Las crecidas que quedaron para las páginas históricas

Los ríos Limay, Neuquén y el Negro, tienen una larga historia de inundaciones y desgracias en la zona del Alto Valle. En algunas oportunidades arrasaron con ciudades enteras, como fue el caso de Roca y Viedma. Y en otras provocó alarma en la población cuando las aguas destruían las chacras y se estancaban a pocos metros de los cascos urbanos.

El río Limay tiene un caudal promedio de 650 metros cúbicos por segundo y hacia su cauce drena un área de 56.000 kilómetros cuadrados. El Neuquén registra un caudal de unos 280 metros cúbicos por segundo y drena una superficie de 30.000 kilómetros cuadrados. Y el Negro, de casi 640 kilómetros de longitud, tiene un caudal promedio de 930 metros cúbicos por segundo.

Pero estos caudales no son siempre estables. Hubo momentos, dramáticos, donde los niveles subieron hasta marcas más allá de lo imaginable. El 19 de julio de 1899 el río Neuquén registró un caudal de 6.000 metros cúbicos por segundo y el Limay 5.040. El Negro sumó entonces unos 9.000 metros cúbicos por segundo, un caudal lo suficientemente importante como para arrasar a las poblaciones de Roca y Viedma.

Después de esa crecida se registraron otras, aunque de mucha menor magnitud. Tal fue el caso, por ejemplo, de las ocurridas en 1914, 1915, 1922, 1930, 1932, 1937, 1940, 1945, 1949, 1951 y 1958. La más importante de todas ellas fue la de 1945, donde se registró un caudal en el Negro de 6.500 metros cúbicos por segundo.

Muchos años antes el ingeniero César Cipolletti, contratado por el gobierno para estudiar el sistema de riego, había advertido el problema y propuso construir diques en los lagos donde nacen los principales ríos para mitigar el efecto de las crecidas.

El primer intento para dominar a los ríos lo realizó el ingeniero Rodolfo Ballester, quien aprovechando las bondades de la naturaleza, mejoró el drenaje natural del río Neuquén hacia la cuenca Vidal, que más tarde se llamaría Lago Pellegrini.

De ese modo el río Neuquén quedó medianamente controlado en sus crecidas extraordinarias. Pero todavía restaba por resolver la situación del Limay, el otro afluente del Negro.

Fue así como a fines de la década del 60 se pusieron en marcha las grandes obras de Hidronor.

La primera fue El Chocón, pero luego le siguieron el complejo Cerros Colorados (sobre el Neuquén) y Alicurá, Piedra del Aguila y Pichi Picún Leufú. Esas represas terminaron con el problema de las inundaciones. Pero abrieron la puerta a otro tipo de inconvenientes.


Los ríos Limay, Neuquén y el Negro, tienen una larga historia de inundaciones y desgracias en la zona del Alto Valle. En algunas oportunidades arrasaron con ciudades enteras, como fue el caso de Roca y Viedma. Y en otras provocó alarma en la población cuando las aguas destruían las chacras y se estancaban a pocos metros de los cascos urbanos.

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