De oficios e inmigrantes: Antonio Silenzi y el legado de las obras que construyó
Nacido en 1888, dejó su huella en una decena de localidades, por Río Negro y por Neuquén. Su casa en Allen sigue en pie, como herencia de otro tiempo.
La Línea Sur lo vio dormir debajo de un carro, hasta que prosperó la producción de vino, luego la fruticultura y Antonio se abocó al Valle, con sus bodegas y galpones. Un mandato familiar lo hizo constructor, sin saber que hoy sería Silenzi, el de los edificios con historia.
La historia de Allen que vive en la Red
***
***
Llegado al mundo un 5 de febrero de 1888, en Montegranaro, Ascoli-Piceno, Italia, este hijo de Luis Silenzi y Antonia Rossi viajó por primera vez a la Argentina con 17 años, en 1905, acompañado por un tutor. Una enfermedad que complicó la salud de su madre lo hizo regresar a su tierra natal, pero en el corto tiempo que estuvo cerca del río de la Plata, ya había hecho experiencia como albañil en las obras de alcantarillado de la pujante Buenos Aires.
Hay quienes afirman que allí concurrió a la escuela para acrecentar su cultura y dominar mejor el castellano. Fue ese el tope de su formación, que no llegó al título académico, pero que lo llevó a perfeccionar su aprendizaje para aplicarlo en terreno.
El legado de Silenzi | Azotada por el viento
***
Un cuadro con el paisaje de su Montegranaro de la niñez, custodia todavía la entrada de la antigua casa de Allen, al final de una imponente biblioteca que nace junto a la puerta. Es uno de tantos objetos que decoran el living comedor de la gran vivienda, que sigue en pie a metros de la esquina de Don Bosco y Sarmiento. Ese fue el hogar donde vivió Antonio con su esposa, Uliana Offidani y los cuatro hijos que tuvieron juntos: Irma, María Antonieta, Luisa Germana y Luis Elpidio.
Símbolo de la mejor época de la familia, la casa ya existía desde antes de su llegada, pero eso no le quita peso dentro de la reconstrucción de esa época, porque ayuda a entender el contexto en el que debieron integrarse. Se sabe que el origen del inmueble se remonta a los años de la fundación de la ciudad, década del ‘10, cuando el escenario era completamente distinto al actual: la plaza San Martín, a escasos metros, era apenas un espacio reservado para el monumento al prócer, donde aún no había árboles; la parroquia “Santa Catalina” tampoco estaba dentro de las posibilidades y la incipiente escuela, hoy convertida en la histórica N°23, todavía esperaba la construcción de su sede.
En calles de tierra, batallando con el salitre y la falta de agua corriente, “Allen era sólo un caserío que trataba de crecer, elevándose entre las plantaciones de las quintas que la rodeaban, azotadas constantemente por el viento”, dijo en su libro “Plazas, plazoletas y monumentos”, la docente Mercedes Amieva Echenique.
Laura Silenzi, bisnieta del “nono” Antonio y de la “nona” Uliana, como les dicen con cariño, es quien confió para compartir con RÍO NEGRO la intimidad de una casa por demás admirada, pero de la que se sabe poco. Profesora de historia justamente, recopiló fotos, recuerdos y el material que Luis, hijo del matrimonio, dejó como repaso de la trayectoria de esta familia por la zona.
***
Fue ella la que relató que Antonio y Uliana se casaron en Italia en 1913, a poco del segundo y definitivo viaje que realizaron hacia Argentina. Después de una estadía en Buenos Aires y de distintos trabajos que allí realizó el constructor, recibieron la propuesta para sumarse a la gran convocatoria que significó armar el dique “Ing. Ballester”. Partieron entonces hacia la Patagonia, para poner manos de obra entre 1913 y 1917. Necesitaban además otro tipo de clima para la salud de Uliana, que aquí encontró algo de alivio natural.
“En el primer tiempo, pese a estar disponible el servicio de tren, Antonio iba y venía a caballo desde Allen”, contó esta descendiente para hablar de algunas costumbres de su ancestro. Estima que en esos años, Uliana y los hijos esperaban su regreso en una vivienda provisoria, que los alojó en lo que hoy es calle Mariani.
Esos comienzos no fueron sencillos. Después de la labor en el dique, Antonio tomó obras por su cuenta en la Línea Sur, junto a un colega, Ramón Pérez. “Trabajaron en Jacobacci, Los Menucos, Maquinchao, y otras nacientes poblaciones”, enumeró Ignacio Julio Tort en su libro “Tributo a mi Allen en su Centenario”. Coincidiendo con los aportes de Laura, resultaba una verdadera odisea llegar hasta esos puntos tan alejados.
“Eran varios días de viaje en un carro tirado por caballos, con una buena provisión de agua, comida y abrigos. Por las noches, cuando acampaban durante el trayecto, dormían bajo el carro. Hacían un gran fuego para mantener alejados a los pumas y a cuanta alimaña habitaba el desierto”, agregó el investigador. Mejores recaudaciones les permitieron después reemplazar la tracción a sangre por los Ford T, pero las complicaciones siguieron, a causa del mal estado de los caminos, los arenales, el frío y el calor.
El legado de Silenzi | La casa de las flores
“Inquilino de Arturo Olmos”. Así describió a este albañil italiano, el registro de la Colonia General Roca, guardado en el Archivo Histórico de Viedma. Se sabe que la casa de calle Don Bosco, a la que se mudaron los Silenzi después de 1923, estaba en “la mitad oeste de la manzana 66”. Hasta que le aplicaron las modificaciones paulatinas necesarias, consistió en una construcción “de cuatro piezas de 4 por 3 metros cada una, paredes de ladrillo, techo de zinc, piso de cemento portland, cielo raso de revoque, blanqueada interiormente, con cocina y water closet (letrina), además de un aljibe de cemento de 10 mil litros, con bomba y todo cercado con postes de sauce y tres hilos lisos con tablitas”.
***
Firmado por el auxiliar a cargo y sellado por el Ministerio de Agricultura, el resto del informe se completó diciendo que los demás metros cuadrados estaban “sembrados con huerta y frutales”, como se acostumbraba en aquellos años. Todavía no había registro de la fábrica de cerámicos artesanales que establecerían tiempo después para aprovechar tanto espacio, ni de los coloridos cuadrados que aún hoy delinean un sendero en el patio trasero.
“La casa antes era como un puesto de paso, que después recibieron como parte de pago por trabajos que Antonio le realizó a Patricio Piñeiro Sorondo”, es la conclusión a la que llegó Laura, por los documentos y repasos que pudieron revisar después de tantas décadas. “Proyecto Allen”, equipo especializado en la reconstrucción histórica local, identificó por su parte a Olmos como uno de los que figuraba como titular de los bienes del fundador.
Décadas después, gracias a la labor de Uliana, ese sector fue bautizada como “La casa de las flores”, por las peonías, “conejitos”, alelíes y geranios que crecieron cerca de un inmenso olivo, podado para cada peregrinación de Domingo de Ramos.
El legado de Silenzi | Obras en cada pueblo
Varias fotos recuerdan a Antonio de pantalón con tiradores, sombrero y camisa de trabajo. Meticuloso, sabía de planos, técnicas y soluciones, para asegurar la continuidad de las obras, incluso con inclemencias como las heladas, a las que combatía con sus empleados de madrugada, para evitar que las estructuras se quebraran por el frío.
***
Gracias a las recomendaciones y contactos, entre sus primeros clientes estuvieron apellidos de pobladores como Mir, Flügel y Piñeiro Sorondo en su bodega “Los Viñedos” y “Barón de Río Negro”. Después hizo lo propio en Fernández Oro, Cipolletti, Stefenelli, Cervantes, Huergo, Beltrán y Río Colorado. Se enfocó en las vasijas de hormigón armado y más tarde en el método “Pilzdecken”, con columnas tipo hongo, eliminando las vigas, estrategia que prevenía lo que llamaban “las enfermedades del vino”, que lo afectaban en color y sabor.
En paralelo, dejó en Allen la construcción del Municipio y su teatro, el mástil mayor, el frente de la antigua capilla “Santa Catalina”, varios puentes, la Asociación Italiana, «Millacó», entre muchas otras ideas. Ya en acuerdo con su hijo Luis, trabajaron en la Comisaría Sexta, el Matadero Municipal, la Estación de Servicio de YPF, viviendas particulares y hasta panteones. Llegó incluso a Roca, en el Cine Rex, la reforma del Club Social y la Unión Telefónica, además de la escuela de Paso Córdoba y la unidad policial de Cinco Saltos. Terminó en Plaza Huincul, en las viviendas de jefes de YPF y otras dependencias de distintas firmas.
***
Sin embargo, con el tiempo, los atrasos en los pagos por lo realizado y otras circunstancias, hicieron que el panorama ya no fuera tan alentador, así que la crisis trajo amargura y deterioró su salud. Con 83 años, ya retirado de la actividad que había llenado sus días, partió a la eternidad el 15 de abril de 1971 y sus restos descansan en el cementerio allense.
Comprometido en entidades como el Club Unión, la Comisión de Ciclismo CCO, la Asociación Italiana, el Rotary Club y la Asociación de Albañiles, ya lejos de la hormigonera, sus últimos retratos lo mostraron junto a su querida Uliana, la compañera bien plantada que lo siguió para construir un proyecto de vida. Posaron delante de la misma chimenea que Antonio supo ornamentar en su casa, con la misma delicadeza que lo hizo en las demás construcciones, su marca personal. “Pienso que su vocación en realidad pasaba por ahí, por la decoración, por la arquitectura”, se atrevió a reflexionar su bisnieta Laura, hoy que es posible aprender mirando hacia atrás.
***
***
Comentarios