Trabajadores rurales: el duro oficio que hizo posible la riqueza del Valle y la Línea Sur
Testimonios de ayer y hoy nos ayudan a conocer más sobre la actividad que esta semana celebró su efeméride, a 80 años de la sanción del Estatuto del Peón.
Haydee Coila, Edita Ramos, Juan Carlos Burguera, Sara Kegel, Ambrosio Ponce, Rafael Huerao, Andrea Burguera no son sólo nombres. Engloban historias, parecidas a las de otros, que gastaron su fuerza para hacer crecer al campo y a la chacra en Río Negro.
Hace 80 años se establecían las bases para que cada 8 de octubre se celebre desde entonces el Día del Trabajador y la Trabajadora Rural en Argentina. La oficialización del Estatuto del Peón Rural, impulsado en 1944 por Juan Domingo Perón en su gestión dentro de la Secretaría de Trabajo, pasó por muchas etapas hasta llegar a la actualidad: decreto primero, formalizado como ley después, estableció una serie de medidas de defensa del salario, la salud y la estabilidad laboral, pero fue derogado por primera vez en 1955, para ser restituido recién en 1974. “Volvieron a derogarlo en 1976 y no fue hasta el año 2004 que fue reinstaurado y actualizado. Finalmente, en el año 2011 se sancionó un nuevo estatuto”, explicaron desde Prensa de la Facultad de Ciencias Agrarias de la UNCo.
La regulación de la labor llegó en tiempos de jornadas “de sol a sol”, en las que la vida de los obreros dependía, muchas veces, de la buena voluntad de sus patrones. En su memoria, los hijos de los “rurales” que ya peinan canas, recuerdan que en el Valle, por ejemplo, la cantidad de población en zona de chacras era mucho más importante que ahora, pero no había espacios donde plantear los incumplimientos.
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Mucho menos había esperanza de que fueran a ser tenidos en cuenta, porque la actividad productiva era el principal motor de la región. Por el contrario, como ahora, muchos creían que el problema era la mano de obra dispuesta y no la necesidad de ofrecer mejores sueldos y espacios para vivir en “temporada”.
“Habían sindicatos, pero no era como ahora, el acuerdo del trabajo ‘por tanto’ lo hacían con la patronal y cada uno cumplía con su parte, incluso dejaban trabajar a menores de edad. Las viviendas no las visitaba nadie, vos vivías así y no iba nadie, no tenías dónde ir a quejarte y si te quejabas, te la quitaban”, contó una descendiente de esos obreros.
Rechazo contra el paro
Esa falta de respuesta no impedía, sin embargo, que los reclamos se hicieran visibles, porque las irregularidades tampoco cesaron, una vez establecido el Estatuto, en el que no todos estaban contemplados. Una convocatoria a una gran asamblea entre los productores, los delegados gremiales y la Cámara de Agricultura, Industria y Comercio del Alto Valle de aquel entonces, dio cuenta de que les preocupaba la posibilidad de que se hicieran paros que atrasaran los tiempos de la fruta. Previsto para octubre de 1946, el encuentro fue difundido por RÍO NEGRO, en las ediciones que aún guarda el archivo. Antes, los patrones debían presentar listados con la cantidad de obreros, los salarios ofrecidos, la clase de trabajo, si se le daría vivienda y si les ofrecerían proveeduría.
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Por su parte, una actividad relacionada, el empaque, que no entraba bajo el Estatuto del Peón por ser considerada «comercial», ya había entrado en polémica en los meses previos, en Enero de 1946, cuando el titular de tapa señaló que «los obreros de la fruta trabajarían 56 horas semanales«, según lo dispuesto por la Delegación regional, con sede en Viedma.
La encargada de notificar lo dispuesto era la comisaría de policía, pero los fruticultores pidieron la revisión por considerar que esto afectaría «irreparablemente» su economía, «ya que no permitiría el levantamiento ni del 50% de los cultivos, destruyéndose inevitablemente valorable riqueza”. “Esto trabará la exportación, impidiéndose el cumplimiento de convenios con extranjeros, habiendo en puertos vapores aguardando frutas frescas. La clasificación y envasamiento de frutas constituye la última etapa de trabajo en la chacra, por lo que deben incluirlos en las labores de campo», dijeron, según el telegrama enviado a Nación.
Trabajo rural: Manos curtidas
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Mientras las diferencias y cruces se repetían año a año, el tiempo pasó y el trabajo en el pujante monte frutal motivó el arribo de mano de obra necesitada de sustento, proveniente de distintas provincias y de otros países. Sara, de sangre alemana, hizo lo propio junto a Ambrosio en Roca, cultivando para consumo y haciendo “changas” en tierras ajenas, en las temporadas de cereza y tomate ella ó embalando bajo los sauces él, para hacer envíos al Mercado Concentrador, en Buenos Aires. Y de la misma manera un hijo de españoles y una vecina llegada desde Chile formaron su familia en Allen, iniciando una tradición ligada al cultivo que hoy se extendió hasta una de sus nietas, estudiante de la Facultad de Agronomía.
Esta última referencia responde al legado de Juan Carlos y Edita, que eran trabajadores rurales y que transmitieron ese mismo oficio a sus dos hijos varones y a su única hija mujer, Andrea. En diálogo con RÍO NEGRO, ella misma contó que ya con ocho años recuerda la mudanza de una chacra a otra, donde el padre los preparó para empezar a trabajar.
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“Lo primero que hice fue cosechar tomate. Como éramos chicos, todavía no manejábamos la escalera, por eso también juntábamos fruta del suelo, limpiábamos acequias, juntábamos ramas, todos los trabajos más chicos. A medida que fuimos creciendo, ya nos empezó a enseñar el uso de la escalera, empezamos con las de 13 escalones. Ahí pude ralear, ese tiempo empieza ahora, a fines de octubre o principios de noviembre, y después cosechábamos, con terribles calores, con rocío, todos mojados”.
Según los recuerdos de esta allense, en aquellos años se podían criar animales. “Mi papá criaba cerdos, gallinas, patos, porque te lo permitían. Se hacía quinta y chacinados también, pero después, con los controles se complicó”. Consultada por el impacto de esas medidas, Andrea dijo que “mucha gente dejó de vivir en la chacra por ese motivo, porque la cría de animales y la verdura era un medio para subsistir, la gente lo consumía pero también vendía, vendía huevos, vendía carne, era diferente”.
A pesar de eso, sin embargo, las crecientes visitas a los lugares obligaron a los dueños de la tierra a regularizar la forma en que vivían sus peones. “En la chacra donde trabajaba mi papá eran casas muy precarias, ahora está modificado. Antes no habían baños, eran letrinas, no había agua corriente sino por bomba y venía salada», dijo .
«Lo lindo era esperar el riego, las carneadas, los partos de los chanchitos, ver a la gallina aparecer con tantos pollitos, cobrar y salir de compras ‘al pueblo’”, explicó con nostalgia la hija de aquel matrimonio. Hoy, Paola, la siguiente generación, vuelve a escuchar las vivencias de sus abuelos en la voz de otros “experimentados”, que comparten lo que aprendieron en la chacra, sin título, pero ante ingenieros y alumnos universitarios, que le ponen nombre a lo que ellos hicieron toda la vida.
Representante de las mujeres de la fruta fue, más cerca en el tiempo, Haydée Coila, histórica referente en Allen de UATRE (Unión Argentina de Trabajadores Rurales y Estibadores), un espacio tradicionalmente liderado por hombres, donde abrió un camino. Costaba que alguien levantara la voz por sus compañeras, las que criaron a sus hijos entre frutales, pero ella lo hizo y una calle rural entre Rutas 22 y 65, la recuerda para la posteridad.
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Trabajo rural: Desde la zafra
Y como el Valle no es la única zona productiva de la provincia, desde el sur, la labor de Rafael habla de lo que se vive actualmente en la esquila. Nacido en Maquinchao hace 41 años, este payador reparte sus días entre el esfuerzo dentro de la “comparsa”, recorriendo estancias para cortar la lana de miles de ovejas, y las horas con la guitarra, componiendo milongas para contar lo que vive con su gente.
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“Volví a la zafra después de estar seis años viviendo en Carmen de Patagones, ahora estamos cerca del Pilquiniyeu y justo agarramos señal”, dijo al responder las consultas de este medio. Consciente de las dificultades, sabe de cada una de ellas, porque se crió en la Línea Sur y tuvo que hacer todos los oficios. “La lucha de la esquila sigue siendo sacrificada como antes, las condiciones no han mejorado, hay puestos donde todavía no hay comodidades, se come a la intemperie, andan mal los fogones, etc.”, dijo.
Entre tantas letras que escribió, en una de ellas, “El trajín del cebollero”, habla de lo que muchos deben enfrentar. “Allá sentado sobre los tachos/ con otros tantos esperando están/ que pase el camión o el colectivo/ que a la cebolla los llevará/ algunos van con sus compañeras/ novia o esposa, siempre a la par/ van veteranos y adolescentes/ ganando el pan del bien, pal’ hogar/ las ‘golondrina’ han llegado del norte/ y los del sur, como del lugar/ con mucha experiencia en el oficio/ y otros que empiezan como a probar/ gente de lucha, de sacrificio/ ningún gobierno valor les da/ si lo que ganan en brava jornada/ en la comida ya se les va”, punteó Rafael, anhelando que alguna vez, las cosas cambien.
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