Bergoglio perdió su guerra
JORGE GADANO jagadano@yahoo.com.ar
Esta vez, en el tratamiento del proyecto de ley del gobierno nacional para posibilitar el matrimonio entre personas del mismo sexo, el conflicto no se dio entre el gobierno y la oposición política. Con la votación del Senado en la madrugada de anteayer triunfaron el oficialismo y las fuerzas políticas y sociales que lo acompañaron. La derrota fue de la jerarquía de la Iglesia Católica y, en particular, de su jefe, el cardenal Jorge Bergoglio, quien había definido el enfrentamiento como una “guerra de Dios”. Es ésta la hora en que el Supremo Hacedor debe de estar reclamándole por haberlo metido en una guerra que se perdió. La nueva ley, primera en un país de América Latina, es un paso más, un gran paso, en la secularización de la vida institucional y política de esta nación que, en la segunda mitad del siglo XIX y ya embarcada en la etapa de la definitiva organización nacional, emprendió su constitución como Estado laico con la ley de matrimonio civil, sancionada durante el gobierno de Miguel Juárez Celman en 1888 a iniciativa del presidente anterior, Julio A. Roca. De entonces a ahora, la secularización, no sin tropiezos, continuó avanzando. Conviene hacer un poco de historia para iluminar los acontecimientos de hoy. Ya en 1885 las relaciones del primer gobierno roquista con la Iglesia se habían resentido seriamente a raíz de la sanción de la ley 1.420 –impulsada por Sarmiento– de enseñanza obligatoria, gratuita y laica, que con la escuela pública reemplazaba las escuelas parroquiales en la educación de la niñez. Si bien en mayo de 1810 el obispo Lue se había pronunciado contra la revolución sosteniendo que debía ser un español quien gobernara estos territorios, el catolicismo, fortalecido con la tiranía de Juan Manuel de Rosas, levantó banderas nacionalistas contra la ofensiva laicista en protesta contra la llegada de maestras norteamericanas convocadas por Sarmiento. El conflicto adquirió tintes alarmantes cuando, enterado de que el embajador papal, monseñor Luis Matera, instaba a luchar contra su política seculariza-dora, Roca lo expulsó del país y rompió relaciones con el Vaticano. Nadie, sin embargo, se atrevió a proclamar que comenzaba una guerra santa contra un gobierno promotor del pecado. Después, durante el segundo gobierno de Roca –de principios del siglo XX– y con la compensación de una legislación que castigaba a la inmigración enemiga de Dios, la Iglesia hizo las paces y se restablecieron las relaciones con la sede pontifical. Es claro que, donde hubo fuego, cenizas –de las que arden– quedan. Roces hubo durante el gobierno del radical antipersonalista, Marcelo Torcuato de Alvear, cuando el papa Pío XI rechazó el nombra- miento de Miguel de Andrea, un liberal, en el lugar que hoy ocupa Bergoglio, el arzobispado de Buenos Aires. Las cenizas se apagaron con la llegada de Juan Perón al poder, quien se instaló sobre un trípode formado por la CGT (“columna vertebral del peronismo” según la definición del líder), el Ejército y la Iglesia, a la que entregó la enseñanza religiosa en la educación pública y el Ministerio de Educación, donde designó a Oscar Ivanisevich, un beato fascistoide que ocuparía el mismo cargo en el gobierno de Isabel Perón. La letra de una “Canción del Trabajo”, salida de la pluma de Ivanisevich, decía: “Hoy en la Fiesta del Trabajo/ unidos por el amor de Dios/ al pie de la bandera sacrosanta/ juremos defenderla con honor./ Que es nuestro pabellón azul y blanco/ la sublime expresión de nuestro amor/ por él por nuestros padres por los hijos/ por el hogar que es nuestra tradición”. Ahí estaba todo, pero como no tenía dotes de visionario, a Ivanisevich le faltó una línea en contra del matrimonio igualitario. Por lo demás, los muchachos prefirieron la marchita. El idilio duró ocho años. En 1954 el poder peronista se deterioraba y la Iglesia, a la vez que tomaba distancia, alentó la formación de un nuevo partido, el Demócrata Cristiano. Perón respondió poniendo fin a la enseñanza religiosa y autorizando el divorcio vincular. Así comenzó su exilio de 18 años, derrocado por una rebelión cívico-militar que alzó la divisa “Cristo vence”. Después, fue una constante que con los gobiernos militares la relación de la Iglesia fuera pacífica. También con algunos civiles. Con Alfonsín hubo entreveros que no se profundizaron. Con los Kirchner, desde que el vicario castrense sugirió tirar a un ministro al mar, todo fue de mal en peor. ¿Es posible que, con su convocatoria a la guerra, Bergoglio haya soñado con un final abrupto del gobierno de Cristina Kirchner? El 8 de mayo pasado consintió que un lenguaraz suyo, el jefe del Departamento de Laicos Justo Carbajales, hablara en nombre de la Iglesia para movilizarse y votar contra la corrupción. Después de eso, la guerra. En el diario “La Nación” de ayer Mariano de Vedia dice que esa convocatoria a la guerra, plasmada en una carta a las monjas, fue “un error estratégico” que lo dejó malparado frente al gobierno. El columnista pronostica que no se esperan “pases de factura” de los obispos a Bergoglio “en lo inmediato”, lo que significa que sí los habría al cabo de un tiempo. El obispo auxiliar de La Plata Antonio Marino le dijo que “la evaluación de la estrategia” se hará en la reunión plenaria que los obispos harán en noviembre. Pero no habrá paz hasta entonces sino apenas una tregua. Véase si no lo que dijo el arzobispo puntano Antonio Delgado de la ley aprobada: “Carece de legitimidad social”.
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