El cuidado es invisible a los ojos (y a las cuentas nacionales)

Esta actividad posibilita el desarrollo de las capacidades y habilidades de los seres humanos. Sin embargo, su peso e impacto económico no es medido como en otros sectores.

Imaginemos la siguiente escena: una heladera vacía, platos sucios apilados sin lavar, ropa tirada, un bebé llorando detrás y un niño pequeño pidiendo ayuda desesperadamente para ir al baño. Esto no es un apocalipsis zombie; es lo que podría ocurrir si un día las mujeres nos levantamos y decidimos no hacer lo que hacemos todos los días. El mundo se sumiría en el caos: no solo a nivel doméstico, sino a nivel macroeconómico.

¿Por qué? Porque las mujeres (no solo aquellas que son madres) son las protagonistas de la principal actividad económica en Argentina: los cuidados. El sector de los cuidados representa 16,8% del PBI argentino (Ministerio de Economía, 2023), incluso más que el comercio o la industria.

A nivel global, se estima que el trabajo de cuidado no remunerado, de ser compensado, representaría el 9% del PBI mundial. Esto equivale a 11 billones de dólares. En América Latina representaría entre el 15,7% y el 24,2% del PBI regional, convirtiéndose en uno de los sectores de mayor contribución a la economía, por encima de las demás industrias individuales.

Sin embargo, esta actividad productiva no es medida como otro tipo de actividades. Usualmente no es contabilizado en las cuentas nacionales y su valor social es, en general, invisible.

¿A qué nos referimos con la economía del cuidado?


Los cuidados son todas las tareas que permiten la vida como la conocemos -cocinar, limpiar, realizar compras, entre otras- y aquellas que permiten el cuidado de las personas –como llevar a los chicos a la escuela o acompañar a otro integrante de la familia a una consulta médica-.

En definitiva, el cuidado es lo que posibilita el desarrollo de las capacidades y habilidades que necesita cada persona para desplegar su proyecto de vida y la precondición para cualquier otra actividad. En términos agregados, el cuidado construye el capital físico y determina el potencial productivo de cada sociedad para su desarrollo. El cuidado, entonces, es la función social más importante, al sostener la actividad humana para las generaciones actuales y futuras.

El cuidado es la función social más importante, al sostener la actividad humana para las generaciones actuales y futuras.

Y, a pesar de su importancia, se presta poca atención a la calidad del cuidado y su potencial para el desarrollo económico y bienestar social. En el mundo y en nuestro país, los cuidados se consideran como responsabilidad de los hogares y, dentro de ellos, de las mujeres. Esto tiene implicancias en términos de desigualdades.

Por un lado, desde una perspectiva de género. Las mujeres dedicamos globalmente, en promedio, el triple de horas que los varones a las tareas de cuidado y domésticas. En Argentina, las mujeres dedicamos 6 horas y media diarias al trabajo de cuidado no remunerado, casi duplicando la dedicación de los varones de 3 horas 40 minutos diarias.

La contracara de este fenómeno es la pobreza de tiempo de las mujeres, quienes podemos destinar menos tiempo al trabajo remunerado. Esto se refleja claramente en los niveles de actividad: mientras que la tasa de empleo masculina está alrededor del 75%, la femenina es del 60% aproximadamente.

Las mujeres dedicamos globalmente, en promedio, el triple de horas que los varones a las tareas de cuidado y domésticas.

Para revertir esta situación es urgente trabajar en cómo se asignan socialmente los roles según el género de las personas. Para ampliar la participación de los varones en estas tareas y avanzar en la transformación cultural, son esenciales políticas como las licencias de paternidad.

Los cuidados no solo recaen desproporcionadamente en hombros femeninos, sino que también dependen de los recursos que cada familia pueda tener. Este no es el caso en todos lados. Muchos otros países comprenden la relevancia de asegurar servicios a los que todas las familias puedan acceder.

En nuestro país, solo el 32% de los menores de cinco años asisten a algún tipo de institución de cuidado, enseñanza y crianza. Es una cobertura extremadamente baja y además, regresiva: 50% del 20% más rico accede, mientras que sólo 15% del 20% más pobre lo hace. Por lo tanto, se constituye como un vector de reproducción de desigualdades.

Para ampliar la participación de los varones en estas tareas y avanzar en la transformación cultural, son esenciales políticas como las licencias de paternidad.

Si queremos evitar que las desigualdades se profundicen es necesario reconocer, redistribuir, reducir, remunerar y representar el trabajo de cuidado, compartiendo la responsabilidad entre hogares, sector público y privado. Considerando también las necesidades de cada hogar.

Avanzar en esta dirección es, por supuesto, una cuestión de equidad. Pero también es una cuestión de estrategia. Los cambios demográficos que nuestro país atraviesa ponen de relieve la importancia de la inversión en cuidados. Si bien la población global está envejeciendo, en Argentina este fenómeno está ocurriendo de forma aún más acelerada que en otros países.

¿Qué tiene que ver la demografía con el cuidado?


En primer lugar, el cuidado es en sí mismo una fuente de trabajo. A medida que la esperanza de vida y la proporción de adultos mayores aumenta, la demanda de cuidados será también cada vez mayor. La otra cara de la moneda es una población activa más pequeña, que deberá sostener a una población inactiva mayor. Sumado a las tendencias de autonomización, digitalización y transformación del mercado laboral, esto implica que nuestra sociedad debe aumentar su productividad ahora. Atender a los cuidados no es solamente un imperativo ético, sino una buena inversión.

Poner al cuidado en el centro de la estrategia de país es un primer paso necesario para acercarnos al desarrollo sostenible e inclusivo, en el contexto de la transición demográfica y de cara al futuro del mercado laboral. Esto implica repensar nuestra economía y la forma en la que diseñamos las políticas públicas para visibilizar, valorar, retribuir y potenciar el aporte del cuidado, reduciendo las desigualdades que trae el paradigma actual.

Para eso, es necesario medir la contribución de la economía del cuidado y el trabajo de las mujeres e incorporarlas en el PBI, a la vez que adoptar indicadores específicos que ayuden a identificar déficits de cuidado, así como la asignación más eficiente de recursos públicos para reducirlos.

El crecimiento equitativo y sostenible será alcanzable solamente si complejizamos nuestra visión de la economía, visibilizamos y valoramos lo que nos hace humanos: cuidar y ser cuidados.

(*) Gala Díaz Langou es directora ejecutiva de Cippec.
(**) Sofía Fernández Crespo es coordinadora de Dirección Ejecutiva de Cippec.


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