Obama en Bariloche: en el sendero de Eisenhower y Clinton

Eduardo Tempone (*)

En momentos en los que se vislumbra una nueva era en las relaciones bilaterales entre nuestro país y Estados Unidos, pocos días antes de la Pascua el presidente Barack Obama y la primera dama pisarán por primera vez tierra argentina. Con esta visita continúa una saga de encuentros determinados por la voluntad de estrechar y profundizar los vínculos entre ambos países. Y Bariloche se inscribe, una vez más, como un punto de encuentro. Desde Buenos Aires, los Obama llegarán a esta ciudad en la que la majestuosidad del paisaje cordillerano, arrasador e imponente, se funde con la seducción del Nahuel Huapi. Ese mismo hechizo que atrapó a Dwight y Mamie Eisenhower en 1960 y a Bill y Hillary Clinton en 1997. Y también capturó al polifacético Theodore Roosevelt. En noviembre de 1913, con su fama de aventurero y expedicionario, el incansable expresidente Roosevelt llegó a Bariloche cuando aún era un pequeño poblado fronterizo surgido a orillas del lago. Lo hizo desde Chile, tras navegar por el Nahuel Huapi acompañado, entre otros, por el perito Francisco P. Moreno. Pero su misión no fue sólo una aventura sino que formó parte de una serie de actividades –diseñadas por Washington– de intercambio intelectual y diplomático. Un intento de acercamiento a la región, que incluía travesías a parajes ubicados en los márgenes de la civilización, como fueron la Patagonia, la Amazonia y el sur de Chile. Más de un siglo después Obama, con una misión semejante pero diferente, llegará al Llao Llao siguiendo el sendero de los presidentes Eisenhower y Clinton. Y como si las fuerzas irresistibles y profundas de la historia se enhebraran, las circunstancias locales e internacionales que rodearon esas visitas presentan coincidencias y contrastes con las actuales. Antes de continuar viaje hacia Chile, como parte de su gira por los cuatro países del Cono Sur, Eisenhower visitó Bariloche en el último año de su mandato, al igual que Obama, quien concluirá su presidencia en enero próximo. Pero la llegada de Eisenhower también fue una retribución al gesto del doctor Arturo Frondizi, cuya presencia en Washington un año antes, en enero de 1959, marcó un hito importante. Fue la primera visita de un presidente argentino a Estados Unidos. Por entonces, reunidos en el hotel Llao Llao, frente al Nahuel Huapi, los mandatarios lanzaron la “Declaración de Bariloche”. Allí quedaron expuestos los principios y objetivos que se proponían alcanzar: promover mejores niveles de vida y fortalecer las instituciones democráticas, a través del progreso económico y la cooperación internacional, para todos los pueblos de América. Eran tiempos de la consolidación de los dos bloques surgidos de la división posterior a la Segunda Guerra Mundial. Y la confrontación con la ex Unión Soviética provocaba tensiones en las relaciones interamericanas a través de la cuestión cubana. Hoy, antes de llegar a Buenos Aires, Obama hace historia con la primera visita de un mandatario norteamericano a la isla desde 1928. Y con este proceso de normalización de los vínculos entre Washington y La Habana, muchas de las divergencias hemisféricas quedan en el pasado. A fines del siglo XX y a principios del actual, la preocupación por la preservación del medioambiente y el cambio climático se hace común en Obama y Bill Clinton. Y allí donde la naturaleza se entrecruza con la civilización, en el Parque Nacional Nahuel Huapi, Clinton alentó a sumar esfuerzos para luchar contra el calentamiento global y el desarrollo de las energías renovables. Una de las claves más importantes que Obama intenta dejar como legado en la Casa Blanca. A fines de 1997, pocos meses después de la visita de los Clinton, se realizó la Conferencia de Kyoto (Japón), donde se adoptó un régimen parcial de reducción de gases de efectos invernadero, aunque Estados Unidos quedó al margen. En abril de este año ambos países tendrán ante sí la posibilidad de suscribir el nuevo Acuerdo de París sobre el Clima en Nueva York, un pacto universal contra el cambio climático. Pero Bariloche no sólo servirá para que Obama muestre sus destrezas con los palos de golf o descubra parajes deslumbrantes. Las aguas cristalinas y calmas del Nahuel Huapi, con su magnetismo, quizás le ofrezcan el remanso necesario para abstraerse de las turbulentas aguas del Potomac, donde se funden los vaivenes de la vida política de Washington. (*) Abogado y diplomático

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