“Un militar llegaba de noche y me gatillaba”, contó Iván Molina

Es uno de los detenidos en las instalaciones del Ejército en Bariloche durante la dictadura. Era dirigente gastronómico y estuvo alrededor de un mes secuestrado. Habla con la prensa por primera vez.

SOBREVIVIENTE

JORGE VILLALOBOS

jvillalobos@rionegro.com.ar

Iván Sabino Molina sufrió la dictadura militar en su cuerpo. También en su mente. Tenía 28 años cuando lo detuvieron ilegalmente a principios de abril de 1976, pocos días después del golpe militar. Por esos años se desempeñaba como asesor gremial del sindicato gastronómico de Bariloche. Estima que estuvo detenido alrededor de treinta días en un recinto de la entonces Escuela de Instrucción Andina, que hoy se conoce como Escuela Militar de Montaña de esta ciudad. Iván sobrevivió.

Aseguró que se presentó como querellante en una causa penal que se había iniciado cuando regresó la democracia en el juzgado federal de Viedma porque en Bariloche no había. Ayer, 38 años después, relató por primera vez a “DeBariloche” los días de cautiverio que sufrió rodeado de su esposa Marta, sus hijas y nietas en su casa del barrio 3 de Mayo de esta ciudad.

Su caso está incluido, junto con la detención del sindicalista del Soyem Germán González, en la causa que tiene a ocho exmilitares imputados por delitos de lesa humanidad cometidos en la dictadura que el juez federal de Neuquén Gustavo Villafañe elevó a juicio a finales de 2012.

“Había cosas que iban ocurriendo que anticipaban el golpe”, rememoró ayer Molina. Sostuvo que personal del Ejército “comenzó a participar en la vida del sindicato mandados por la CGT”. “Vinieron de Buenos Aires y se metieron en el gremio meses antes del golpe. Nosotros seguimos con nuestra actividad”, contó.

Molina señaló que la información de que había ocurrido el golpe el 24 de marzo de 1976 se difundió desde la Escuela de Instrucción Andina de Bariloche, cuyo director era el general Néstor Rubén Castelli. Recordó que el teniente coronel Burgoa fue designado interventor de la Municipalidad de Bariloche.

“Días después del golpe nos convocaron a todos los gremios y asociaciones civiles a una reunión en el municipio donde los jefes militares explicaron cómo iba a ser el funcionamiento en la ciudad”, explicó Molina.

Señaló que a principios de abril -no recordó con precisión el día- “nos llaman por teléfono para ir a una reunión al municipio y antes de llegar a la puerta nos interceptan a mí y a Juan Nahuelquín dos policías que nos indican que los acompañemos a la Unidad Regional”, que está en el Centro Cívico.

Los hicieron esperar en un pasillo de la planta alta y luego le informaron a Molina que lo tenían que trasladar a los cuarteles. “En ese tiempo en Bariloche nos conocíamos todos y le pregunté a un oficial de apellido Guajardo cómo era el tema. Me dijo que después me iban a informar”, comentó Molina.

Lo subieron a un Ford Falcon y le dijeron que le tenían que vendar los ojos. Así, ingresó a la Escuela de Instrucción Andina (EIA) que funcionaba en el kilómetro 9,500 de la avenida Bustillo de esta ciudad. Era de día. Luego, lo trasladaron hasta la cancha de pelota paleta y lo dejaron sentado en un banco de plaza, que estaba en el medio de una especie de gimnasio que no tenía ventanas. Siempre estuvo con los ojos vendados y con custodia permanente.

Molina señaló que reconoció el lugar porque conocía las instalaciones de la EIA porque “mucha gente iba a jugar al fútbol ahí en el predio”. Contó que su hermano estaba cumpliendo el servicio militar obligatorio mientras él estuvo detenido, pero nunca se enteró de su detención.

Las horas fueron pasando sin agua ni comida. Llegó la noche y comenzó a sentir el rigor del frío. Señaló que cuando lo detuvieron andaba en mangas de camisa. Relató que escuchaba el ruido de los autos que pasaban por la avenida Bustillo.

“Me tiraron una manta y cuando me quiero cubrir estaba llena de agujeros”, recordó. “Pasé varios días sin agua ni comida”, sostuvo. Y las pocas veces que comió fueron unos fideos fríos.

Comenzó a buscar explicaciones para su detención y llegó a la conclusión que tenía que ver con su actividad en el sindicato. “En ese momento, el gremio gastronómico realizaba un sistema de capacitación de los delegados que nos permita estar preparados para la discusión diaria con los empresarios y de esa forma tener un gremio organizado”, señaló.

Recordó que tenían como asesores legales al exjuez Ariel Asuad y Rubén Marigo, quien fue designado en 2012 juez laboral de esta ciudad. “Ellos se encargaban de informar del contenido de las leyes laborales a los delegados y trabajadores”, comentó Molina.

Recordó que por esos años existía un sistema de distribución salarial a través del laudo gastronómico. “Era un sistema de distribución de la recuadación diaria del establecimiento de acuerdo a puntos”, explicó. Afirmó que por esos años los trabajadores gastronómicos eran los que tenían los mejores salarios en Bariloche.

“Ese sistema de laudo no era bien visto por el empresariado”, indicó. Luego fue derogado en la dictadura.

“Una noche las vendas se me había corrido mientras estoy tirado en el banco y veo contra la pared a una cantidad enorme de personas sentadas en el piso con los ojos vendados. A una persona la vi bien y no la pude olvidar más. Era una persona mayor. Después, la reconocí cuando nos citaron desde el juzgado federal de Viedma. Allí lo encontró al hombre de apellido Levita, de El Bolsón. No podía hablar bien porque me contó que lo habían picaneado en la lengua”, afirmó.

“Escuchaba los borceguíes de los militares que pasaban a cada rato y no podía dormir. Una noche se me acercó un militar en silencio y carga el arma y gatilla cerca de mi cabeza. Eso lo hizo muchas veces. Llegaba de noche en silencio y me gatillaba. Yo permanecía callado. No sabía qué hacer”.

Luego vinieron los interrrogatorios. Siempre con los ojos vendados. “Un día me llevaron a otro edificio y me sentaron en una silla y me comenzaron a tomar declaración”, recordó.

“Me pedían que les dijera quiénes eran los que manejaban el sindicato si eran Asuad o Marigo. Les respondí que estas personas eran contratadas por el gremio y lo único que hacían era cumplir sus funciones de asesoramiento legal”, contó.

“Comenzaron a ojear carpetas y me preguntaban sobre mi actividad gremial y política. Y me decían vos no podés mentir porque tenemos toda la información. Y tenían información de hasta cuando yo era adolescente”, dijo aún sorprendido.

“Me preguntaban sobre la actividad de Montoneros en Bariloche y la zona. Les dije que Montoneros no estaba dentro del gremio”, relató.

38 años después asegura que eran tres sujetos los que lo interrogaron varias veces. “Uno era una persona muy veterana por la voz pausada y los otros eran jóvenes, pero nunca se identificaron. Esos interrogatorios se repitieron muchas veces, no sé cuantas”, aseguró.

“Como me mantenía siempre en lo mismo, un día me dice el de la voz pausada que me iban a liberar y me recomendó que colaborara con ellos y que cualquier cosa me iba a visitar en mi casa”. Indicó Molina.

Salió con los ojos vendados de la Escuela y lo subieron a un colectivo del Ejército. “Cuando me sacaron las vendas vi que había como doce personas, la mayoría jóvenes, que eran trasladados hacia el centro de Bariloche. No conocí a ninguno”, recordó.

“Cuando subo al colectivo se me caen los pantalones porque bajé de peso y los alcanzó a agarrar con la mano y un militar, de apellido Aranda, que venía en el colectivo, y que conocía porque era de la banda de música de la Escuela, me dice: Molina te presto mi cinturón. Y ese cinto de cuero negro con un escudo argentino lo tuve 25 años guardado”, afirmó. Su esposa Marta confirma el dato.

Lo liberaron frente a la casa de sus padres en la calle Gallardo al 700. Nunca le dolvieron sus documentos y durante años estuvo indocumentado. Aseguró que lo hostigaron y detuvieron varias veces en la calle.

Cuando retornó la democracia, contó que el dirigente sindical Ovidio Zúñiga lo invitó a participar en la reconstrucción del gremio, pero consideró que no era el momento. Y destacó la amistad con Zúñiga.

Siguió trabajando como gastronómico hasta los 40 años. Luego, el oficio de zapatero le permitió vivir durante 25 años con lo justo junto a su familia. Hoy, tiene una jubilación mínima y sueña con terminar su casa.

“Cuando vino la gente del juzgado federal de Viedma cuando retornó la democracia y nos convocaron para declarar y realizar una inspección en la Escuela de Montaña, lo único que quedaba de la cancha de pelota a paleta eran algunos cerámicos. Habían hecho desaparecer todo”.

“A uno le queda como reflexión sobre lo ocurrido que uno como ciudadano debe seguir defendiendo sus convicciones”, aseguró Molina. “Mi padre siempre decía que para ser un buen cristiano, el ser humano debe hacer todos los días algo bueno por los demás”.

“Todos los 24 de marzo lo encuentran a uno con más injusticia, con más exlucisión con un Bariloche más crítico”, opinó. “Soy y moriré siendo peronista, pero de los peronistas de unidad básica”, aclaró.

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