Fue el «hijo de la criada» y vivió en una casa de lujo en Río Negro: el “Chino” Navarro, alejado de la política, reconstruye sus orígenes
Decidió contar su historia a Diario RÍO NEGRO, que leía desde chico.
El “Chino” Navarro abraza a Margarita Román, su madre de 88 años. Está en la esquina de Güemes y Alberdi en Viedma, delante de su casa. Hace minutos, sacó un papel y le mostró lo que para él es un cambio de vida. En ese impreso se plasma lo que hace muchos años quiere hacer: cambiar su identidad.
Al “Chino” Navarro se lo conoce por haber sido la cabeza del Movimiento Evita, por ser uno de los primeros kirchneristas, por haber sido secretario de Relaciones con la Sociedad Civil y Desarrollo Comunitario, también secretario de Relaciones Parlamentarias durante el gobierno de Alberto Fernández y diputado de la provincia de Buenos Aires. Poco se sabe de sus orígenes mapuches, de haber sido el hijo de la criada, de haber vivido en una casa pudiente en San Antonio Oeste y haber respirado antiperonismo desde su infancia.
Como la de cualquier dirigente, su vida está zurcida a la política partidaria. Piensa en política, sueña con política. Le dedicó 40 años, más de la mitad de su vida, a la función pública. Pero, a finales del 2023 sintió amargura. “Necesitaba reinventarme”, dice, “fue una decisión difícil, dura, pero necesitaba volver a sentir el llano”.
Antes del balotaje de las elecciones de 2023, miró a sus compañeros y les dijo: “pase lo que pase, me vuelvo a mi casa”. En paralelo, el “Chino” pensaba en su infancia, en su familia, en la relación con su madre. El 10 de diciembre de 2023 cumplió: se alejó de la política partidaria. “Los dirigentes políticos, no sabemos qué quieren los ciudadanos”, cuestionaba, “hay que reinventarse”, decía. Y en paralelo una preguntaba dominaba su cabeza: ¿Quién soy yo?
Desde hace poco más de un mes, esos pensamientos, esas preguntas, obtuvieron respuesta en su nuevo DNI. El plástico ahora, dice, adherido a su nombre, el apellido materno: “Román”.
“Tardé mucho en darme cuenta que lo tenía que hacer”, cuenta, “y de lo importante que es para mí”. Su nuevo DNI, su título de abogado, su pasaporte, su tarjeta de crédito, su licencia de conducir ahora dirán: Luis Fernando Navarro Román.
Ese “Román”, para Luis, es su nueva identidad. Es también honrar en vida a su madre. Es agradecerle que a sus 15 años se subió a un camioncito de encomiendas, que pasaba por el paraje de Los Berros a unos 100 km hacia el interior de la meseta de Río Negro, para huir de sus hermanos y tomar el puesto de sirvienta cama adentro de la familia Muñoz en San Antonio Oeste.
«Román” es decirle gracias por haber decidido gestarlo, aun cuando su progenitor, un suboficial de prefectura la abandonó al enterarse del embarazo y pidió el traslado. Es también enaltecer a los patrones de su madre, Francisco “Pancho” Muñoz y Ángela Alejandra “Gela” Fernández, que lo criaron como si fuese un hijo propio. Es materializar su infancia en la casa de alta alcurnia, que le dieron protección, que lo cuidaron, que le permitieron acercase a los lujos que tuvo «Pancho» como presidente de la cooperativa eléctrica del pueblo y «Gela» con su vida social activa de paquetería de la zona.
“Román” también es la representación de haberse mudado a Viedma cuando “Pancho” fue designado Secretario General de la gobernación en la gestión de Castello. Haberse quedado cuando fue ministro de Economía, presidente del Banco Provincia de Río Negro y finalmente interventor de la provincia de Río Negro. Es haber vivido en una casa de dos pisos a pocas cuadras del río. Es agradecer a su madre, haberlo dejado volver a San Antonio Oeste cuando la vida política de “Pancho” terminó en Viedma y retribuirle no haber tenido que vivir en una pensión, ni tener que dormir en la misma habitación con ella y su nuevo marido.
Sumar “Román” a su nombre es recuperar de la memoria esos dos días y esas dos noches en las que “Gela”, la dueña de casa, lo cuidó y midió la fiebre. Es la tarde siguiente, que enfurecida, hecha una perra salvaje, fue a culpar al heladero por tener los tarros de helado oxidados; es el grito que le dio: “por tu culpa, estuvo con 40 grados de fiebre”.
“Román” también es el abrazo y el pedido de disculpas que le hizo “Pancho” la única vez que le levantó la mano. Es haber vivido en una casa donde desfilaba la clase política de Río Negro; haber leído, sin entender, a los diez años, “Memorias de la Segunda Guerra Mundial” de Winston Churchill. Es el celo que sentían los dos hijos de Francisco y “Gela” por el trato que le daban a Luis.
Son los viajes que hizo de San Antonio Oeste a Viedma a visitar a su madre y a su pareja, Adalberto Navarro. Es la gratitud a ese hombre por reconocerlo y darle su apellido, Navarro.
Es la mudanza que hizo a Buenos Aires a los 17 años para estudiar abogacía en la Universidad de El Salvador. Es el consejo de “Pancho”: “Vos tenés que valorar a tu madre, porque Margarita hizo una maravilla con vos”.
Es su madre hablando mapuzungun, también olvidándolo. Es su abuelo, Rufino y su abuela Candelaria. Es el llanto y la vergüenza que sentía cuando lo llamaban indio. Pero, también el orgullo que siente hoy de serlo.
“Román” es su madre. Y es también esa tarde que lo agarró de la mano, lo sacó de la casa para que no escuche la discusión que mantenía con Navarro y lo llevó al cine. Es la función en la que vieron dos películas seguidas y aburridas. Es la oscuridad en la que, abrazado a su madre, estuvo feliz. “Sentía que nadie me podía tocar”, recuerda, “nadie me podía hacer daño”. Esa tarde le vuelve a la memoria, seguido.
El “Chino” primero fue Román, después Navarro, a veces el hijo de Muñoz, otras el chico de “Pancho” y “Gela”, también el criado, a veces el hijo de la sirvienta, también el dirigente político, el kirchnerista, el ex Movimiento Evita. En 2024, con la sensación de la pantalla de cine y la oscuridad de la sala, agarró su DNI y a su madre le dijo: “ahora, mamá, soy Luis Fernando Navarro Román”.
El “Chino” Navarro abraza a Margarita Román, su madre de 88 años. Está en la esquina de Güemes y Alberdi en Viedma, delante de su casa. Hace minutos, sacó un papel y le mostró lo que para él es un cambio de vida. En ese impreso se plasma lo que hace muchos años quiere hacer: cambiar su identidad.
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