El Estado como enemigo de la sociedad: usar el impulso de cambio para su reconstrucción
Nuestras instituciones no hablan el mismo idioma que la sociedad. Son vistas como obstáculos y problemas mientras deberían ser puentes y soluciones. Simplificar es clave para reconstruir.
Todo lo que hay que reparar entre la sociedad y el Estado. La elección del año pasado en toda la Argentina, pero especialmente en las provincias patagónicas, expresó una clara fractura en las relaciones entre sociedad y Estado. El malestar se expresó de forma nítida, en blanco y negro. Las mayorías fueron directas en su mensaje y así mutó el lenguaje de la política, tanto la música como el ritmo de la danza que durante cuarenta años llamamos democracia. Muchos siguen tan perplejos como sordos.
La desregulación del cooperativismo y el cierre del Inaes
Ciertos sectores estaban, y siguen estando, muy enojados con la clase política e identificaron al Estado como centro de su rabia por causas diversas. La sociedad tiene sus fundamentos para sentir eso aunque sepamos que también se manipulan sus emociones. Ese malestar que tenía décadas sin ser escuchado por momentos parece ser autolesivo, perjudicial para la sociedad.
Sus razones y sinrazones, los errores de un sistema político disfuncional y las manipulaciones de las emociones de oportunistas, son secundarias, la encrucijada de vida o muerte es lo principal.
Sin un Estado inteligente y responsable no tendremos futuro sino más inestabilidad y caos. El Estado no es el enemigo de la sociedad, es su principal herramienta de paz.
Hay que usar los gritos del malestar social que piden un cambio, escuchar esa bronca y canalizarla, para transformar al Estado. Hay que usar ese impulso de destrucción casi suicida para su reconstrucción, para reparar todo lo roto: el vínculo vital entre sociedad y Estado.
Nuestras instituciones son vistas como amenazas y obstáculos mientras deberían ser puentes, soluciones, lugares de refugio, reconocimiento y encuentro. Son instituciones, usualmente pensadas para sociedades medievales, que deben dar respuestas a sociedades complejas y hoy cada vez más rotas, fracturadas.
La polarización y la guerra de denuncias en la que se convirtió la política estos años obviamente no han ayudado. Con diferentes niveles de responsabilidad desde Presidentes hasta Concejales tienen sus deudas. Para muestra, un botón. Cuando una autoridad -supongamos municipal- decide poner cámaras tramposas en rutas nacionales para después mandar actas de supuestas infracciones a trabajadores, turistas o vecinos de su provincia y extorsionar a esas personas que viven a cientos o miles de kilómetros bajo el lema “pague rápido y evítese más problemas”; lo que esas autoridades municipales están haciendo es ilegal y daña a la sociedad además de alimentar el odio hacia lo público.
El Estado es una herramienta de acción colectiva y ese tipo de “avivadas” -y tantas más- destruyen la confianza pública en la herramienta y la herramienta misma.
Tristemente, ciertos actores públicos siguen socavando sus últimas oportunidades y jugando un juego peligrosísimo. Todos debemos proteger una herramienta que fue construida por generaciones con verdadera sangre, sudor y lágrimas.
Simplificar es fortalecer y reconstruir. Cabe reconocer que nuestras instituciones no hablan el mismo idioma que la sociedad. Si el lenguaje del Estado es el lenguaje de la distancia y la burocracia en estos tiempos de ansiedades y angustias, su debilidad aumentará. El Estado y sus elites de funcionarios no le hablan al pueblo. Los líderes disruptivos, sí.
El mundo es complejo pero la sociedad necesita entenderlo en un lenguaje simple.
Las lágrimas traducen simplemente el malestar adulto, así como el llanto, el de un bebé.
Se simplifica el Estado cuando se controla que las personas cumplan sus tareas, que los que deben tutelar lo público no lo destruyan. Gestionando responsablemente con humanidad y resultados más allá de la ilusión tecnológica y del marketing bobo.
Simplificar quiere decir abrir nuevamente el Estado a la sociedad, construir el puente sobre el abismo abierto. Simplificar no quiere decir despedir, desarmar, abolir, destruir.
Quiere decir reducir complejidad artificial, hacer todo lo más simple posible. No habrá salud, educación, seguridad ni trabajo pero tampoco mercado, economía ni consumo si no se reconstruye un Estado más inteligente. Nuestras vidas dependen de esa tarea y no se puede delegar.
* Profesor de Derecho Constitucional y Estudios Críticos del Derecho.
(Imagen de la nota: “Burocracia de gobierno” – George Tookie – 1956).
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