuestiones éticas de por qué los queremos en el mundo. El cóndor es un emblema, un animal que participa de numerosas mitologías de pueblos originarios, una deidad que lleva el alma al cielo o que representa el vínculo entre cielo y tierra, y que, en la conservación, muchas veces, solo se representa a través de meros números. Por eso cabe preguntarnos quién habla por el cóndor y recuperar las voces que habitan el territorio cuando proyectamos un cuidado ambiental.
-¿Qué cuestiones no se problematizan en el discurso ambiental?
A veces se piensa que la conservación de la naturaleza es la conservación de “lo otro”, que tenemos que expulsar a las comunidades locales para crear reservas naturales. Sin embargo, también podemos pensar en el ambiente, y en el cuidado ambiental, como aquellos espacios habitados por personas (y por otras formas de vida) en los que las formas de cultivar y producir tienen que ver con la vida misma y con el cuidado. Nuevamente, de algún modo parece que, aún por la conservación o por formas de maximizar la producción, mantenemos un lugar, como humanos, que se separa de la naturaleza, donde los humanos podemos decidir qué es mejor para determinado ambiente, y donde esa decisión implica siempre negar el valor de ciertos organismos. Este es un problema que nos atraviesa socialmente. Por eso, debemos asumir la reflexión y preguntarnos ¿en qué medida todos como sociedad estamos participando de este tipo de prácticas? Creo que nos tenemos que replantear nuestra idea de naturaleza (y también de sociedad), para no pensar que la única naturaleza posible es la naturaleza deshabitada.
-¿Qué lectura hace de las posibles medidas para mitigar el envenenamiento de fauna silvestre?
Me parece que en principio la vía legal puede ayudar a controlar el uso de agroquímicos y de pesticidas en general, sin embargo, claramente no va a alcanzar. Solo con la dimensión legal y punitiva es muy difícil pensar en estructuras de sostenibilidad. Además, quienes piden estas nuevas formas también son grupos que van a tener que dialogar con otros y otras respecto de qué es la sostenibilidad y cómo se llega a eso. Si regulamos el uso de agroquímicos pero a la vez no tenemos en cuenta qué tipo de organización territorial queremos, probablemente tampoco sirva. Podemos decir que se puede usar tales o cuales cantidades de determinado agroquímico, pero en la medida que no se ponga en disputa el avance de la frontera agropecuaria, la industrialización de la agricultura o la mercantilización del suelo en que habitamos, en la medida que no se reflexione sobre un para qué de la producción local, tampoco sé si las medidas propuestas tendrán impactos para el cuidado ambiental a largo plazo.
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