Zambayonny: un tipo gentil con una lengua irreverente
Comenzó en la web, ya editó su primer libro y preparaun nuevo disco.
Natalia López
natalial@rionegro.com.ar
Se dice de él que es cantautor y escritor. Un trovador guarango, de léxico prohibido, de pluma irreverente. Que su estilo es feroz y terrible. Que carga con el mote de artista de culto. Que las letras son geniales, desprejuiciadas, que invitan al canto colectivo, ideales para entonar con los amigos en un asado. Que las melodías se te pegan y terminás tarareándolas en las situaciones menos apropiadas. Que tiene un humor delirante, ingenuo y vertiginoso.
Que la sensibilidad contemporánea de sus canciones lo hicieron famoso. Que es un boom en internet, sus videos en YouTube tienen visitas millonarias y en Facebook lo siguen más de 26.000 fans. Que cantó encapuchado en tevé. Que es un enfermo del fútbol. Que cuando abre la boca, le tienen miedo. Que lo admiran roqueros e intelectuales. Que lo ignoran banqueros y sacerdotes. Que grabó seis discos, los primeros en forma independiente y los últimos con una discográfica. Que dio más de cien shows en un año. Que editó su primera novela. Que ya prepara un disco nuevo. ¿Quién es Zambayonny y qué dice Zambayonny de él?
–Zambayonny, ¿es un nombre o un apellido?
–La verdad ninguna de las dos cosas. Es una especie de apodo, un nombre artístico que surgió de casualidad y después quedó fijo.
–Pero vos ¿cómo te llamas, qué dice tu DNI?
–Mi DNI es uno de los secretos mejor guardados.
–¿La edad también?
–No, tengo 36. Nací en Buenos Aires, en el barrio de San Telmo. Viví muchos años en Bahía Blanca.
–Mirás para atrás y ¿qué ves? ¿Cómo eras de chico?
–Una infancia perfecta, con muchos amigos, jugando al fútbol, en un medio absolutamente normal, bastante lector, aunque con una vida mucho más callejera que de biblioteca.
–De grande, ¿qué sentís que sos? ¿Artista, escritor, músico…?
–Siempre le di la misma importancia a la música que a la literatura aunque lo de escribir canciones apareció después. También hice radio.
–¿Y cómo pasaste de hacer canciones para cantar en los asados con tus amigos a grabar discos y dar shows?
–Arranqué haciendo canciones más serias, de muchos estilos distintos. Éstas, las de ahora, eran una especie de casualidad, que escribía para los amigos. Cuando comenzaron a llegar a mucha gente por Internet me ofrecieron firmar un contrato para grabar y hacer un par de shows. Hicimos dos o tres y automáticamente estuvimos dos años sin dejar de tocar y firmamos un contrato con Pelo Music por cinco discos. Desde entonces sigo tocando. Todas cosas que arrancan casi de casualidad.
–Internet cumple un rol fundamental a la hora de difundir lo que hacés. ¿Cómo empezaste a circular por medios más tradicionales?
–Hoy por hoy ningún medio masivo desconoce nada de lo que ocurre en Internet. De hecho, para confirmar noticias o para estar al día se tiene que estar viendo el Twitter de algún periodista. Las mejores informaciones aparecen antes en la web que en las agencias de los diarios. Y lo mío también. Igual cuando aparecí cantando en El Trece, al mediodía, fue lo que marcó la diferencia. La masividad de cualquier canal de aire descompensa la balanza de internet.
–Cómo fue eso? Porque también te encontrás con un público más heterogéneo.
–Era parte del desafío, de la broma, de ver qué pasaba cantando estas canciones o algunas de ellas en un medio como el 13. Sabíamos que iba a marcar un antes y un después porque eso iba a rebotar en todos lados y lo hicimos. Al principio todo el mundo tuvo miedo y querían ver las letras antes. Después se dieron cuenta de que yo soy una persona absolutamente tranquila. Lo que pasa es que a veces la gente se confunde. Lee en un cuento un tipo que mata gente y cree que el autor sale a matar gente por la calle. Es ficción, chicos.
–La prensa te ubica como heredero de la tradición de Tangalanga. O Leo Maslíah: un tipo solito en el escenario, con su guitarra –en el caso de él, el piano– y sus canciones: expuesto y despojado. ¿Eso te hace sentir cómodo o es una mochila pesada?
–No, para nada. Yo fui telonero de Tangalanga dos veces. Lo he escuchado toda la vida, me parece un tipo sumamente lúcido, muy divertido, que ha incorporado palabras al habla popular, giros de humor que le pertenecen. Y Leo Maslíah es uno de los mejores músicos de Latinoamérica. Un monstruo infernal con mucha menos repercusión de la que debería tener. Es un escritor tremendo. Puede tocar solo cualquier cosa. En todo caso es una mochila pesada para él que digan que yo tengo algo de él.
–¿Qué influencias reconocés en la literatura?
–Son un montón de influencias que no las nombrás porque te da cierto pudor. La verdad que de cada uno que leí me llevo algo. Después está lo que uno tiene por naturaleza, la cosa propia que no sabes de dónde viene.
–Cuando ves que gente a la que admirás por su laburo declara admiración por lo tuyo, ¿sentís que llegaste a donde querías o que podes seguir caminando sin esa respuesta?
–Uno puede seguir caminando sin ninguna respuesta. Obviamente que estas cosas son premios buenísimos. Pero también me gusta que otra gente que es anónima, amigos míos a los que considero excelentes críticos, les guste lo que yo hago. No lo sobredimensiono porque creo que es un error. Obviamente te pone contento la crítica de gente respetada.
–De chicos nos perseguían con no decir “malas palabras”. Pero lo más divertido era transgredir esa norma. ¿Desde ese lugar puede venir la conexión con el público?
–Yo nunca levanté la bandera de las “malas palabras” y no me interesa meterme en esa discusión. Mucha gente me dice que son canciones que les gusta cantar delante de ciertas personas. Es una situación interesante gritar una mala palabra delante de un tipo que sabés que se va a horrorizar. Una vez lo elegí como una estética para hacer cien canciones, como una broma.
–Tus letras van más allá…
–La idea de no poder cumplir con los parámetros de la sociedad es mucho más atractiva para escribir que la de un tipo que gana, que está con la mujer que ama, en un yate en el mar Mediterráneo. Es más rico el que está deseando, el que busca, al que le sale mal y lo intenta.
–Gente que te conoce de cerca escribió –a modo de biografía– que sos “alcohólico, mentiroso, jugador y mujeriego”.
–Un poco fuerte, ¿no? El 70% es verdad. Hay un 30% restante que se puede discutir.
–¿Estás conforme con esa descripción?
–Creo que salí beneficiado.
–Sabina se reconoce como el yerno que toda suegra no quiere tener, a diferencia de Serrat que sería a quien todas adoran.
–Totalmente. Yo soy al revés. Soy el yerno que todas las suegras quieren tener pero no soy el novio que todas las mujeres desean.
–¿Tenés prevista alguna visita a la zona?
–Vamos a donde nos contratan. ¿Vos de dónde me hablás? Desde General Roca. Ah, sí conozco. Yo viví por allá. Estaba ¿“Aquellarre” se llamaba? Ah, viste cómo conozco cosas raras. Conozco mucho, yo viví en Neuquén, viví en Cipolletti.
–¿Y qué hacías por acá?
–Y… no te puedo contar. Cosas… muchos viajes…
–¿Todo legal?
–Todo es legal, más en un teléfono.
El Zamba en acción: solo y despojado. Lo acompañan el atril y la criolla.
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