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Pobres y agotados

El discurso oficial oscila entre la violencia descarnada hacia opositores y críticos y el delirio de una especie de realidad alternativa que solo está en la cabeza del presidente.

No sucede ahora a Javier Milei como algo excepcional, sino que le sucedió a todos los gobiernos que hubo en las cuatro décadas de democracia. Cada gobernante se enamora del par de cosas que contribuyeron a que ganase la elección que lo encumbró en la cima del poder político y deja de prestarle atención al resto de la realidad argentina.

Esos elementos se convierten en fetiches que los dominan y que ya no pueden tocar. Así fue el “uno a uno” inamovible del menemismo (que terminó en la crisis del 2001). Lo que diferencia al actual presidente de Alfonsín, Menem, Macri o los Kirchner en este tema es que todos los otros se aferraron a sus fetiches hacia su ocaso, al final de sus mandatos o luego de muchos años en el poder. Milei ya a gastado sus fetiches al cumplir apenas diez meses en el poder.

Quizás el agotamiento con los fetiches de Milei (la obsesión centrada solo en la inflación mientras el país se hunde en la peor recesión en décadas y el discurso violento permanente) se deban no solo a que el gobierno carece de capacidad de gestión en casi todas las áreas, sino que no le interesa nada que no sea destruir el Estado y todo lo que depende de él, menos la represión a los que manifiestan ideas distintas de las que tiene el presidente.

En los primeros seis meses de gobierno su política antiinflacionaria ha logrado producir de golpe cinco millones y medios de nuevos pobres (casi un millón de argentinos arrojados a la miseria cada mes).

Que más de la mitad de la población argentina esté sumida en la miseria (y, lo que es peor, porque les clausura el futuro justamente a los que más deberían tenerlo abierto, que siete de cada diez niños sea pobre) es alarmante y entristece a toda la gente digna, que ve cómo cada vez más gente pasa a malvivir en la calle. Es algo terrible para todos, menos para el gobierno, que se jacta con sus ridículas estadísticas imaginarias (“paramos el 17.000% de inflación”, por ejemplo). Ahora, frente a este drama, anuncia que logró “que el 85% de los argentinos no cayera en la miseria”.

El discurso oficial oscila entre la violencia descarnada (en especial contra los opositores políticos, los legisladores y los periodistas que no lo aplauden) y el delirio de una especie de realidad alternativa que solo está en la cabeza del presidente.

Como si no alcanzara con la pobreza generalizada, la caída del empleo, la recesión económica, el gobierno está obcecado en lo que denomina la “guerra cultural”: todos los días arremete contra los que piensan distinto del gobierno y lo hace con una violencia discursiva que no tiene muchos antecedentes en las últimas décadas.

Cada día el gobierno libra una nueva batalla de su guerra cultural. Esta semana fue el veto a la Ley de Financiamiento de las Universidades Públicas y todos los voceros del gobierno (y sus trolls en las redes sociales) se dedicaron a esparcir mentiras sobre las universidades.

El gobierno está convencido que, como la mayoría de la población no va a la universidad ni conoce nada de ese tema, puede hacerle creer cualquier mentira que difunda.

Pero la universidad pública es la institución más respetada y admirada (más querida, incluso) por la sociedad argentina. Es el último bastión de la resistencia de la clase media y la clase baja para ascender socialmente. Todas las encuestas muestran que alrededor del 80% de los argentinos apoya a la universidad.

El presidente está obsesionado con destruir el aparato cultural y educativo que los argentinos -incluso en gobierno dictatoriales- han construido en los 210 años de vida independiente.

Es parte de su guerra cultural en contra de la gran calidad educativa de la universidad pública y la gran calidad de las investigaciones científicas que ahora están paradas y sin presupuesto. Para Milei el enemigo es la cultura y la ciencia. Y ahí se equivoca. En esa batalla no lo acompaña ni siquiera la mayoría de su núcleo de fans.

A diez meses de que ha asumido el nuevo gobierno la sociedad argentina es hoy más pobre, ve que tiene menos futuro y está más agotada por la constante violencia presidencial. Todas las encuestas muestran que cada día cae más el apoyo social con el que contaba Milei al comienzo de su gestión.

El quiebre más fuerte coincidió con el festejo (el asado en Olivos) del veto que les negó a los jubilados una mísera recomposición de sus haberes.

Nada de combate a la casta: los que pagan el ajuste son los jubilados, los que quieren estudiar o necesitan tratarse en un hospital. Mucha gente se indignó ante la falta total de empatía gubernamental.

El patoterismo que le sirvió a Milei para hacerse popular en los programas televisivos y le permitió ganar una elección hoy dejó de funcionar ante la nueva realidad negativa que su propia política ha creado.


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