Innovaciones tecnológicas que traen regresiones políticas
Si la clase política se niega a reparar lo roto, lo roto romperá a la clase política. Será el resultado de emociones desbordadas, insensibilidad política y cambios tecnológicos.
Emociones, instituciones y tecnologías.
1. Aquellos que piensan que los tiempos intensos que vivimos son pasajeros tienen razón. Pueden venir peores. Debemos desconfiar de nuestra capacidad colectiva e individual de negar la realidad. Entre las pantallas distrayendo a una generación hasta las burbujas en las que vive el sistema político, la negación es el movimiento social más inclusivo, esforzado y exitoso.
En las pasadas tres columnas intentamos diseccionar una frase del biólogo Edward O. Wilson que dice: “Existimos en una bizarra combinación de emociones de la edad de piedra, instituciones medievales y tecnologías con el poder de los dioses”. La podemos encontrar en su libro “La creación” de 2006. La Real Academia Sueca le otorgó a Wilson el premio Crafoord creado para áreas no reconocidas en el Nobel.
Tenemos las mismas emociones de nuestros parientes simios pero también nos gusta olvidarlo. Somos los mismos homo sapiens hace 300 mil años, la evolución y educación moral siguen siendo un desafío, especialmente hoy, en los espacios escolares.
Seguimos habitando un leviatán que no protege, un Estado hoy en crisis, tan medieval como estratificado y tenemos una tecnología para manipularnos como lo harían los mismísimos dioses.
Vemos niños y adultos adictos a pantallas, un Estado que se autodestruye con una clase política miope y billonarios como profetas postulando que la tecnología lo solucionará todo.
Emociones, instituciones y tecnologías en ebullición
Los tres elementos, emociones, instituciones y tecnologías, están en estado de ebullición retroalimentandose. En ese contexto, la capacidad de negar que el agua hierve a los 100 grados centígrados es una práctica social transversal. Negar la inflación, la inseguridad, la desconexión entre sociedad y política, la recesión y hasta financiar electoralmente a los mesías del malestar político que después se sufrirá de forma federal fue algo que todo el sistema político hizo.
En esa línea, en las presentaciones de su libro “Fascismo, una advertencia” (2016), Madeleine Albright solía repetir: “Los pueblos le hablan a sus gobiernos con la tecnología del Siglo 21, los gobiernos los escuchan con tecnologías del Siglo 20 y le dan respuesta con tecnología del Siglo 19”. Los adelantos provocaron regresiones. La tecnología parece ser parte del problema y de la solución.
2. Como la clase política se negó a reparar lo roto, lo roto rompió a la clase política. Con las razones que existen para la decepción democrática y con las emociones anti-políticas estimuladas, la sociedad se romperá más y la política se degradará más y ese ciclo será letal. Quizás lo que viene es algo considerablemente peor que el período 1976-1983 porque la fragmentación delega la destrucción de la sociedad en la misma sociedad. Tanto en variables económicas como institucionales la fragilidad es mayor.
Las intuiciones de la sociedad son correctas, sus acciones son autodestructivas. El pueblo tiene una bronca legítima, su traducción en decisiones la hunde más en la irracionalidad social que es potenciada con plataformas que la polarizan.
El resentimiento popular que alimenta el autoritarismo
En lugar de empatizar, de escuchar esa frustración y furia, que tienen razones evidentes y emociones palpables, parte significativa de la clase política prefiere llamar “ignorantes” y demás epítetos a parte de la sociedad que ellos defraudaron, fracturaron y frustraron. Que ellos perdieron. Se niegan a hacer política mientras mantienen sus negocios en la política.
La transición democrática al autoritarismo será alimentada por ese resentimiento popular que puede expandirse más y más. Esa oscuridad nutre una nueva teología política, un esoterismo popular, pero que tiene múltiples formas de conectar con una sociedad enojada, de estar presente en los barrios, de forjar una alianza policlasista.
Mientras hay nuevos actores en la política, las fuerzas políticas tradicionales tratan a la mayoría de la población como “subnormales”, “desquiciados”, un “ellos” anormales que “están entre nosotros”, los normales.
Ese elitismo de la clase política e intelectual es otra forma de autodestrucción de la política democrática.
* Lucas Arrimada es Profesor de Derecho Constitucional y Estudios Críticos del Derecho.
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