Candidaturas frágiles
Aunque abundan las señales de que la cultura política de la ciudadanía en su conjunto ha evolucionado notablemente en el transcurso de los meses últimos al darse cuenta de la inutilidad de las «alternativas» demagógicas propuestas y reaccionar contra personajes de actitudes violentas como el senador Luis Barrionuevo, en el plano institucional la regresión ha sido patente. Al fragmentarse todos los partidos, desde los más grandes hasta los más minúsculos, nos vemos frente a un panorama dominado por caciques, lo que nos retrae a las épocas primitivas que se daban antes de difundirse la conciencia de que gobernar una sociedad compleja es imposible a menos que haya organizaciones partidarias amplias y profundas, aglutinadas en torno de ciertos principios básicos, que estén en condiciones de coordinar los esfuerzos de decenas de miles de personas.
De más está decir que como resultado de esta situación nada satisfactoria el próximo gobierno, lo mismo que el actual, no podrá ser sino unipersonal. Para colmo, el eventual ganador, el que tal y como están las cosas podría ser Néstor Kirchner, Carlos Menem, Adolfo Rodríguez Saá, Ricardo López Murphy o Elisa Carrió, llegará a la Casa Rosada con una base de sustentación mucho más estrecha que aquélla de Fernando de la Rúa o de Menem, lo que, en un país tan oposicionista como el nuestro, garantizará su aislamiento casi inmediato. Puede que la oposición formal y el «ala política» propia decidan permitirle operar durante un lapso por miedo a las consecuencias de un nuevo colapso institucional, pero sorprendería que andando el tiempo no llegaran una vez más a la conclusión de que el presidente de turno es la causa principal de la debacle nacional.
De los candidatos principales, el mejor ubicado conforme a las reglas políticas habituales parecería ser el santacruceño Kirchner, el que en teoría cuenta con el respaldo del duhaldismo bonaerense que, como sabemos, constituye el aparato político más poderoso del país. Sin embargo, ya se dice que la relación de Kirchner con sus padrinos oficiales es bastante mala debido a las luchas internas rutinarias más el recelo que siempre sienten los integrantes de una banda hacia cualquiera que no sea de los suyos. Así, pues, de salir airoso el candidato apoyado por Eduardo Duhalde, tendría que optar entre actuar como un mero títere de la primera minoría peronista por un lado y, por el otro, procurar rodearse de santacruceños, «solución» ésta que no le sería nada fácil en vista de la escasa población de su provincia. Del mismo modo, en el caso de que triunfara Rodríguez Saá sería de prever que una cantidad insólita de puestos oficiales se viera ocupada por puntanos, reeditando de esta manera la experiencia de los años menemistas en los que políticos, abogados, jueces y empresarios riojanos disfrutaron de privilegios totalmente reñidos no sólo con las normas democráticas sino también con el sentido común. Huelga decir que si gana Menem el mismo fenómeno se repetiría, aunque su propio entorno es mucho más heterogéneo de lo que lo era diez años antes.
Menos localistas en términos geográficos podrían ser los dos ex radicales, Elisa Carrió y López Murphy, porque ambos a su modo encarnan sus ideologías particulares, pero aun así les costaría mucho formar un gobierno que fuera adecuadamente representativo. Para lograrlo, tanto ellos como cualquier otro tendrían que contar con el apoyo de un partido grande, exigencia que, es evidente, nadie está en condiciones de cumplir. Es que la hostilidad comprensible que siente la mayoría abrumadora de la ciudadanía hacia los partidos tradicionales está privando al país de la posibilidad de conformar un gobierno que sea lo bastante fuerte y amplio como para emprender las medidas necesarias para superar una crisis que, el «veranito» del que se habla no obstante, lo tiene postrado. Mientras dure esta realidad, cualquier gobierno concebible será extremadamente débil, lo que puede ser una buena noticia para aquellos que están resueltos a resistirse al cambio pero que no lo es en absoluto para los millones que no tendrán ninguna posibilidad de acceder a los beneficios de una economía relativamente eficiente hasta que el país por fin comience a salir del marasmo ultraconservador en el que se ha visto atrapado desde hace tantos años.
Aunque abundan las señales de que la cultura política de la ciudadanía en su conjunto ha evolucionado notablemente en el transcurso de los meses últimos al darse cuenta de la inutilidad de las "alternativas" demagógicas propuestas y reaccionar contra personajes de actitudes violentas como el senador Luis Barrionuevo, en el plano institucional la regresión ha sido patente. Al fragmentarse todos los partidos, desde los más grandes hasta los más minúsculos, nos vemos frente a un panorama dominado por caciques, lo que nos retrae a las épocas primitivas que se daban antes de difundirse la conciencia de que gobernar una sociedad compleja es imposible a menos que haya organizaciones partidarias amplias y profundas, aglutinadas en torno de ciertos principios básicos, que estén en condiciones de coordinar los esfuerzos de decenas de miles de personas.
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