La agenda que Cristina no quiere debatir
Néstor O. Scibona
Pese a desconocer su derrota política en las elecciones primarias (PASO), la presidenta Cristina Kirchner prometió revertirla mediante la “profundización del modelo”. Tres días después convocó públicamente a un debate con banqueros, industriales y sindicalistas –sin participación de políticos opositores, ni productores agropecuarios– para discutir un modelo de país para la Argentina. Aunque en apariencia ambas declaraciones resultan ideológicamente contradictorias, una y otra ocultan la compleja agenda económica que su gobierno tiene por delante hasta el fin de su mandato en diciembre de 2015. En nombre de un “modelo” que cada vez cuesta más definir, el kirchnerismo aplicó a lo largo de la última década distintas políticas económicas, que fueron de una ortodoxia moderada a un creciente populismo. Pero a fin de octubre de 2011, a pocos días de haber logrado la reelección con el 54% de los votos, CFK produjo un viraje que no figuraba en las promesas previas de campaña. Así surgieron, también bajo el escudo multipropósito de la “profundización”, los controles cambiarios que complicaron toda la actividad económica y la decisión de hacer uso y abuso de las reservas y la “maquinita” del Banco Central, que terminó por fogonear una inflación que únicamente desapareció del relato oficial. Aunque la economía no fue el único eje de las PASO, debe haber influido para que el caudal electoral del Frente para la Victoria se redujera al magro 26,3% de hace ocho días, que implica un retroceso de casi 5 puntos con relación a la derrota legislativa del 2009. La incertidumbre sobre el futuro pesó más que los resultados del pasado; sobre todo cuando la economía dejó de crecer a “tasas chinas” Con este marco político, las apelaciones oficiales a “profundizar el modelo” agregan más desconfianza y riesgos de frenar aún más las inversiones privadas, que es lo que más necesita la economía para recuperarse en forma sostenida –más allá del limitado repunte de 2013– y volver a crear empleos formales. Para muchas empresas, el modelo es sinónimo de más controles y parches, con los que el gobierno ataca los efectos y no las causas de los problemas que contribuyó a crear. Sin embargo esos problemas existen y forman parte de una agenda que CFK no quiere ver y difícilmente forme parte del extraño debate propuesto. Por lo pronto, el gobierno debería sincerar el diagnóstico económico y social, comenzando por las propias estadísticas oficiales. Hoy no es posible determinar la verdadera magnitud de la inflación que, al ser subestimada por el Indec, provoca una baja artificial de los indicadores de pobreza e indigencia. Además sobreestima el PBI, que en las proyecciones privadas se ubica alrededor de dos puntos por debajo del cálculo oficial. El anunciado lanzamiento a fin de octubre del nuevo índice “nacional” de precios al consumidor puede ser una cáscara vacía, si no se adopta la decisión política de computar los verdaderos precios que pagan los consumidores en todo el país y no los que ordena Guillermo Moreno. Las inverosímiles estadísticas inflacionarias distorsionan también el valor del tipo de cambio real, que para el gobierno no está retrasado frente a la suba de los costos internos. Incluso CFK acaba de fustigar a quienes reclaman una devaluación, alertando que quieren volver a la crisis del 2001. En realidad, casi todas las estimaciones privadas indican que el tipo de cambio real peso–dólar ya se ubica en niveles similares o algo inferiores a los de ese año, antes del estallido de la convertibilidad. Esto ocurre pese a que el BCRA aumentó en los últimos meses el ritmo de devaluación del peso (al 20% anualizado), pero la inflación neutralizó esa mejora cambiaria nominal. El hecho de que el FPV haya perdido las PASO en seis provincias cuyas economías, exportaciones y niveles de empleo están seriamente afectadas por este problema, es un indicador de que la solución no está a la vista. Lo mismo ocurre con productores agrícolas de amplias zonas de la Pampa Húmeda, que además pagan retenciones por sus ventas externas y en el caso del trigo, maíz y carnes están sometidos a cupos. Sin frenar la inflación y corregir el retraso cambiario, será difícil que el BCRA recupere reservas y flexibilice los controles, que se han venido multiplicando en el último año y medio. No obstante, una maxidevaluación aislada no resolvería el problema sino que lo agudizaría (el caso de Venezuela es un ejemplo elocuente); mientras un esquema de tipos de cambio múltiples, sin un plan económico integral y coordinado, sólo sería un parche para postergarlo en el tiempo. Paralelamente, cada vez parece menos sostenible a mediano plazo la política de financiar el agujero fiscal con emisión de pesos del BCRA y utilizar las reservas para pagos en dólares del sector público. Máxime con las crecientes importaciones de gas y combustibles que, junto con el mayor gasto turístico en el exterior, restan divisas para las importaciones de muchos sectores productivos. Sin embargo, corregir el déficit energético requeriría de políticas generales y no de un tratamiento caso por caso. Aún con su cuestionable hermetismo, el contrato de YPF con Chevron implica una minúscula proporción de la multimillonaria inversión en dólares que sería necesaria para desarrollar Vaca Muerta y recuperar el autoabastecimiento de hidrocarburos a mediano plazo. Mientras tanto, las importaciones caras de energía multiplican la cuenta de subsidios a las tarifas (que ya superan el 4% del PBI) y por ende, el gasto público cuyo ritmo de aumento resulta más difícil de contener a raíz de la alta inflación, lo cual requiere de mayor emisión de pesos para cubrir el déficit y de mayor presión tributaria, directa o indirecta. Aún cuando el gobierno decidiera racionalizar y reorientar los subsidios hacia los sectores de menores ingresos, debería hacerlo con un sendero de mediano plazo para atenuar el impacto sobre el poder adquisitivo de los salarios y los costos de producción. Con todos estos y otros temas ausentes de la agenda oficial, la intención de profundizar o debatir el modelo suena a justificar “más de lo mismo”. O sea, más medidas para emparchar desequilibrios a costa de profundizarlos y tornar más tortuoso el camino económico hasta fin de 2015. Para colmo, el mundo ya no ayuda como antes. Aunque no se nos haya “caído encima” (uno de los argumentos preferidos por CFK para justificar el estancamiento de 2012 provocado por su propio cambio de políticas), China y Brasil –los principales clientes de la Argentina– han desacelerado su crecimiento, mientras los países emergentes deprecian sus monedas para ser más competitivos. Aquí otra luz amarilla es la reciente baja de los precios a futuro de la soja y el maíz, justo en vísperas de la época de siembra 2013/14. Si se consolida esa tendencia, significará un menor ingreso de divisas y recursos fiscales para el año próximo, que se hará sentir sobre una economía anémica de dólares y en la que el polémico blanqueo de este año –convertido por Moreno en una virtual colecta empresaria– ni siquiera alcanza todavía a mover el amperímetro.
La semana económica
Néstor O. Scibona
Registrate gratis
Disfrutá de nuestros contenidos y entretenimiento
Suscribite por $2600 ¿Ya estás suscripto? Ingresá ahora
Comentarios