La batalla de la carne

Puede que las medidas que ha tomado el gobierno para obligar a los frigoríficos a vender en el mercado interno carne destinada a la exportación hayan servido para que los consumidores locales pagaran menos por algunos días, pero sólo se habrá tratado de un alivio pasajero. Una consecuencia inevitable de la campaña oficial contra el sector será que se reduzca todavía más la oferta, encareciéndola, además, claro está, de tener un impacto sumamente negativo sobre nuestra balanza comercial. Mientras que en el resto del mundo los gobiernos están haciendo lo posible para impulsar las exportaciones, el de los Kirchner ha optado por desalentarlas. Los únicos que se han visto beneficiados por la estrategia perversa así supuesta han sido los ganaderos uruguayos y brasileños, que están en vías de reemplazar a los argentinos en los mercados internacionales más lucrativos. En efecto, gracias en parte a la sequía prolongada del año pasado y a la agresividad del secretario de Comercio, Guillermo Moreno, ya contamos con un stock vacuno que, según algunas fuentes, es de menos de 50 millones de cabezas, mientras que apenas tres años antes se acercaba a 60 millones. Para agravar todavía más la situación provocada por la ofensiva más reciente de Moreno contra la ganadería, nadie sabe muy bien lo que está ocurriendo. El martes, el ministro del Interior, Florencio Randazzo, aseveró que “la presidenta no ordenó el cierre de exportaciones de carne, tal como se afirmó periodísticamente”, y desde Ecuador el ministro de Agricultura, Julián Domínguez, nos informó que “no está en el espíritu de la presidenta el cierre de exportaciones”, pero conforme a los frigoríficos, a pedido de Moreno la Aduana ha frenado “por tiempo indeterminado” los embarques de carne vacuna. De seguir así, podrían concretarse las amenazas atribuidas a directivos de empresas como Swift de cerrar sus plantas industriales, dejando en la calle hasta a 20.000 operarios, porque no están dispuestos a trabajar a pérdida y, es innecesario decirlo, están hartos de tener que adaptarse todos los días a los caprichos de personajes como Moreno. Por su parte, los líderes del campo están pensando en ordenar el cese de la comercialización del ganado a menos que el gobierno de Cristina ponga fin a medidas que a su entender son provocativas. Como no pudo ser de otra manera, las declaraciones de Randazzo y Domínguez acerca de la oposición presidencial a cualquier intento de cerrar o suspender la exportación de carne hasta que se tranquilicen los precios en las carnicerías dieron pie a rumores de que por fin Cristina había decidido prescindir de los servicios de Moreno, el funcionario que, en combinación con el ex presidente Néstor Kirchner, maneja la economía nacional desde hace varios años, para pesar de los formalmente encargados de dicha tarea, pero parecería que sólo se trataba de versiones. Aunque es de suponer que a esta altura Cristina se ha dado cuenta de que es inútil procurar frenar un proceso inflacionario manipulando las estadísticas y congelando los precios de bienes determinados, ya es demasiado tarde para que se libere de la tutela asfixiante de su marido. Será por eso que lo único que se le ocurre es sugerir que convendría que modificáramos nuestras costumbres alimenticias, comiendo más pollo, carne porcina y pescado, lo que dadas las circunstancias sería menos costoso que continuar tratando de aislar nuestra economía de la internacional resignándonos a “vivir de lo nuestro”. Mal que le pese al gobierno actual, la carne vacuna ha sido el producto emblemático del país durante buena parte de los casi dos siglos que han transcurrido desde que se independizó de la corona española, y debido a la creciente demanda internacional podría seguir siéndolo, lo que contribuiría a mejorar el estándar de vida no sólo de los empresarios ganaderos sino también de la población en su conjunto. Así las cosas, es insensato sacrificarlo en aras de un objetivo de corto plazo. Aunque es comprensible que la suba constante de los precios de lo que para los habitantes del país son bienes de primera necesidad preocupe mucho al gobierno kirchnerista, éste debería entender que es una consecuencia inevitable de su resistencia a hacer un esfuerzo auténtico por combatir la inflación, no de la maldad de un sector al que por motivos ideológicos quiere castigar.


Puede que las medidas que ha tomado el gobierno para obligar a los frigoríficos a vender en el mercado interno carne destinada a la exportación hayan servido para que los consumidores locales pagaran menos por algunos días, pero sólo se habrá tratado de un alivio pasajero. Una consecuencia inevitable de la campaña oficial contra el sector será que se reduzca todavía más la oferta, encareciéndola, además, claro está, de tener un impacto sumamente negativo sobre nuestra balanza comercial. Mientras que en el resto del mundo los gobiernos están haciendo lo posible para impulsar las exportaciones, el de los Kirchner ha optado por desalentarlas. Los únicos que se han visto beneficiados por la estrategia perversa así supuesta han sido los ganaderos uruguayos y brasileños, que están en vías de reemplazar a los argentinos en los mercados internacionales más lucrativos. En efecto, gracias en parte a la sequía prolongada del año pasado y a la agresividad del secretario de Comercio, Guillermo Moreno, ya contamos con un stock vacuno que, según algunas fuentes, es de menos de 50 millones de cabezas, mientras que apenas tres años antes se acercaba a 60 millones. Para agravar todavía más la situación provocada por la ofensiva más reciente de Moreno contra la ganadería, nadie sabe muy bien lo que está ocurriendo. El martes, el ministro del Interior, Florencio Randazzo, aseveró que “la presidenta no ordenó el cierre de exportaciones de carne, tal como se afirmó periodísticamente”, y desde Ecuador el ministro de Agricultura, Julián Domínguez, nos informó que “no está en el espíritu de la presidenta el cierre de exportaciones”, pero conforme a los frigoríficos, a pedido de Moreno la Aduana ha frenado “por tiempo indeterminado” los embarques de carne vacuna. De seguir así, podrían concretarse las amenazas atribuidas a directivos de empresas como Swift de cerrar sus plantas industriales, dejando en la calle hasta a 20.000 operarios, porque no están dispuestos a trabajar a pérdida y, es innecesario decirlo, están hartos de tener que adaptarse todos los días a los caprichos de personajes como Moreno. Por su parte, los líderes del campo están pensando en ordenar el cese de la comercialización del ganado a menos que el gobierno de Cristina ponga fin a medidas que a su entender son provocativas. Como no pudo ser de otra manera, las declaraciones de Randazzo y Domínguez acerca de la oposición presidencial a cualquier intento de cerrar o suspender la exportación de carne hasta que se tranquilicen los precios en las carnicerías dieron pie a rumores de que por fin Cristina había decidido prescindir de los servicios de Moreno, el funcionario que, en combinación con el ex presidente Néstor Kirchner, maneja la economía nacional desde hace varios años, para pesar de los formalmente encargados de dicha tarea, pero parecería que sólo se trataba de versiones. Aunque es de suponer que a esta altura Cristina se ha dado cuenta de que es inútil procurar frenar un proceso inflacionario manipulando las estadísticas y congelando los precios de bienes determinados, ya es demasiado tarde para que se libere de la tutela asfixiante de su marido. Será por eso que lo único que se le ocurre es sugerir que convendría que modificáramos nuestras costumbres alimenticias, comiendo más pollo, carne porcina y pescado, lo que dadas las circunstancias sería menos costoso que continuar tratando de aislar nuestra economía de la internacional resignándonos a “vivir de lo nuestro”. Mal que le pese al gobierno actual, la carne vacuna ha sido el producto emblemático del país durante buena parte de los casi dos siglos que han transcurrido desde que se independizó de la corona española, y debido a la creciente demanda internacional podría seguir siéndolo, lo que contribuiría a mejorar el estándar de vida no sólo de los empresarios ganaderos sino también de la población en su conjunto. Así las cosas, es insensato sacrificarlo en aras de un objetivo de corto plazo. Aunque es comprensible que la suba constante de los precios de lo que para los habitantes del país son bienes de primera necesidad preocupe mucho al gobierno kirchnerista, éste debería entender que es una consecuencia inevitable de su resistencia a hacer un esfuerzo auténtico por combatir la inflación, no de la maldad de un sector al que por motivos ideológicos quiere castigar.

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