Hijos y alumnos 2.0

MARCELO ANTONIO ANGRIMAN (*)

Hoy nuestros niños, adolescentes y jóvenes se sumergen con naturalidad en internet y utilizan para su comunicación las distintas opciones que la galaxia digital propone. Han nacido en tiempos en los que la utilización de libros impresos y las bibliotecas de madera han perdido cierto fulgor. Hoy el Google y Wikipedia en segundos resuelven muchos de los enigmas que décadas atrás llevaba horas develar. Mientras los inmigrantes digitales redactan, los nativos digitales provienen del registro de la oralidad. Los mensajes “se hablan”, no se escriben. Con la vertiginosidad con que los cambios tecnológicos se producen, para muchos jóvenes acostumbrados al Facebook o el Twitter un e-mail ya ha pasado a ser una antigüedad reservada para “los formales”. Paralelamente, se ha estimulado social y comercialmente el acercamiento de los códigos on-line a los niños. Así, se ha introducido la idea de que acceder a Facebook, por ejemplo, es una forma de atravesar la primera frontera que los acerca a la adultez. Aunque esta red está vedada para menores de 13 años, muchos chicos con complicidad de sus progenitores logran incorporarse a la misma. Allí se da una conjunción perversa por la cual los padres, ante la presión de sus hijos o alguna otra razón, mienten sobre su edad y liberan a la empresa de toda responsabilidad por cualquier consecuencia nociva que se pudiera generar. Esto implica un cambio de paradigma respecto del trato que los adultos deben prodigar a los nativos digitales, sean éstos sus hijos o alumnos. Está claro que la mayor o menor permisividad de padres o docentes en la utilización de estos medios dependerá de los valores que cada familia o escuela privilegien pero, al menos, los menores deberían ser alertados e informados sobre los efectos de su uso. Lo primero que deberían saber es que el compartir todo puede traer consecuencias no queridas a futuro. Hay una frase que sintetiza lo expuesto: “Lo que publico, lo hago público”. Aunque parezca que uno enfrenta un mundo de fantasía inofensivo desde una aparente privacidad, los registros quedan indelebles para siempre. Por ello, con cierta ironía se ha dicho que “las palabras y las imágenes se las lleva el viento, en internet no hay viento”. En el reciente Segundo Congreso Internacional sobre Conflictos y Violencias en las Escuelas, celebrado en la Ciudad de Buenos Aires, se difundió un spot donde una adolescente sube una sugerente foto suya a internet. El video hace una analogía y muestra a la misma joven dejando una foto papel en una cartelera escolar donde muchas personas la retiran diariamente. Curiosamente, siempre hay una nueva imagen a disposición que reemplaza la anterior. El día en que la propia señorita se arrepiente y angustiada quiere deshacerse de la misma, no puede. Ya es tarde. Por ello el licenciado Roberto Balaguer Prestes recomienda “Pensar antes de publicar”. Se debe enseñar a esperar frente a un sistema que invita a actuar y a plantearles a los jóvenes: “¿Te gustaría que se dijera eso de ti? ¿Lo dirías delante de tus padres? ¿Lo dirías cara a cara?”. Sobre este último interrogante un spot español animado muestra a una nena que sube a un colectivo y le cuenta al conductor quién es, su edad, dónde vive, quiénes son sus amigos, dónde irá de vacaciones, etcétera. Luego repite la misma plegaria ante cada uno de los pasajeros que, perplejos, la observan recitar. La pregunta final del corto es: “Si no lo haces en tu vida, ¿por qué lo haces en internet?”. El periodista Mariano Blejman, incluso, publicó un artículo llamado “Róbenme.com”, donde por los dichos de jóvenes que por estas redes sociales habían mencionado dónde y cuándo vacacionarían, se podían detectar las viviendas vacías de un vecindario. De lo expuesto surge la importancia de la presencia de los padres, del saber qué hacen sus hijos y ejercer un control sobre ellos, no desde la sobreprotección sino desde el cuidado. Otro tema que preocupa, y mucho, es el del ciberbullying (bullying proviene de “toreo”, palabra adoptada en 1993 por Dan Olweus, un investigador noruego, para aludir al maltrato sistemático y continuado entre pares). Las características de este acoso, según la licenciada María Zysman, es que es anónimo, implica una conducta agresiva, existe un desequilibrio de fuerzas y las conductas se repiten en forma reiterada. El hostigado suele ser “el diferente”, quien no sabe quién lo ataca y experimenta, ante el rechazo, miedo sin poder evitarlo. Cada repetición reaviva el dolor y es difícil su admisión, por lo cual suele guardar silencio. Quizá sea ésta una de las formas más crueles y cobardes de violencia, donde la asimetría de poder entre víctima y victimario es evidente. Sara Arbiser, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), señala: “Que esos chicos se animen a hablar y que los adultos los escuchen y actúen en consecuencia es lo que hace toda la diferencia. En Estados Unidos, por ejemplo, vi cómo ante un caso así a los chicos se los reunía y se los ponía a hablar. Aquí rara vez se toma la palabra, y por eso estas cosas arrancan en jardín y se las deja crecer de año en año. Al final, la violencia es imparable”. Se recomienda en estos casos la intervención del adulto, poner a uno en el lugar del otro, llamar a la reflexión y a pensar antes de actuar, siempre desde el lugar de padre o docente y nunca como par. Porque, como diría un Aristóteles de la modernidad, “El ser humano es dueño de sus silencios y esclavo de sus enter”. (*) Abogado. Profesor nacional de Educación Física. marceloangriman@ciudad.com.ar


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