Milei y Lijo: ¿cuántas misas vale París?
El Presidente se encamina a una derrota segura por insistir sin votos con un juez cuestionado. Podría llegar otro momento de revelación: el del acuerdo con Cristina. Y ese costo político no podrá ser delegado.
Ariel Lijo siempre fue una derrota para Javier Milei. Cuanto antes salga de ahí, más tiempo y capital político tendrá el Presidente para cicatrizar ese error. Si insiste con la designación de Lijo, lo más probable es que las consecuencias se agraven.
Si existe eso que Milei suele llamar “principio de revelación”, entonces es algo que sucedió en estos días. Dos episodios iluminaron con claridad el origen de este problema, el más relevante en términos institucionales que hoy tiene entre las manos el Presidente.
Al primero de esos momentos lo protagonizó el ministro de Justicia, Mariano Cúneo Libarona, cuando le puso nombre y apellido al autor intelectual de la postulación de Lijo. No fue Milei, sino el juez de la Corte Suprema, Ricardo Lorenzetti. El segundo momento de epifanía fue cuando el otro postulante a la Corte, Manuel García Mansilla, reveló que al ofrecimiento del cargo tampoco lo hizo el Presidente, ni su ministro de Justicia, sino Santiago Caputo, asesor monotributista sin responsabilidades formales en el Gobierno.
Lo que revelan ambos hechos es que el Presidente no entendió su rol en el proceso de designación de un juez de la Corte. No delegó esa tarea; intentó un imposible: fingir distancia con ella. En esa alergia al trámite político, Milei parece haber confundido la formalidad institucional de la selección y el ofrecimiento al postulante con la dinámica de poder ineludible que está ínsita en el desarrollo del trámite. En términos de poder, la cadena de tracción actuó invertida, en detrimento del Presidente y en favor de un integrante de la Corte Suprema que decidió actuar como asesor del Ejecutivo, nada menos.
Todo esto podría pasar inadvertido y no ser otra cosa que materia de cálculo político si el candidato propuesto hubiese cosechado una mínima aceptación social. No ha sido el caso de Ariel Lijo. Ningún postulante a la Corte desde la restauración democrática fue objetado de manera tan amplia y contundente. Incluso en los tiempos del menemismo, las críticas sobrevinieron con el alineamiento automático.
Si el presidente Milei decide continuar con la aventura está claro lo que se avecina. Necesita dos tercios de los votos del Senado. Llegará otro momento de revelación: el del acuerdo con Cristina Kirchner. Ese costo político no podrá ser delegado en el joven Caputo, ni en Lorenzetti.
Consciente de esa dinámica de poder, la expresidenta se mantuvo en silencio hasta ahora, atrayendo a Milei a la emboscada. No es que tenga un maneo férreo de todos los votos opositores en el Senado; su poder también se desflecó en esa cámara. Le quedan los fieles que ubicó en las bancas en sus mejores tiempos y están los que privilegian su alineamiento con los gobernadores. Pero es tan raquítico el capital propio de Milei en el Senado que Cristina mueve el fiel de la balanza.
Justicia Legítima
Ahora que Milei llega con el pliego de Lijo en la mano a pedir el voto del Senado, Cristina devuelve con una potenciación de la demanda. Su lista de requerimientos va desde la ampliación de la Corte Suprema, a una paritaria abierta entre libertarios y kirchneristas por la friolera de 144 cargos en la justicia federal y el reemplazo del Procurador General. Los nombres más rutilantes de esa enorme feria de vanidades ya comenzaron a circular.
Cabe preguntarse entonces: ¿todo lo que la Corte Suprema le impidió a Cristina cuando declaró la inconstitucionalidad de la ley de “democratización de la justicia” en 2013 puede terminar obteniéndolo el kirchnerismo por la decisión de Milei de insistir en el error cometido con Lijo? ¿Cuántas misas vale París? ¿El mismo Lorenzetti que encabezó la reacción de 2013 operará como el gestor más eficiente de una nueva “Justicia Legítima” una década después?
Si alguien conoce la naturaleza de los dos tercios es Cristina Kirchner. Su declive comenzó cuando creyó poder forzar ese número para conseguir una segunda reelección y fracasó. Sabe que esa cláusula es una garantía sistémica para proteger a las minorías de los abusos de una mayoría. Es lo que la Constitución admite como un mecanismo de bloqueo legítimo. Por eso, en medio del colapso político provocado por el gobierno y los delirios de Alberto Fernández, usa la herramienta que alguna vez padeció para maximizar su posición política y ganar tiempo para recomponer su espacio. El que no parece entender el juego es Milei. El minoritario en el Senado es él. Si no consigue los dos tercios será una derrota. Si el kirchnerismo se los presta, también.
La confusión no es sólo del equipo oficial acostumbrado a “jugar a la mancha con los aviones”. Los socios de lo que fue Juntos por el Cambio están procesando a duras penas su declinación. Mauricio Macri es el que mostró mejor reacción al admitir la realidad. Sus votantes hicieron presidente a Milei y sus dos precandidatos presidenciales en las Paso de 2023 se fueron del PRO. La Coalición Cívica ya se había encogido antes de ese proceso, con la retirada de Elisa Carrió. La decisión tomada entonces, de asumirse plenamente como un grupo político testimonial, le sirve ahora en cuestiones clave como la controversia por Lijo.
Donde la crisis se agrava sin freno es en el radicalismo. La dirigencia nacional de la UCR intentó tomar una posición pública sobre los pliegos de Lijo y García Mansilla y no pudo. De cara a la sociedad, la UCR no sabe qué argumentar. Algunos cuestionan individualmente los antecedentes de Lijo, otros sueñan con sumarse a la subasta de cargos que propone el kirchnerismo.
Sin valores para defender, sin más proyecto de poder que el de ser furgón de cola en el gran tren de la casta. Gestión Lousteau.
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