Exclusivo Suscriptores

Borges y sus precursores

Todos los escritores de su curso de literatura argentina, realizado en la Universidad de Michigan en 1948, están anunciando al genio que permitirá reconocerlos como sus antecesores: el propio Borges.

Acaba de aparecer un libro que transcribe el curso de literatura argentina que dictó Borges hace 48 años en la Universidad de Michigan. Fue grabado entonces por su anfitrión norteamericano Donald Yates, que también fue su traductor al inglés. Las cintas permanecieron durante décadas al cuidado de Nicolás Helft, quien ahora es el editor de este libro, además de escribirle un prólogo a modo de presentación y agregarle notas para contextualizar, aclarar o corregir afirmaciones que Borges hace en sus diez clases. Un nuevo libro de Borges es siempre un acontecimiento cultural, aunque estas páginas no estén a la altura de sus obras maestras (Ficciones, Otras inquisiciones o El Aleph) y se parezcan más a una charla íntima con un amigo genial.

Lo primero que llama la atención al lector actual es el recorte de la literatura argentina que Borges le presenta a sus alumnos en la universidad norteamericana: la literatura argentina para el Borges de 1976 consta de 10 ó 12 libros que fueron escritos entre la Revolución de Mayo -con el nacimiento de la poesía gauchesca- y la época de Yrigoyen –el último texto, en términos cronológicos, que rescata es Don Segundo Sombra, publicado en 1926-.

Llamativas ausencias


Aun en ese acotado recorte temporal faltan escritores del siglo XIX que Borges valoraba (y de los que escribió muchas otras veces), como Esteban Echeverría y Lucio V. Mansilla.

Y entre los contemporáneos a Güiraldes faltan Macedonio Fernández y Roberto Arlt, de los que no solo escribió textos elogiosos sino que los homenajeó en su propia obra; como hizo con Arlt en su cuento “El indigno”, que incluyó en su libro El informe de Brodie (1970), en el que toma el final de la primera novela de Arlt, El juguete rabioso. También a El matadero, de Echeverría, lo toma para el cuento “La fiesta del monstruo”, que firmó en conjunto con Bioy Casares.

Lo primero que Borges les aclara a los alumnos norteamericanos es que la literatura no se puede enseñar, así que va a tratar de darles elementos para que se interesen por los libros que él les presenta. Para Borges la literatura es un placer y una forma de conocimiento, a la vez. Por eso no se puede obligar a nadie a que le guste tal o cual libro porque sería como obligarlo a que sienta placer por cosas que no ama. Lo que un profesor puede hacer, piensa Borges, es transmitir su amor por esos textos, darles contexto, permitir que el estudiante pueda meterse en libros de una tradición que desconoce y a partir de allí todo queda en manos de cada lector.

Ricardo Piglia decía (en uno de sus primeros artículos, publicado hace 55 años) que para Borges la literatura es cosmopolita (esencialmente inglesa) y la historia argentina es un relato familiar que se escuchaba en su casa.

La literatura estaba en la biblioteca de libros ingleses que su padre heredó de su madre inglesa.

La historia de la patria se la contaba su madre, que era hija, nieta y bisnieta de guerreros de la independencia y de la lucha contra el indio.

La historia argentina y la historia de la literatura argentina que Borges les presenta a los estudiantes norteamericanos es la que Piglia ya resaltó en aquel texto crítico (que toma lo que Borges escribe sobre sus dos linajes en el cuento “El Sur”): se trata siempre de chismes familiares (de una familia que construyó el país, guerreando “por la independencia y contra los bárbaros”).

Los precursores de Kafka


Borges señala en su ensayo “Kafka y sus precursores” que los precursores recién se descubren cuando aparece el genio que reúne en él todo lo que esos “precursores” estaban anunciando sin que ningún lector pudiera darse cuenta.

En ese ensayo Borges cita las paradojas de Zenón, un relato sobre el unicornio del prosista chino del siglo IX Han Yu, una historia de Soren Kierkegaard, un poema de Robert Browning, textos de León Bloy y Lord Dunsany.

Todos ellos prefiguran la literatura de Kafka: “Si no me equivoco, las heterogéneas piezas que he enumerado -dice la final de ese ensayo- se parecen a Kafka; Si no me equivoco, no todos se parecen. Este último hecho es el más significativo. En cada uno de estos textos está la idiosincrasia de Kafka, en mayor o menor grado, pero si Kafka no hubiera escrito no lo habríamos percibido”.

Eso mismo es lo que sucede con este nuevo libro de Borges: ahí, en esas diez clases (en las que habla del gaucho, de Ascasubi, de Martín Fierro, del Facundo, de Almafuerte, de Lugones, de Groussac y de Güiraldes) Borges señala sus “precursores”.

Son todos muy distintos, pero todos tienen algo borgeano: la poesía metafísica y matrera a la vez de Almafuerte, la renovación del castellano literario que hace Lugones, el compadrito en germen -el gaucho malo de Ascasubi y Hernández-, la brillantez y la inteligencia de los márgenes.

Es decir: todos los escritores de su curso de literatura argentina están anunciando al genio que permitirá reconocerlos como precursores: nuestro Kafka, el propio Borges.


Certificado según norma CWA 17493
Journalism Trust Initiative
Nuestras directrices editoriales
<span>Certificado según norma CWA 17493 <br><strong>Journalism Trust Initiative</strong></span>

Comentarios

Registrate gratis

Disfrutá de nuestros contenidos y entretenimiento

Suscribite por $2600 ¿Ya estás suscripto? Ingresá ahora