El diario y yo
“Si alguien objetara el tono fuertemente narcisista del título de este artículo, habría que darle la razón. O una parte de la razón, porque la invocación del yo también remite al amor propio, y eso está bien, porque es bueno quererse. Es claro que para quererse hay que tener motivos valederos porque, de no ser así, uno puede caer en un pozo depresivo insuperable. Y por fin, prefiero ese título antes que el que me propusieron, algo así como “mi paso por el diario”, que no me gustó porque me parece escasamente original y, además, porque no se trata sólo de mi paso, como algo que ya sucedió, sino de algo que sigue pasando.
Me convertí en periodista en 1970 cuando el director del diario, que también sigue, me propuso que ingresara como jefe de la Agencia Neuquén. Yo –de vuelta en la región desde Buenos Aires después de haber pasado una noche en la comisaría Primera de Avellaneda que dirigía Miguel Etchecolatz– había empezado a hacer una columna de humor en 1969. Firmaba como Ana Tole, algún tiempo después de haber leído La Isla de los Pingüinos, de Anatole France, que ridiculizaba a la alegre burguesía francesa de los tiempos de la ‘Belle Epoque’ que siguieron a la Comuna de París. Aquí, en la Argentina, después de la insurrección cordobesa que le movió el piso al dictador Juan Carlos Onganía, se abrían tiempos propicios para recuperar el humor político. Después de la caída de Onganía la dictadura continuó con Levingston y Lanusse, pero agónica.
“Éramos tan libres” fue el título de un libro que, previa selección de algunos de aquellos escritos, hizo Mónica Reynoso para mí. Esas libertades reconquistadas en el país se vivieron también en la Agencia Neuquén, que goberné como si fuera Sancho Panza en la Ínsula Barataria. Una vez le dije al director que yo podría escribir un libro como el que Jorge Asís le dedicó a algunas intimidades de “Clarín”, y él me contestó que no podría porque me faltaría información, ya que no había trabajado en el corazón del diario, que era la casa roquense. Era verdad. Aunque es un consuelo poder replicar ahora, casi medio siglo después, que él tampoco pudo enterarse de todo lo que pasaba en la ínsula. Con todo, si fuimos tan libres, algo tuvo que ver el diario que lo hizo posible.
Me fui a principios del 73. Se avecinaban grandes acontecimientos y yo no me los quería perder. El viaje fue mayor al previsto, porque, tras un año en Brasil terminó en México, a principios de 1978. Vivir fuera del país a la fuerza, desterrado, no es bueno. Pero como se suele decir, no hay mal que por bien no venga. Por eso, los “argenmex” recordamos con cariño a ese país que, como a muchos otros hombres y mujeres de todo el mundo, nos abrió los brazos.
Volví, volvimos, no bien fue posible. Eso sucedió cuando la dictadura, ya debilitada, buscó una salida hacia adelante con la invasión a Malvinas. La derrota precipitó su caída.
Nuevamente encontré brazos abiertos que me recibieron. Pienso en los de este diario, su director, que sin aspavientos solidarios –él es así– y no obstante mi evidente parentesco con la subversión volvió a colocarme en esta pequeña patria de Jaime de Nevares y Felipe Sapag. Dueño y señor otra vez, aunque no tanto, de la Agencia Neuquén, mi segundo hogar, y jubilado muy a mi pesar desde hace unos 15 años sigo aquí, prendido como una lapa, pasen y véanme”.
esa pasión
El presente
“Tuti” Gadano hoy, ya jubilado, sigue muy ligado a la Agencia. “Mi segundo hogar”, asegura. Aquí trabaja.
Histórico jefe de la Agencia Neuquén. Realizó innumerables aportes con sus investigaciones y publicaciones.
Jorge Gadano
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