Pescar es la excusa
En el inicio de la temporada, crónica de una salida con amigos que se repite año tras año desde el 2009. La actividad que congrega es la pesca, pero también hay caminatas, fogones, mucha comida y ganas de estar. Las aventuras de un grupo de hombres que sintetiza la pasión de muchos otros.
Miguel Ángel Vergara
Miro fotos viejas, de un grupo de amigos en el que nadie se parece siquiera un poquito al otro, pero ahí estamos, todos juntos. La excusa es la pesca, pero salvo algunos más entusiastas por la actividad el resto hace lo que puede.
Hace seis años que el inicio de la temporada de pesca congrega al grupo, que va mutando según los compromisos de cada uno. Y quizás esa mutación de algunos integrantes sea lo que ayuda a mantener viva la llama.
Básicamente, la salida en sí no deja de ser un desastre organizado. Hay corridas para armar todo, para ver quién se encarga de las compras, cuánto hay que llevar de cada cosa, que no falte el vino, el fernet y la coca, toneladas de carne… y más vino.
Seis años pasaron y nunca mejoramos en ese aspecto, pero llegado el caso siempre se termina consiguiendo todo lo necesario para el viaje y la estadía. Salvo una vez en que varias compras quedaron sobre el mostrador de un reconocido supermercado en Junín de los Andes. “¿Che… los tomates dónde están, y el pan, y el café?”. “¿Vos los agarraste, porque quedaron arriba del mostrador en una caja?”. “¡Yo no…” “Yo tampoco…”. “Yo creí que los habías cargado vos!”. En fin, nadie se encargó y ahí quedaron.
Pero vamos a los detalles. Las salidas son tremendas. Cuesta coordinar el horario para ir tirando juntos por la ruta, producto de la variedad de personalidades. Se mezclan el ansioso por llegar, el que disfruta desde el principio y no tiene apuro, el colgado que se olvida algo, el que se pone a preparar todo a último momento…
También pasan otras cosas. En el 2013, uno de los vehículos destinados al viaje chocó cuando apenas había recorrido 10 cuadras. “¡Guarda que esta esquina es peligrosa…!”, dijo un conocedor, pero el aviso no fue suficiente. Hubo choque nomás. 7:30 horas, marche el peritaje, policías, ambulancia. El otro chofer se va a la clínica.
–¡Señor, si hay lesionados tenemos que secuestrarle el vehículo! –dice un oficial de tránsito. Y nuestro chofer entra en pánico:
–¡Nooo, flaco, no me digas eso, estuve esperando todo el año para ir de pesca, tengo todo cargado, qué hago con las cosas!
–¡Si hay lesionados, la camioneta se secuestra! –reitera el oficial ya con cara de pocos amigos.
Luego, más relajado, y mientras por vía telefónica se confirma que todo salió bien con el otro chofer involucrado, el nuestro recobra el espíritu y lanza una de las suyas… “¿Y si nos tomamos un vinito mientras lo traen de vuelta?”. El policía sonríe, el viaje continúa. Estas salidas, nuestras salidas, tienen roles poco definidos, pero siempre se hace todo lo necesario. Son cuatro o cinco días en los que cocina el que tiene ganas –en general todos tenemos algún conocimiento mínimo para hacer una carne a la parrilla o algo un poco más elaborado–, hay mucha previa de vino y picada sin mucho horario preestablecido, pero queda claro que la comida no es nuestro problema. Aunque la autoestima de algunos es muy elevada y han llegado a cocinar un guiso al que le clavabas el cucharón y lo podías levantar con olla y todo…
Creo que lo más traumático de todo el proceso es lavar luego de comer, aunque nunca en los seis años escuché quejas. Esta tarea suele ser rotativa, o lo hace el que primero se cansa de ver la montaña de cosas sucias sobre la mesada. El mejor año fue cuando nos acompañó un mendocino que, cuando nos levantábamos, ya se había bañado religiosamente y había lavado todos los bártulos de la noche anterior. “¡Es que no puedo ver todo desordenado!”, nos explicaba… Si él era feliz así, el grupo también…
Otro clásico de estas salidas entre hombres está dado por la poca higiene imperante. Hasta que no pica algo, no corre el agua. Disculpas para las damas que puedan llegar a leer esta nota, pero esto es así, los hombres nos bañamos poco y nada cuando vamos de campamento.
La primera vez
Esta seguidilla de inicios de temporadas de pesca comenzó en el 2009. En ese entonces no imaginábamos que la historia iba a acumular varias temporadas. Aunque ese año nos fue como para abandonar todo y no volver nunca más. Fuimos en carpa, a Bahía Cañicul, lago Huechulafquen. Primeros días de noviembre. Nos recibió la lluvia, mezclada con viento y por la noche fue el turno de la nieve. Un frío atroz. Uno de los integrantes le consultó al encargado del sitio de acampe si había nevado mucho ese año y este le contestó: “¡No, ahora nomás!” Mucha mala suerte. Y esas condiciones nos acompañaron durante los cinco días que estuvimos, lluvia, nieve y viento. Por supuesto, no pescamos absolutamente nada.
Todo esto fue compensado en ediciones posteriores, en las que incluso nos hemos bañado en las frías aguas del lago de turno. Una sensación incomparable y que hay que bancarse aunque haga calorcito en noviembre.
Hay más. En uno de los regresos a casa, uno de los integrantes tuvo la genial idea de pasar con su camioneta con el bote ya enganchado, por una huella por la que había corrido mucha agua. Pese a las advertencias de que podría quedarse, encaró igual. Se encajó de tal forma que la única manera que tenía para salir del vehículo era a través de la ventanilla, porque ni las puertas se podían abrir. Luego de un largo rato de planificar geniales ideas y de cinchar con otra camioneta finalmente se pudo zafar. Además del acampe, también hemos ido a cabañas, la mayoría precarias, pero que a la hora del descanso bajo techo operan como un bálsamo para el cuerpo. Ni hablar cuando el regreso es pasado por agua porque te agarró un vendaval en plena tarea de pesca.
Hemos pasado varias cosas juntos. Pero quiero compartir algunas más. En otro de los viajes hubo un malentendido entre el día de llegada y el de ingreso a la cabaña, que estaba ocupada. El predio era de una comunidad mapuche y mientras esperábamos hasta el otro día que se desocupe el lugar, uno de los integrantes de la comunidad, el “Corcho”, nos ofreció pasar la noche en un dos ambientes con paredes de madera, forrada con cartones en su interior y una salamandra en el medio de lo que vendría a ser el living del lugar. “¡Acá morimos de frío!”, pensamos. Pero fue una de las noches en las que mejor descansamos de un largo viaje previo, realizado en una Ford Explorer naftera, viejita pero impecable, que sólo de Roca a Zapala nos “comió” 52 litros de combustible.
Antes de dejarnos su vivienda esa noche, el “Corcho” compartió unos brindis con el grupo. “La casa es chica, pero el corazón es grande”, nos decía al principio, contento con la visita inesperada. Luego de un rato de celebración, el dicho se invirtió para transformarse en “la casa es grande, pero el corazón es chico”, clara señal de que era momento de irse a descansar.
Pero como además de muchas vivencias compartidas también hay un rato dedicado a la pesca, va una perlita. En una de las jornadas había varios ocupantes sobre un bote pequeño, que incluía mucho equipaje extra para la picadita. El lugar sobrante era escaso y alguien enganchó una truchita marrón. Cuando la sacó del agua consultó dónde la podía dejar y uno de los compañeros, que había tenido la suerte de pescar una bastante más grande le dijo: “¡Por qué no la metés adentro de la que saqué yo, así ahorramos espacio!”. Risas y goce generalizado, con una respuesta irreproducible.
Ya estamos planificando una nueva salida, asados de por medio. Y ya hay varios anotados para prenderse en esta aventura que año tras año se renueva hasta transformarse en una necesidad. Nuestro grupo les desea buena pesca y que pasen un momento inolvidable con sus amigos. Hasta la próxima.
Miguel Ángel Vergara
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