La mujer que ata las moscas: Chechu hizo de su pasión por la pesca, su arte y su trabajo

Cecilia Segovia, la Chechu, desde su taller de Centenario ata moscas y es una de las pocas mujeres que en la Patagonia, trabaja de eso.

Cecilia nació en San Rafael, pero la Patagonia la enamoró por completo cuando se mudó aquí.

Si Cecilia Segovia, la Chechu, busca su mejor recuerdo con la pesca y la memoria la lleva a los 4 años. Está en una lancha, sobre un río de Mendoza. A su lado, está el abuelo y sus amigos que disfrutan de sacar pejerreyes, se ríen, se divierten. Va sentada entre todos esos hombres, con su tarrito, tira con ilusión y espera. Una vida pasó desde aquel momento. Hoy en su taller de Centenario, se escucha la hinchada y los goles de la selección. Hace dos años Argentina salió campeón del mundo y en su radio, un documental sobre lo que se vivió le pone la piel de gallina. Deja el mate en la mesa, mueve sus manos sobre el hilo y ata unas plumas para simular una mosca que hará feliz a algún pescador. Así, como lo eran con su abuelo.

“Hace diez años que arranqué a atar moscas. En principio, como una necesidad de tenerlas para usarlas. Siempre pasa que aprendés, tomás cursos, en mi caso me capacité para empezar a pescar y después el río te va a enseñar el resto. Después surge la necesidad de aprender a atar, porque en este tipo de pesca, la mosca es un complemento fundamental del equipo”, dice para comenzar Chechu (@chechuflies).

La pesca con mosca es una modalidad de pesca deportiva en la que se utiliza una imitación de “mosca” artificial para conseguir engañar y atrapar a diferentes peces. Los equipos necesarios incluyen waders, botas, mochilas, cañas, reeles, líneas y ella es la protagonista “la mosca”. “Me dio mucha curiosidad saber como se ataba. José me enseñó a pescar, hoy es un amigo, y un día me dijo ¿por qué no aprendés a atar? No existía WhatsApp, ni las redes sociales cuando arranqué. Así que comencé a leer algunos libros, para conocer de qué se trataba”, cuenta.

Fue un proceso autodidáctico y siempre investigó mucho. Porque si alguien conoce a la Chechu, lo sabe: “ella es muy manija y apasionada cuando se propone algo”. Los amigos de la pesca le aportaban comentarios y ella se alimentaba de eso, para perfeccionarse. A su vez, fue adquiriendo buenos materiales, el mercado es muy amplio y la experiencia le mostró que era lo bueno para usar. Hoy este es su trabajo, su arte, y su estilo de vida.

“La mosca debe tener un agrado a la vista, pero principalmente tiene que pescar. A la que le tiene que gustar es a la trucha”, repite como un mantra.

Los insumos principales se dividen en dos partes, por un lado las herramientas y por otro los materiales. Hay materiales naturales como ciervo, pluma, conejo, avestruz, y sintéticos hay millones. Ella prefiere buenos materiales naturales porque tienen más vida, y en estos ambientes de Patagonia tienen más rango. En algunas se necesita que sean sintéticos y otras son combinadas.


En la Patagonia


Cecilia nació en San Rafael, pero la Patagonia la enamoró por completo cuando se mudó aquí. Siente que está en el mejor lugar para hacer lo que hace y por eso, respeta, cuida y sobre todo profesa, el respeto de estos ambientes puros y naturales. “La calidad de agua es fantástica, son recursos muy nobles, hay que saber cuidarlo y depende del pescador hacerlo. Es un recurso económico muy importante. El Limay, por ejemplo, es un río con un potencial sumamente importante”.

Ella empezó a pescar con spinning, pero recién con la pesca con mosca se interiorizó en el cuidado del ambiente. Confiesa que hace 15 años, cuando empezó leyó por primera vez el reglamento. Por eso, cree que es una modalidad especial para enseñar a cuidar.

Cuando no está en temporada da cursos de atado presenciales y online. Uno de los puntos más importantes que toca es cuidar. “Hay muchas prohibiciones pero no información, ni capacitación o control. Hay que recalcar y cada uno desde su posición puede enseñar que no hay que sacrificar truchas por sacrificar, está en el reglamento, hay que desinfectar los equipos. La naturaleza te presta el ambiente un rato, cuidalo”, destaca.


Un día de atado


En su casa, hace poco pudo armar su taller al fondo del patio. Después de desayunar con la familia, lleva a los chicos a la escuela, prepara el mate y empieza a trabajar a pleno. Pone Olga o Luzu, música, y se entrega a los suyo. “Me encanta lo que hago, lo disfruto. Si comparo cómo arranqué a lo que tengo ahora ni yo lo creo. Todos lo que aprendí, y toda la voluntad que le puse, es mucho. Lo que ato lo hago a conciencia, no lo hago por hacer. Hoy el mercado es oferta y demanda, pero para mí no es como vender un par de zapatillas”, jura.

Por eso, cuando comienza a hacer un pedido, lo primero que busca, es una charla con el cliente. Ella está atenta a responder rápido mensajes y llamados. Piensa que la predisposición para atender bien al cliente es primordial. Dice que lo que quiere es que “si o si”, les vaya bien cuando va a pescar. Ata para comercios, lodges de pesca, guías y clientes particulares, que divide en dos, el que recién arranca y el experimentado.

Los pescadores expertos ya sabe lo que quiere y lo pide en concreto. Con el que recién comienza, se toma el trabajo de indagar, dónde va a ir a pescar, con qué equipo, si con líneas de mosca, de hundimiento. Ahí ella le hace sugerencias y ofrece un kit de moscas y pasa el presupuesto. “Para un inicial, siempre sugiero tener un abanico de opciones que te permita resolver la pesca en un arroyo, un río y un lago. Le ofrezco tres modelos de secas, tres de ninfas y tres de steeamer. Siempre digo que si vas a comprar no tenes que llevar un solo patrón. Porque se te engancha, se rompe, y perdiste. Por ahí estás pescando re bien y se terminó, por eso para mí hay que llevar tres de cada una, yo aconsejo número impar”.


Conocer para pescar


Saber pescar y conocer al pescado y a los ambientes, son tres cosas fundamentales en su arte. Los clientes que son amigos, y experimentados, muchas veces la ayudan a testear. Cuando crea un nuevo patrón, se las da para que las prueben. Después le dan “el veredicto”, le cuentan qué funciona y qué no y ella las sigue trabajando hasta que queda perfecta.

Hay catálogos de moscas en Google, de marcas famosas, específicos para determinadas especies. La pesca con mosca no nació en Argentina. Por ahí toman una mosca que funciona en otra parte del mundo y la adaptan a los ambientes. “La trucha determina tamaño forma y color. Es sumamente importante saber de qué se alimenta, también la especie y la modalidad. Hay moscas, insectos voladores, algún pez, insectos voladores, cascaruditos, crustáceos, langostas. En base a los que se alimenta la trucha creamos una mosca que se asemeje, no que sea realista que es otra rama. Hay que conocer la biología del río”, dice.

En su taller Chechu muestra su agenda de papel en la que escribe el día de entrega, cómo lo va a entregar. Si se compromete a que va a estar para el jueves, dice que meticulosamente lo cumplirá. Cuando lo manda por correo, hace el seguimiento hasta que el cliente tenga las moscas en la mano y le diga que está todo en orden. Pero después queda otra parte, la más linda.

“La mosca es un elemento más y hace feliz a mucha gente. La gente me manda fotos, me muestra las truchas que sacaron con mis moscas y es una satisfacción. No soy de compartirlo en redes, porque el cliente o amigo me lo comparte. Soy muy fiel con ellos, siempre digo el veredicto final lo tiene la trucha, pero al primero que le tiene que agradar es al que lo va a usar”.

A las cinco de la tarde, Chechu termina el trabajo en el taller. Está allí de lunes a viernes, cuando cierra la persiana y no ata más hasta el lunes. Algún día se lo puede demandar pero trata de respetarlo. “El fin de semana es un tiempo que me gusta tomarme para mí. Aparte porque me tengo que ir a pescar”, dice y se larga una carcajada.

Chechu comparte lo que hace en @chechuflies.


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