«Emily en París», la serie de Netflix para darse el gusto y sin efectos adversos
Desde que comenzó la serie, que va por su cuarta temporada y es un éxito, le llueven críticas con saña. ¿Por qué hay que reprocharle tanto a una comedia romántica que nos saca de lo cotidiano?
“La fantasía de un baby boomer sobre la vida de una millennial perezosa”. “La serie que amamos odiar”. “Espectáculo vergonzoso”. Cada una de esas definiciones fueron escritas sobre “Emily en Paris”, la serie de Netflix que va por su cuarta temporada; que, desde que comenzó, en medio del encierro pandémico de 2020, fue un boom, y que el 12 de septiembre estrenará la segunda de la entrega de este año, parte mudándose a Roma.
¿Por qué tanto encono por una serie que, en el peor de los casos, no es más que una comedia romántica con mucha moda, increíbles postales de París, un montón de franceses que hablan en inglés, y enredos quizás un poco disparatados? ¿Por qué hay que justificar ese tiempo ante la vidriera de Netflix como si fuera, más que un placer culposo, un vicio perjudicial?
La historia de Emily Cooper (la simpática Lily Collins), hay que decirlo, es un poco tirada de los pelos. Allá por el comienzo, como su jefa está embarazada, le ofrecen a ella un cargo en París, así que tímida y algo inexperta, se muda de Chicago a la ciudad y el puesto soñados: una agencia de publicidad que trabaja con las mejores marcas de lujo. Emily nunca termina de encajar en el ambiente francés, pero casi todo lo que emprende, con su celular como mejor herramienta, es un éxito. Y todo lo hace mientras la Torre Eiffel resplandece detrás, o ella toma champagne en un castillo o luce espléndida, en cualquier escenografía.
En ese momento se le cuestionó a la serie que cómo era posible que una recién llegada a un trabajo en la capital de Francia pueda tener no uno sino todos esos outfits de diseñadores carísimos. Casi lo mismo que se dijo del vestidor de Carrie Bradshaw en los noventa, cuando el personaje de Sarah Jessica Parker lucía más zapatos que la ex primera dama de Filipinas, Imelda Marcos, con su sencillo sueldo de periodista por sus columnas sobre “El sexo y la ciudad”. La realidad, todos lo sabemos, es bastante distinta, más compleja y posiblemente gris. Pero nadie se sienta a ver una u otra de estas series para saber las escalas salariales, el precio de los alquileres y el costo de la canasta básica. ¿Evasión? Posiblemente. ¿El mejor programa después de ir al supermercado y pagar un precio desorbitado por apenas dos bolsas de alimentos? Si, definitivamente.
La comparación con “Sex and The City” no es casual. El productor de “Emily in Paris” es Darren Star, el mismo de “Melrose Place” y de la exitosa historia que protagonizó Sarah Jessica Parker (y que aún ahora protagoniza bajo el nombre “And Just Like That”).
A todo el estilo, a cargo de la legendaria Patricia Field -nominada al Oscar por “El diablo viste a la moda”-, hay que sumarle los guiños a Audrey Hepburn, que centellean aquí y allá y que en la cuarta temporada se iluminaron con el look de Emily en el baile de las máscaras.
Siempre hay un dejo de la protagonista de ‘Desayuno con Diamantes’, ‘Funny Face’ y ‘Sabrina’. Y a eso habrá que sumare lo que viene, cuando comience la segunda parte de esta cuarta temporada, el 12 de septiembre, y la acción se desplace a la capital italiana donde la bella Hepburn filmó una de las hermosas comedias románticas del cine, “Vacaciones en Roma”, de William Wyler, junto a Gregory Peck.
Y entonces, sí, es difícil que haya alguien que caiga de buenas a primeras en París, y que tenga el vestuario, el estilo y todas esas invitaciones para lucirlos; sí, es cierto que París luce mucho más compleja y menos naif que lo que cuenta la serie; y sí, posiblemente nadie pueda salir de algunos conflictos que se plantean con tanta facilidad y sin costo anímico. Pero para todo eso, están la realidad, los noticieros, los documentales, otras series y algunas películas. “Emily en París” es una comedia romántica, inocente, sin efectos secundarios adversos, que parece servida en bandeja en un balcón que da al río Sena. Disfrutar es un placer. Sin culpas.
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