Luisa llegó a los 100 y Valcheta la celebra como su enfermera más antigua
Nacida en un paraje cercano, valora el reconocimiento que la comunidad le hizo a su siembra, después de tantos años. Consultada por un deseo, pidió llegar a los 110.
Alegre y entre sus plantas, Luisa Cumio disfruta sus 100 años en Valcheta. Foto: Gentileza.
Las fotos de Luisa Cumio engañan: no puede ser que haya vivido tanto y que no se le note ni un poco. Bromas aparte, esta vecina de Valcheta, será la protagonista de un homenaje por el oficio que pudo ejercer: el de enfermera en el hospital y la más antigua de todas.
Qué bonito es el paraje Chipauquil
Nacida en Chipauquil, paraje 60 kilómetros al sur de la Ruta 23, crió a cuatro hijos con lo que aprendió de su cuna, mitad francesa, por el lado materno, mitad chilena por el lado paterno, aunque compartió con él bastante poco, según contó a este medio su sobrina, Nancy Piris. Luis, conocido como “Vasco”, Jorge, alias “Colón” y Víctor, apodado “Beto”, son los varones que junto a Laura, integran su descendencia. Todos con su apellido únicamente, porque se las ingenió para salir adelante como madre soltera y por eso, el esfuerzo valió doble.
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Para destacar su figura, el Hospital zonal “Raúl Fernícola” preparó un homenaje, que tendrá lugar este viernes 4, a las 15, en el marco del desfile por el 191° aniversario de la localidad, pueblo que actualmente cuenta con 4300 habitantes. En esta efeméride tan significativa, oficializarán la elección de su nombre para bautizar al sector de Internación del nosocomio.
Desempolvando recuerdos de la familia, RÍO NEGRO supo gracias a su nieto Diego, que el equipo del centro de salud la tuvo entre sus integrantes ya desde comienzos de los años ‘60, desde 1963, para ser mas exactos. Llegó con casi 40 años, después de cumplir tareas domésticas y de campo, junto a su abuela, criando chivos y ovejas, andando a caballo, ordeñando, esquilando, arreglando los corrales de piedra que hicieron sus antepasadas y que aún están en pie. Fundamental era mantener la huerta y el cuidado de los árboles, tan necesarios en esa zona.
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Como otras tantas enfermeras de la Patagonia en ese tiempo, Luisa no tuvo una formación académica o un título. Podría haber hecho un curso en Viedma, pero las circunstancias no se lo permitieron: los hijos chicos, el único sustento y tantas trabas. A pesar de este panorama, sin embargo, empezó como trabajadora de la lavandería del hospital, para luego recibir los conocimientos de compañeras más experimentadas o de los mismos médicos del lugar, para incursionar en curaciones, inyecciones y otras tareas.
Es conocida entre los suyos la anécdota de que el propio Fernícola llamaba a Luisa o a sus colegas para que ayudaran en una operación en quirófano, aunque no supieran todavía cómo accionar. El médico necesitaba que sostuvieran una pinza, “que se llama así”, que lo ayudaran en otro procedimiento que “se hacía asá” y ellas eran las únicas manos disponibles. Quizás después, en el mismo turno, serían las encargadas de entrar leña para mantener el calor de la estufa, por ejemplo, y así mantener la multiplicidad de roles.
Hoy, después de años de servicio, recibirá la gratitud de sus vecinos y vecinas, por la calidez y el trato humano que compartió con ellos. Fanática del buen puchero, nunca perdió la alegría y el gusto por jugar a las cartas y al bingo. Una poesía de su hijo Víctor, escritor y heredero de la vocación en salud como agente sanitario, le dedicó estos versos: “Desde que la vida la asiste/ es de este lugar/ de su respiración/ de sus sensaciones/ de la energía que emana/ la esencia de cuidar/ que nunca envejece/ lúcida/ supo decirle no/ al despropósito/ al absurdo/ de desoír a su Ser/ y por ello/ decidió ser enfermera”.
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