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Cuando nació la ciudad moderna

Fueron París y Londres en el siglo XIX las que iniciaron los grandes cambios, seguidas por Nueva York en América. Buenos Aires fue pionera en el sur. Un vértigo de obras y tecnología que mejoraron la vida y la salud pública que nuestros abuelos ni soñaron.

Avenida de Mayo, la primera en América del Sur

El martes pasado fue feriado nacional. Se conmemoró la Declaración de la Independencia Argentina en 1816. Pero también se celebraba otro momento histórico, menos explícitamente político y menos conocido, pero muy importante: la avenida de Mayo (de la ciudad de Buenos Aires) cumplía ese mismo día 130 años. Hoy en casi todas las ciudades hay avenidas, pero en 1850 no existían en ninguna parte.


Cuando se inauguró la porteña avenida de Mayo en 1894 fue la primera avenida de América del Sur.
En todas las grandes y pequeñas ciudades de América Latina (y en la mayoría de todo el planeta) nadie había visto jamás una avenida. Es más, la mayoría de las calles americanas y europeas eran por entonces muy angostas.

En algunas apenas si podía pasar una persona; en muy pocas calles podía ingresarse con un carro pequeño tirado por un caballo. Tampoco existían plazas arboladas ni parques. Hasta fines del siglo XIX la mayoría de la vida urbana era muy distinta a como la conocemos hoy.

La ciudad moderna, la que hoy habitamos, con avenidas, parques, plazas y una gran cantidad de lugares públicos que puede disfrutar casi cualquier ciudadano es un invento de la última mitad del siglo XIX, que llevó varias décadas imponer y que recién se hizo visible en la primera parte del siglo XX. Buenos Aires, que era la ciudad más rica y moderna de América del Sur hasta 1930, salvo la avenida de Mayo, tenía muy pocas calles anchas. Carlos Gardel, por ejemplo, cantó en varios cafés de la calle Corrientes, mucho antes de que fuera convertida en avenida recién hacia fines de los años 30.

En ese mismo momento se derribaron manzanas enteras para construir la avenida más ancha de la Argentina, la 9 de Julio con su Obelisco, que aún continúa erigido en la intersección de esas dos avenidas. Aunque en el momento en el que se construyó ese monumento a las dos fundaciones de la ciudad en el siglo XVI (en 1536 y en 1580) se pensó derribarlo al poco tiempo, el Obelisco ha sobrevivido y hoy es el ícono más famoso de la capital argentina.

Si esto sucedía en la ciudad más rica y más poblada de América latina (lo fue hasta 1920, cuando los crecimientos urbanos de San Pablo, en Brasil, y el Distrito Federal en México estallaron) es de imaginar cómo era el panorama en las capitales de las provincias y en las ciudades menos pobladas. Hasta muy entrado el siglo XX el trazado urbano de las ciudades argentinas se parecía más al que hoy vemos en las primeras fotografías del siglo XIX que a la realidad que nos rodea apenas salimos a la calle.

Tampoco existían las plazas y parques. La mayoría de las casas de la gente rica tenían varios patios y algún jardín con árboles, también un aljibe y acceso directo a la napa de agua. La gente de menos recursos no tenía estos beneficios, pero ningún urbanista americano del siglo XIX pensó en ellos, que por entonces tampoco tenían voz ni voto (la Ley Sáenz Peña del voto universal y obligatorio recién se aprobó en la segunda década del siglo XX).

Las pioneras


Fueron París y Londres las dos primeras ciudades que iniciaron estos grandes cambios, seguidos muy rápidamente por otras ciudades muy ricas, como Nueva York en América o Barcelona y Berlín en Europa. El plan de transformación de París en una ciudad moderna fue gigantesco y lo dirigió el Barón de Haussmann bajo el gobierno imperial de Napoleón III (la obra demandó décadas, pero el plan inicial se impuso y ya fue visible entre 1850 y 1870).

En apenas 20 años, París se transformó en la primera ciudad en el mundo llena de avenidas, con edificios de altura, líneas de transporte público subterráneo y muchos parques y plazas arboladas. Londres hizo una transformación similar. El Bois de Boulogne, Hyde Park y Central Park son de esos años. Poco después lo siguió el Parque Tres de Febrero en Buenos Aires.

Cuando los extranjeros visitaban París, Londres o Nueva York en 1880 no podían creer lo que veían: era un viaje al futuro.

Una cuestión de salud


Como el motivo rector para transformar las ciudades antiguas en las modernas fue la higiene pública, también se tendieron redes cloacales y de distribución de agua potable.

Ya en 1872 Buenos Aires comenzó esa empresa, que la situó también a la vanguardia de toda América Latina. Muchas ciudades americanas no tuvieron cloacas hasta muy entrado el siglo XX. Por ejemplo, la rica capital industrial de Brasil, San Pablo.

Entre 1850 y 1950 la transformación que sufrieron las ciudades occidentales (y luego las del resto del planeta) fue inmensa. No solo se trató de hacer avenidas y parques, sino implementar el transporte público masivo, el agua potable, la red de gas y electricidad, además de las telecomunicaciones. Hoy la ciudad moderna es un cuerpo urbano complejísimo sostenido por la enorme red de “sangre tecnológica” que hace que nuestra vida tenga a mano mil posibilidades que nuestros abuelos ni soñaron.


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