Empezar de cero: la experiencia de Arleny desde Venezuela hasta Neuquén

Esta licenciada en Educación Especial llegó queriendo dedicarse a su familia, pero aquí la crisis la puso en jaque. Después de años en tareas de maestranza hoy se consolida en su nueva vocación: el coaching de vida.

Muchos pueden opinar de la vida ajena, de locales o de recién llegados, de las fórmulas que las personas deberían aplicar para salir adelante o directamente sobrevivir, pero para Arleny y su familia, no hubo tiempo ni para ensayos. Oriundos de Maracaibo, Venezuela, llegaron a Neuquén con el trabajo asegurado de su esposo Gustavo, como gerente en una contratista petrolera. Sin embargo esa oportunidad se cerró y de pronto, se encontraron con las manos vacías. Cinco años después, pueden mirar atrás con resiliencia y con la esperanza puesta en la consultoría que armaron, como proyecto familiar.

Arleny Román es quien le puso voz a la experiencia vivida desde 2019, cuando ella como Licenciada en Educación Especial, ya casada y con tres hijos, llegó a nuestra región animándose al cambio que implicaba dejar “su zona de confort”, como ella la define, una vida hecha a más de 8000 kilómetros de la Patagonia. Le era tan lejano el destino que tuvo que googlearlo primero para ubicarse.

El comienzo, en el departamento amueblado que la contratista le pagaba a su marido, parecía marchar sobre rieles, pero la enfermedad de él primero y su despido después, los pusieron a todos en la cornisa. De pronto fue imposible seguir afrontando los mismos gastos y no les quedó otra alternativa: dejar esa vivienda cuando antes para no sumar a cuenta otro mes de un alquiler que era imposible de pagar. Como todo estaba incluído, ni siquiera camas propias tenían, así que el shock fue sin piedad. Pronto se hallaron durmiendo en colchones en el monoambiente que lograron rentar.

Arleny lo cuenta y hasta el tono de voz le cambia. Con casi 50 años y un título universitario, con años de experiencia en educación y acompañamiento, ese día a día no se parecía en nada a lo que había previsto. Así, pasaron de vivir en la Avenida Argentina, a un pequeño espacio en calle Ameghino, buscando el trabajo que se podía. Sin un título “apostillado”, paso previo necesario en Venezuela para luego homologarlo en Argentina, comenzó a cumplir tareas de maestranza en un colegio, para luego pasar a hacer lo mismo en el sector de supermercado de uno de los shoppings de la ciudad. Aún descolocados con las diferencias en el idioma y con la rutina local, al principio caminaban muchísimo para poder moverse de un lado a otro, hasta que lograron la comodidad del colectivo urbano. Detalles cotidianos que hacen la diferencia cuando todo cuenta.

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La distancia tuvo otros desafios: hace dos años que extrañan volver a encontrarse con su hijo mayor.

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Gracias al apoyo de vecinos y compañeros de trabajo, pudieron ir sobreponiéndose de las circunstancias que se sumaron. Su esposo en su área, su hija siendo psicóloga recibida en su país de origen, todos tuvieron que encontrar alternativas para sobrevivir. En el medio, la pandemia y las restricciones sumaron frustración, pero ahí fue donde Arleny se desafió a dar un paso más. Una capacitación en coaching de vida hizo que encontrara una nueva vocación donde canalizar lo que estaban viviendo y empezar a ver en cada momento difícil, una alternativa para crecer. “Fue fuerte porque no estaba acostumbrada a hacer ese tipo de trabajo, pero bueno lo hacía siempre con la mejor actitud. Cuando me tocaba limpiar baños yo decía ‘bueno, estoy limpiando el baño de mi casa’, cuando me tocaba limpiar la escuela pensaba ‘estoy limpiando como si fuese mi escuela’”, se mentalizaba.

El paso al sector de maestranza en el centro comercial le permitió aspirar al cargo de Supervisión y ahí fue donde se dio cuenta de su capacidad de coordinación de equipo y de que podía impactar a los demás con sus consejos. Hoy ya con 52 años, es una etapa cerrada en su vida, por el desgaste físico que significaba, pero a la vez, porque ella sabía que podía aspirar a más.

“GAM” son las iniciales de su familia y es el nombre del nuevo sueño que surgió de todo lo vivido en menos de una década en el sur del continente. Cambiaron el intenso calor de su Maracaibo por otros desafíos y hasta pudieron traer a vivir con ellos a la mamá de Arleny, que tampoco la estaba pasando bien con la situación venezolana. “La verdad que no volveríamos, solo de visita, ya los hijos no se quieren ir de acá”, reconoció. No son los mismos que llegaron y saben que queda mucho por delante, pero entendieron que en esa unión que los sostuvo, estaba la fortaleza. Otros neuquinos y neuquinas vieron lo mismo y los contuvieron, para que hubiera una salida posible, “gracias a Dios”, como dijo ella.

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