Mutua-estima

MARíA EMILIA SALTO bebasalto@hotmail.com

Si hay una palabra más usada que “Papá” y “Maradona” (y a lo mejor, ahora, “Messi”) es “autoestima”. Las toneladas de libros, los portales de internet, los programas periodísticos, los y las gurúes del tema, y por supuesto, el tema de conversación habitual, el lugar común para muchas situaciones, es “hay que subir la autoestima ”. Las grúas de cómo hacerlo están siendo un negocio que, me parece, puede competir con la droga, las guerras y los implantes. He leído algunas cosas. No vaya a creer que desprecio el asunto, y sus aportes, porque ¿quién puede negar que es mejor tener buena actitud ante los desafíos de la vida, que somos uno con el cosmos, que el poder está en nuestro interior, que…? Bien. Podemos suponer que esta emergencia (de “emerger”) de la persona, es un avance en el espinoso camino de la armonía de las relaciones humanas; una superación del estereotipo “hombre-masa” que signó todo el siglo XX. Ya dimos la curva conflictiva del cambio de siglo, las computadoras resistieron, no era el fin del mundo –ahora hay que esperar que este año, el mítico 2012 del calendario maya, no lo sea– y ¿qué superamos? El mundo de la electrónica llegaba para facilitar nuestra vida, para dejarnos tiempo, precisamente, para disfrutar más. ¿Ha ocurrido así? A veces; y a veces, muchas, muchas veces, no. Tenga usted un problema con su celular y trate de comunicarse y transite el calvario de si quiere esto marque uno, si quiere lo otro dos, y tres, y cuatro y si llega a una voz humana, ésta será educada e impersonal y punto. Tengo muchos ejemplos de este tipo, que justifican tanto tratado de autoestima porque la pobre quedó chata como suela de alpargata. El mundo sigue siendo un lugar hostil, y no hay respiración profunda que valga si tarda el colectivo o el auto quedó atrapado en el túnel del tiempo. ¿Y qué puedo contarle si, como pasa, hay que afrontar alguna cola de pago? La gente que está detrás de las cajas y nos llama por número es especialista en poner a prueba la autoestima. Quiero contarle una experiencia inolvidable. Aún ahora, me causa una mezcla rara de risa y bronca. Sucedió precisamente en una de estas bocas de pago, inevitables, y la cola era tal que había asumido la forma del caracol, de modo que decenas de personas estábamos muy cerca. Ora nos veíamos la cara, ora los flancos, ora la espalda. De las tres cajas, sólo llamaba una, así que los cambios de pie, los suspiros, comentarios, miradas al reloj, mensajes a celulares, saturaban el ambiente; el cosmos se cerraba, el yo interior no contestaba y el clima se tornaba denso. Entonces decidí que era la hora de hacer valer la autoestima y empecé a aplaudir, convencida de que mis compañeros y compañeras de ruta harían lo mismo y lograríamos un poco de respeto. No le miento: aplaudí en completa soledad largos minutos, mientras a mi alrededor alguna gente sonreía, otra susurraba, y todos y todas evitaban mirarme… Trágame tierra, rogaba, y ahora ¿cómo paro, cómo salgo de ésta? Me picaban las palmas de las manos, las tenía rojas… y nada. Así que frustrada y avergonzada, me crucé de brazos… y esperé media hora más. Conclusión: la autoestima es bárbara, pero la mutua estima es mejor. Si no podemos realizar una muestra de respeto común, que convierta la solitaria experiencia en solidaridad, mejor sigamos prendiendo un sahumerio o una velita y en la tranquilidad del grupo afín sigamos engañándonos con el poder interior. El negocio, viento en popa.

EN CLAVE DE Y


MARíA EMILIA SALTO bebasalto@hotmail.com

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