Río Negro Online / Opinión
Varias notas con opiniones contrapuestas se han publicado en «Río Negro» sobre la controversia entre ciencia y religión. Sin embargo, los tres grandes reformadores de la astronomía, Copérnico, Galileo y Kepler, han exaltado en sus escritos inmortales la grandeza de lo creado con espíritu místico y religioso. Copérnico, por ejemplo, en su obra de Revolutioibus afirma que el Sol, generoso dispensador de luz y calor, «debe ser el soberano por encima de los planetas, mucho más pequeños que él, en medio de todos debe residir el Sol en el bellísimo templo creado por Dios, ése es el lugar que le corresponde donde pueda iluminar a todos los planetas». Por su parte en la jornada tercera del Diálogo de los Máximos Sistemas, Galileo Galilei hace decir a su interlocutor Salviati: «¡Y finalmente te pregunto, oh hombre tonto! ¿Comprendes con la imaginación esa grandeza del Universo, la que juzgas demasiado vasta? Si la comprendes querrás considerar que tu aprehensión se extienda más que la potencia divina, querrás decir que imaginas cosas mayores que las que Dios pueda realizar. Pero si no la comprendes, ¿por qué quieres aportar juicio a las cosas que no comprendes?» Por último, Johannes Kepler, el gran astrónomo alemán, cierra su obra sobre La armonía del Mundo con las siguientes palabras: «Te doy las gracias, oh Dios creador, porque me has dado la gracia de ver lo que has hecho, regocijándome de la obra de tus manos. He terminado este trabajo al que fui llamado. Puse en él toda la fuerza de mi espíritu que tú me has dado. Pude descubrir la grandiosidad de tu obra a los hombres que leerán estas páginas, en lo que mi mente limitada ha podido comprender de tu reino infinito». Albert Einstein -profusamente citado por columnistas y lectores- en una de sus páginas más bellas expresa que «La fe en un mundo exterior independiente del individuo que lo explora constituye la base de toda ciencia de la naturaleza. Puesto que la percepción de los sentidos no proporciona sino indicios indirectos de este mundo exterior, de esta «realidad física», esta última no puede ser aprehendida por nosotros más que a través de la vía especulativa. A ello se debe que nuestras concepciones sobre la realidad física no pueden nunca ser definidas. Si queremos estar de acuerdo, según una lógica, tan perfecta como nos sea posible, con los hechos perceptibles, debemos estar siempre prontos a modificar estas concepciones; dicho de otra manera, a modificar el fundamento axiomático de la física. En realidad, si se da una ojeada a la evolución de la física, puede comprobarse que, en el curso de los tiempos, este fundamento ha sufrido cambios profundos». Esta fe en la naturaleza y en el mundo real constituye la esencia del pensamiento de Einstein compartiendo el genial pensamiento de Baruch Spinoza y jamás a lo largo de su vida dejó de hablar de religiosidad o de religión, haciendo de ello justamente el fundamento de su ética: «Quien crea que su propia vida y la de sus semejantes está privada de significado no es sólo infeliz, sino que apenas es capaz de vivir». Nadie como él advirtió el sentido del misterio: «La más hermosa y profunda emoción que podemos experimentar es el sentido del misterio. En él está el origen de todo arte, de toda verdadera ciencia». «Quien no haya probado jamás esta emoción, quien no se ha detenido para meditar y quedar cautivo en temerosa admiración, está como muerto, su vida se ha apagado. La sensación del misterio -aun si está acompañada por el miedo- encuentra también su origen en la religión. La certeza de que aquello que es impenetrable existe realmente y se manifiesta a través de la más alta sabiduría, de la belleza más radiante -y nuestras débiles facultades sólo lo pueden comprender en su forma más primitiva-, este conocimiento, este sentimiento está en el centro de la verdadera religiosidad». «Es en este sentido, sólo en él, que soy un hombre profundamente religioso… Me contento con aceptar el misterio de la vida eterna, con tener la conciencia y la intuición de la maravillosa arquitectura del mundo existente y con aspirar a comprender la infinitésima parte de la religión que se manifiesta en la naturaleza». Y más adelante agrega, dando forma a su pensamiento y estableciendo un correlato entre ciencia y religión, que «es cierto que en la base de todo trabajo científico algo delicado se encuentra la convicción de que el mundo está fundado sobre la razón y que de éste puede ser comprendido. Esta convicción, ligada al sentimiento profundo de la existencia de una mente superior, que se encuentra en el mundo de la experiencia, constituye para mí la idea de Dios». Ese ser superior al que precisó en otra ocasión diciendo «Creo en el Dios de Spinoza, que nos revela una armonía de todos los seres, y no en un Dios que se ocupe del destino y de las acciones de los hombres». Y ya que hablamos del padre de la física, sea válido también recordar a su esposa Mileva Maritsch, coautora de algunos de los trabajos científicos de A. Einstein, aunque injustamente olvidada. Nada más acertado para cerrar esta breve nota que el poema del sabio Rey Salomón, cuando sostenía que «La sabiduría es luminosa y nunca pierde su brillo./ Se deja contemplar fácilmente por los que la aman/ y encontrar por los que la buscan./ Ella se anticipa a darse a conocer a los que la desean./ El que madruga por buscarla, no se fatigará/ porque la encontrará sentada a su puerta./ Meditar en ella, es la perfección de la prudencia,/ y el que se desvela por su causa,/ pronto quedará libre de inquietudes./ La sabiduría busca por todas partes/ a los que son dignos de ella,/ se les aparece con benevolencia en los caminos,/ y les sale al encuentro en todos sus pensamientos».
Varias notas con opiniones contrapuestas se han publicado en "Río Negro" sobre la controversia entre ciencia y religión. Sin embargo, los tres grandes reformadores de la astronomía, Copérnico, Galileo y Kepler, han exaltado en sus escritos inmortales la grandeza de lo creado con espíritu místico y religioso. Copérnico, por ejemplo, en su obra de Revolutioibus afirma que el Sol, generoso dispensador de luz y calor, "debe ser el soberano por encima de los planetas, mucho más pequeños que él, en medio de todos debe residir el Sol en el bellísimo templo creado por Dios, ése es el lugar que le corresponde donde pueda iluminar a todos los planetas". Por su parte en la jornada tercera del Diálogo de los Máximos Sistemas, Galileo Galilei hace decir a su interlocutor Salviati: "¡Y finalmente te pregunto, oh hombre tonto! ¿Comprendes con la imaginación esa grandeza del Universo, la que juzgas demasiado vasta? Si la comprendes querrás considerar que tu aprehensión se extienda más que la potencia divina, querrás decir que imaginas cosas mayores que las que Dios pueda realizar. Pero si no la comprendes, ¿por qué quieres aportar juicio a las cosas que no comprendes?" Por último, Johannes Kepler, el gran astrónomo alemán, cierra su obra sobre La armonía del Mundo con las siguientes palabras: "Te doy las gracias, oh Dios creador, porque me has dado la gracia de ver lo que has hecho, regocijándome de la obra de tus manos. He terminado este trabajo al que fui llamado. Puse en él toda la fuerza de mi espíritu que tú me has dado. Pude descubrir la grandiosidad de tu obra a los hombres que leerán estas páginas, en lo que mi mente limitada ha podido comprender de tu reino infinito". Albert Einstein -profusamente citado por columnistas y lectores- en una de sus páginas más bellas expresa que "La fe en un mundo exterior independiente del individuo que lo explora constituye la base de toda ciencia de la naturaleza. Puesto que la percepción de los sentidos no proporciona sino indicios indirectos de este mundo exterior, de esta "realidad física", esta última no puede ser aprehendida por nosotros más que a través de la vía especulativa. A ello se debe que nuestras concepciones sobre la realidad física no pueden nunca ser definidas. Si queremos estar de acuerdo, según una lógica, tan perfecta como nos sea posible, con los hechos perceptibles, debemos estar siempre prontos a modificar estas concepciones; dicho de otra manera, a modificar el fundamento axiomático de la física. En realidad, si se da una ojeada a la evolución de la física, puede comprobarse que, en el curso de los tiempos, este fundamento ha sufrido cambios profundos". Esta fe en la naturaleza y en el mundo real constituye la esencia del pensamiento de Einstein compartiendo el genial pensamiento de Baruch Spinoza y jamás a lo largo de su vida dejó de hablar de religiosidad o de religión, haciendo de ello justamente el fundamento de su ética: "Quien crea que su propia vida y la de sus semejantes está privada de significado no es sólo infeliz, sino que apenas es capaz de vivir". Nadie como él advirtió el sentido del misterio: "La más hermosa y profunda emoción que podemos experimentar es el sentido del misterio. En él está el origen de todo arte, de toda verdadera ciencia". "Quien no haya probado jamás esta emoción, quien no se ha detenido para meditar y quedar cautivo en temerosa admiración, está como muerto, su vida se ha apagado. La sensación del misterio -aun si está acompañada por el miedo- encuentra también su origen en la religión. La certeza de que aquello que es impenetrable existe realmente y se manifiesta a través de la más alta sabiduría, de la belleza más radiante -y nuestras débiles facultades sólo lo pueden comprender en su forma más primitiva-, este conocimiento, este sentimiento está en el centro de la verdadera religiosidad". "Es en este sentido, sólo en él, que soy un hombre profundamente religioso... Me contento con aceptar el misterio de la vida eterna, con tener la conciencia y la intuición de la maravillosa arquitectura del mundo existente y con aspirar a comprender la infinitésima parte de la religión que se manifiesta en la naturaleza". Y más adelante agrega, dando forma a su pensamiento y estableciendo un correlato entre ciencia y religión, que "es cierto que en la base de todo trabajo científico algo delicado se encuentra la convicción de que el mundo está fundado sobre la razón y que de éste puede ser comprendido. Esta convicción, ligada al sentimiento profundo de la existencia de una mente superior, que se encuentra en el mundo de la experiencia, constituye para mí la idea de Dios". Ese ser superior al que precisó en otra ocasión diciendo "Creo en el Dios de Spinoza, que nos revela una armonía de todos los seres, y no en un Dios que se ocupe del destino y de las acciones de los hombres". Y ya que hablamos del padre de la física, sea válido también recordar a su esposa Mileva Maritsch, coautora de algunos de los trabajos científicos de A. Einstein, aunque injustamente olvidada. Nada más acertado para cerrar esta breve nota que el poema del sabio Rey Salomón, cuando sostenía que "La sabiduría es luminosa y nunca pierde su brillo./ Se deja contemplar fácilmente por los que la aman/ y encontrar por los que la buscan./ Ella se anticipa a darse a conocer a los que la desean./ El que madruga por buscarla, no se fatigará/ porque la encontrará sentada a su puerta./ Meditar en ella, es la perfección de la prudencia,/ y el que se desvela por su causa,/ pronto quedará libre de inquietudes./ La sabiduría busca por todas partes/ a los que son dignos de ella,/ se les aparece con benevolencia en los caminos,/ y les sale al encuentro en todos sus pensamientos".
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