Los pioneros más astutos del Neuquén de 1900
Fueron en su gran mayoría inmigrantes que supieron detectar a tiempo la mejor oportunidad para prosperar. Uno de ellos tuvo un fonda con vista a la Confluencia. Este sí que vio.
Corría el año 1902, la gran obra que pondría en otro nivel de expectativas al inhóspito paraje Confluencia, el puente sobre el río Neuquén, está recientemente inaugurado. Si bien habría que esperar dos años más para que ese escaso poblado fuera designado como la nueva capital del Territorio del Neuquén, ya por aquel entonces existían comercios e instituciones, que sin saberlo o no, instalaron sus casonas de adobe en las barrancas del río o entre los médanos “tierra adentro”, para que oficien de comercios y casas de familias.
Uno de los primeros fue el italiano Celestino Dell´Anna que construyó casa en cercanías del puente ferroviario y que por la geografía del lugar, presentaba una visión de la Confluencia privilegiada.
Así levantó con el esfuerzo conjunto, la fonda “Buena Vista”, un lugar que funcionaba con los rubros de ramos generales y hospedaje.
Dell´Anna vino de Carmen de Patagones, luego de arribar desde su país natal, y había visto en estas despobladas tierras un lugar de progreso. La vio venir y no la dejó pasar. Sobre todo a la hora de elegir el terreno donde iba a fundar su emprendimiento.
“Estos pueblos constituían el centro del comercio de gran parte de los territorios nacionales de Río Negro y Neuquén”, explica las crónicas que publicó el portal digital masneuquen.com.ar hace un par días.
Diariamente llegaban a estos lares mulas, caravanas de tropas que traían cueros, lanas y las pieles que luego eran vendidas a los poblares. Los viajes eran eternos y por lo general, obligaba a los que hoy le denominamos “proveedores” a quedarse al menos una noche para emprender el regreso a sus lugares de orígenes. Nada mejor que “Buena Vista”, un lugar donde dormir, buena comida, un vino y el entorno de ríos.
Pero el italiano no fue el único que supo distinguir las necesarias básicas no cubiertas de los vecinos de Neuquén. En medio del rancherío disperso, Mangiarotti se “copió» del tano e instaló su posada. Ya no con las delicias del paisaje, pero si con las comodidades que podía brindar su cercanía a la estación de trenes. Al costado, el galpón de Francisco Bueno, dedicado al rubro de las consignaciones. “Si no lo podes comprar, no te lo presto y te cobro los días que lo vayas a usar”, era la consigna.
Y por supuesto, quien podía acceder a algún título público, también era una persona muy requerida por aquellos tiempos. Por ejemplo, Pascual Claro, el juez de Paz que diariamente firmaba actas en un juzgado que no tenía nada más que dos espacios construidos de adobe, un escritorio y una silla. Pero sí tenía mucho trabajo. Al costado, funcionaba “La Maragata”, otro de los ramos generales más grandes del condado, que según archivos, “tenía de todo, hasta lo que no necesitas”.
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