Morir por la Patria: los 15 patagónicos que dieron la vida en el conflicto por Malvinas
Oriundos del campo y la ciudad, fueron mucho más que un nombre sobre una tumba. En el día de los “Caídos en cumplimiento del deber”, un libro aportó al homenaje.
El más chico con 17 años, los mayores con 28, se criaron en una calle cualquiera de Cipolletti, San Antonio Oeste, Neuquén y Comodoro. ¿Quién iba a pensar que estos jóvenes dejarían la vida defendiendo la soberanía argentina?
15 fueron en total los caídos de origen patagónico: tres de Neuquén, cinco de Río Negro, seis de Chubut y uno de Santa Cruz. Hubo quienes estaban entre la tripulación del hundido ARA General Belgrano y otros que jamás pudieron ser rescatados del mar, a donde cayeron después de eyectarse de sus aviones. Entre esos combatientes también se encontraba un hijo de crianceros y hasta un descendiente de familia mapuche. Algunos, casados, dejaron hijos que no vieron nacer, pero sembraron en sus pequeños la misma vocación.
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Si bien en la región se priorizan las efemérides del 2 de abril, específicamente por los veteranos y fallecidos en Malvinas, ó el 2 de Mayo, por el hundimiento del “Belgrano”, a nivel nacional el Ejército incluye el 2 de Noviembre como una fecha significativa, promovida desde 1910 por el profesor correntino José Alfredo Ferreira.
En este marco, saber quiénes fueron los regionales sirve para dimensionar sus vivencias y su entrega. “Los patagónicos eran una minoría entre los soldados representantes de las distintas provincias”, explicó en diálogo con RÍO NEGRO, el sacerdote Vicente Martínez Torrens. Los superaban en cantidad los que llegaban desde el Litoral, Córdoba y Buenos Aires. Los había también del noroeste argentino, todos con sus tonadas y costumbres. Pero aún siendo pocos, muchos sureños pudieron cruzar el mar Argentino hasta pisar el archipiélago y experimentar lo que tenía en vilo a dos continentes. Los que no llegaron, se quedaron custodiando la frontera con Chile, país vecino con el que tiempo atrás se había definido la disputa por el Canal de Beagle.
Martínez Torrens sabe bien de lo que habla porque fue capellán durante la gesta. Con 42 años en ese momento (hoy tiene 84), a los pocos días de su arribo, se vio a cargo de asistir a 8000 soldados, por lo que tuvo que pedir refuerzos. Le enviaron 13 colegas, entre los que se repartieron la labor, en las peores horas, en las que sólo quedaba aferrarse a Dios.
Muchos recuerdos dolorosos se trajo de esas semanas, pero de allí también surgió la publicación de un libro bajo el título “649 héroes”, en el que recopiló un trabajo de búsqueda de más de 30 años: las historias de todos y cada uno de los caídos y sus anhelos para el regreso. Porque confiaban en la vuelta a casa, así como confiaron en la eficacia diplomática para sostener la recuperación de las islas, desde el recordado 2 de abril. Lamentablemente, las circunstancias terminaron siendo muy distintas, hasta que llegó la rendición.
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Eran “muchachos, no pibes ni chicos de la guerra”, aclaró Martínez Torrens, para que nadie los subestime. Puede que no tuvieran los medios para prevalecer en combate, pero sí tuvieron las convicciones, algo que sus oponentes jamás demostraron. Su familia sabe que lo dieron todo, aún a pesar de la diferencia de capacidad y tecnología que quedó a la vista.
Morir por la Patria: Las Lajas, Paso Aguerre y Capital
Neuquén cuenta con la triste marca de ser la tierra de origen de uno de los primeros fallecidos en el conflicto: Jorge Águila (20), nacido en Paso Aguerre, junto al arroyo Picún Leufú. Criado por su abuelo y sus tíos, no había terminado la primaria, a causa de las distancias, las crecidas y el invierno. “Moncho”, como le decían, cuidaba a los animales de su familia hasta que le llegó el llamado del Servicio Militar, en octubre del ‘81.
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Muy distinta era la realidad de Eduardo De Ibáñez, apodado “Pituso”, cinco años mayor, nacido en Las Lajas, hijo de médico aviador, que ya desde el primario estudió en la provincia de Buenos Aires. Convencido de su vocación, desde niño se lo había dicho a su maestra: quería ser piloto. Y Tulio Esteban Lacroix (22) fue el tercer neuquino, capitalino, que pasó su infancia en la Escuela 61 y algunos años del secundario en las ENET, hasta que se sumó a la Armada.
Se sabe que Águila recibió tres disparos apenas iniciada la recuperación, el 3 de abril, mientras desembarcaban en las islas Georgias. 5000 personas acompañaron el arribo de su féretro, de regreso a su tierra natal. De Ibáñez, por su parte, fue uno de esos pilotos que se eyectaron, tras el derribo de su avión, 500 millas al norte de la Isla Soledad el 1° de mayo de 1982. No pudo ser hallado por los ataques que sufrió el buque de rescate, por lo que falleció en el mar ese día. Lacroix daría la vida en la jornada siguiente, a bordo del ARA General Belgrano.
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Morir por la Patria: Hijos de Río Negro
Isaías Quilahueque (Cipolletti) junto a Alfredo Gattoni (SAO) eran los de mayor edad entre los patagónicos, con 28 años al momento del conflicto. Representaron a Río Negro en esas semanas de combate junto a Victor Olavarría y Oscar Labalta, desde Bariloche (éste último entrerriano pero que vivía en la ciudad lacustre) y Néstor Vivier, de Luis Beltrán.
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Martínez Torrens indicó que para 1982, Alfredo ya había cumplido el servicio militar, después de pedir la “prórroga” para terminar de estudiar Arquitectura en La Plata, pero lo reincorporaron. Él fue quien se quedó sin conocer al hijo que gestaba su esposa: falleció herido por la onda expansiva de una bomba, el 13 de junio de 1982. “Malvinas es un lugar tan bello”, le había dicho a Norma en dos cartas previas, deseando poder visitarlo juntos.
Isaías, por su parte, era experto en salvataje e intervención en incendios y por eso lo convocaron al ARA General Belgrano, a pesar de la licencia que cursaba por una fractura. “El 16 de abril se despidió de su familia”, supo el sacerdote, después de que su pequeño hijo se parara sin ayuda en la cuna para decirle “papá”. Con los días, una postal suya llegó atrasada, después de que se confirmara el hundimiento del crucero. Héctor es el nombre de ese bebé, que a pesar de todo, eligió seguir la misma carrera que su padre.
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Desde la cordillera, a Olavarría (19) lo conocieron como “Cachito”, baqueano y conocedor de las propiedades de las plantas, fue criado por su tía en una familia de escasos recursos. Una emboscada lo sorprendió en las islas el 6 de junio de 1982, junto a sus compañeros, y no pudo sobrevivir. Él era el que se arremangaba para amasar y hornear el pan de todo el grupo, aplicando el oficio que había aprendido de su padrastro y usando el horno de barro que él mismo construyó.
Tanto los cuerpos de Gattoni como de Olavarría pudieron ser reconocidos recién en 2017. En el caso del primero, fue gracias al trabajo del equipo forense del Comité Internacional de la Cruz Roja, porque al momento de hacer grabar las “chapas” del collar identificatorio, él tenía solo una y decidió regalársela a otro soldado, al verlo angustiado y asustado. Eso hizo que por mucho tiempo en su tumba se leyera la frase “Soldado conocido sólo por Dios”.
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Labalta, era el más joven, que con 17 años, sufrió las consecuencias de un impacto de artillería naval el 9 de junio, en el extremo oeste del Monte Harriet. Era el segundo de nueve hermanos y vivió en la Av. Bustillo 9500. Hoy lo recuerda una calle en Concepción del Uruguay.
Néstor Vivier (25), por último, había nacido en 1956 en el hogar de Andrés y Nélida. Aficionado por la lectura, tenía vocación para la vida en el mar y así lo hizo saber, al igual que De Ibáñez. Familiero, reservado, pero de muchos amigos, después de pasar por la Escuela de Mecánica de la Armada, el conflicto por Malvinas lo sorprendió en medio de una visita en Beltrán, por lo que decidió volver para presentarse voluntariamente. Él también estaba a bordo del ARA General Belgrano, aquella tarde del 2 de Mayo.
Morir por la Patria: Hijos de Chubut y Santa Cruz
Mario Almonacid (22), Simón Antieco (20), Ricardo Austin (18), Jesús Marcial (21), Oscar Millapi (19) y Pedro Torres (24) eran oriundos de distintas ciudades de Chubut, mientras que José Ortega (19), había llegado desde Güer Aike, Santa Cruz.
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En el caso del primero, Almonacid, comodorense como Marcial y Millapi, había pedido la “prórroga” para poder estudiar como técnico electromecánico, pero luego terminó cumpliendo tareas de radio operador. Estando en Puerto Belgrano (Bs. As.), al momento de partir solo se le informó que viajarían al “sur argentino”. Supo que participaría en la recuperación de las islas Georgias y Sandwich del Sur recién cuando iba en viaje. Se encontraba en el mismo grupo que el neuquino Águila y corrió su misma suerte, a causa de un disparo. Una calle y una escuela llevan su nombre en su ciudad, al igual que en Santa Fé.
Marcial y Millapi se encontraban en Caleta Olivia, Santa Cruz, patrullando el 30 de abril de 1982, en busca de soldados ingleses bajo sospecha de espionaje. Misteriosamente el helicóptero en el que se movían se precipitó dejando como saldo la muerte de 10 tripulantes. Si bien no se encontraban en las islas, se lo reconoció como fallecidos en combate y por accidente “a causa de Malvinas”. Los cuerpos de ambos descansan en Comodoro.
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Antieco, por su parte, es el único caído chubutense descendiente de un pueblo originario, en este caso, el mapuche. Nacido en Costa del río Lepá, Cushamen, fue criado por sus abuelos paternos y estudió sólo el nivel primario. A los 14 años perdió a su mamá y creció realizando tareas rurales, aunque disfrutaba de cantar y tocar la guitarra. Convocado para el servicio militar en marzo del ‘81, llegó a la Gran Malvina el 6 de abril del ‘82, pero semanas después, el 8 de mayo, se despertó entre las llamas que consumían la casa abandonada que habían ocupado con sus compañeros, para descansar una noche, en medio de un patrullaje. Un monumento, una biblioteca y una escuela, lo homenajearon.
Desde Esquel, aunque con orígenes distintos, Torres y Austin también vivieron su experiencia en el conflicto. El primero como tripulante del “Begrano” y el segundo como un trabajador rural de la estepa, alegre y de gran entereza, que con los meses logró mucha habilidad con las armas. Hijo de Eduardo y Celinda, apenas terminó el nivel primario y juró a la bandera en el mismo escenario donde ya ejercía el compromiso que estaba asumiendo. Cayó durante un ataque un mes después, el 28 de mayo. Como ocurrió con Gattoni y Olavarría, su cuerpo fue identificado en 2017.
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En el mismo acto de compromiso de la lealtad, participó el santacruceño Ortega. Estudiante de colegio salesiano, había pasado por el Liceo Militar antes, donde demostró su inteligencia, voluntad y energía. En la misma fecha que Austin, dio la vida el 28 de mayo, al día siguiente de un extenso contraataque, incluso rechazando los llamados a rendirse del jefe de sus oponentes.
Retiradas las tropas sobrevivientes de las islas, Martínez Torrens señaló que por una década se buscó invisibilizar lo sucedido, pero gracias a la labor de los veteranos, eso cambió y se logra poco a poco la reivindicación. “Quise contar los acontecimientos vividos para que nos iluminen y podamos comprometernos para un mundo mejor”, concluyó en el prólogo del libro.
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