Juan “Pato” Pagano: la creación del Club Marabunta de rugby

Rugbier, escritor de una obra que emociona, Juan Nahuel Adolfo Pagano nació el 6 de agosto de 1941 en San Carlos de Bariloche. Es hijo de Mario Héctor Pagano y de Filomena Romero. Sus abuelos, Cándido Pagano y Rina Germani, eran de Génova, Italia. Juan se radicó con su familia desde 1944 en Cipolletti.

En 1957, muy joven, comenzó a jugar al rugby luego de haber recibido una beca para estudiar Gimnasia de Grandes Aparatos en GEBA (Club Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires), bajo la tutela del Profesor Fidanza. La pasión por el rugby fue y es muy grande.

Un gran puntal de su vida y actuación es su esposa Hilaria “Lita” Manso, con la que se casó en 1968. Lita es hija de Estanislao Manso, español de Galicia, y de Efigenia Opazo, chilena. Juan y Lita tuvieron dos hijos: Mariela y Rodolfo, y tres nietos: Rocío, Tomás y Mía. El marido de Mariela se llama Daniel y la esposa de Rodolfo, Solana. Mariel es profesora de aeróbica y fitness desde hace 25 años en Gym Training de Cipolletti. Su esposo Daniel es Licenciado en Seguridad e Hhigiene.

En cuanto a Rodolfo, fue jugador en Marabunta desde los 6 años hasta que viajó a Nueva Zelanda, a los 18, donde vivió un año y jugó en el equipo Waiuku District Rugby Football Club.

Rodolfo se recibió de Licenciado en Seguridad Pública. Solana, por su parte, practicó canotaje y participó de los Juegos Olímpicos en Los Ángeles. Juan fue un histórico jugador, presidente de Marabunta, dirigente de la Unión de Rugby del Alto Valle, árbitro, propulsor del rugby zonal y, fundamentalmente, “maestro desarrollador del juego”, como escribió su amigo Jorge “Vasco” Izaguirre en el prólogo de la Segunda edición de su libro El rugby, historia de una pasión.

En el libro de su autoría podemos leer: […] “El rugby, como todo deporte, debe ser un medio importante para que el individuo logre y desarrolle su equilibrio físico, mental y espiritual. El individuo ha de iniciarse en el juego y en el deporte formativo y desarrollarse en el competitivo.” […] “La persona que juega tiene que ser LIBRE para desahogar toda su exuberancia natural y poder desarrollar su capacidad creadora. Jugando rugby, el niño y el adolescente desarrollan su propio juicio en beneficio del conjunto. Jugando con libertad serán jóvenes que piensen y adultos que sabrán elegir”. […] En su primer capítulo, Pagano resalta “la estructura del Club Marabunta, basada en los conceptos filosóficos del rugby.

Todos bajo el paraguas de la palabra “respeto”, con la que se transmiten valores irrenunciables: humildad, solidaridad. Esfuerzo, pasión, amistad”. […] Todos valores que una sociedad necesita para ser cada día mejor.

En 1957, el ingeniero Lalo Bellino invitó a un grupo de jóvenes a jugar al rugby, bajo la convicción de que era un deporte maravilloso en el que prevalecían los valores filosóficos del juego. Comenzaron las prácticas y los entrenamientos en el Club Cipolletti: conformaron un equipo que nunca llegaban a completar. No obstante, jugaban partidos con equipos de General Roca, Allen y Neuquén. Representando a Cipolletti jugaban en la antigua cancha de fútbol. Y, así, fueron jugando por diferentes lugares como nómades del rugby: predio del Barrio Don Bosco (municipal), terreno en Santa Marta, terreno en Barrio Pilotto, terreno en calle Naciones Unidas y en la cancha del Club Cuatro esquinas.

Por último, el paraje Pichi Ruca, donde se encuentra actualmente el club. Terminada la década del ‘60, eligieron el nombre de Marabunta Rugby Club. A pesar de no tener todavía la cancha, decidieron fundar oficialmente el club el 3 de octubre de 1970.

Con esa acta lograron la documentación oficial de personería jurídica.

Por decreto provincial les adjudicaron cinco hectáreas en el barrio IPPV; pero, al poco tiempo, esas tierras fueron reasignadas.

Esto los movilizó a realizar gestiones ante la municipalidad y, con el apoyo incondicional del concejal Néstor García, se firmó un convenio por la sesión de las tierras en el paraje Pichi Ruca por el término de veinte años renovables, con una superficie de tres hectáreas.

Toda la comunidad cipoleña los apoyó mientras hacían sus trámites para conseguir fondos para seguir creciendo.

“Esta historia no estaría completa si no nombrara a tres amigos entrañables que me acompañaron en las etapas más duras, construyendo el sueño de hacer un club de rugby: Jorge Izaguirre, Diego Segovia y Rubén Quadrini, recordando las vivencias, con nuestras familias. Fueron años maravillosos”.

Una gran historia de un emblemático club de rugby valletano que Juan atesora en sus recuerdos.


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