Manuel Belgrano y su proyecto de Constitución para el sur de América

Despidiendo este mes de junio, tan presente en la vida de Manuel Belgrano, quiero destacar en este trabajo su labor como jurista, refiriéndome puntualmente al documento anunciado en el titulado. Allá vamos.

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De regreso de la misión diplomática que le fuera encomendada en el continente europeo, a la que partiera a fines de 1814, y capitalizando la experiencia recogida en ella, a la vez que haciendo una lectura de las realidades advertidas de uno y otro lado del océano, aplicando los sólidos conocimientos jurídicos que tenía y sus convicciones iusfilosóficas elabora su proyecto constitucional.

Con relación al referido instrumento digamos que éste es pequeño en tamaño en relación a lo que tenemos por un cuerpo constitucional, constando de una abultada introducción conteniendo lineamientos generales, lo que no me animaría a llamarla preámbulo, sino, más bien -cosa propia de los ‘corpus’ de entonces-, consideraciones explicando los motivos de su redacción, con cinco capítulos integrados por trece artículos referidos a: atribuciones del poder político, el legislativo, del apéndice del primero de ellos: los ministros, del poder judicial y una declaración de principios.

De esa obra ha dicho Bartolomé Mitre “…ennobleció el proyecto y le dio un significado político tendiente a la emancipación de la América y al establecimiento de un régimen de libertad…”.

Esta última afirmación es totalmente cierta, toda vez que tal esbozo es expuesto en la sesión secreta del 6 de julio de 1816 del Congreso convocado en San Miguel de Tucumán en oportunidad de ser recibido por los representantes allí reunidos para informar los términos de su reciente misión diplomática, ésto en camino a hacerse cargo del Ejército del Norte.

En tal ocasión les dice a los congresales que es necesario declarar prontamente la Independencia Nacional para que el resto del mundo, en especial en Europa, se nos deje de ver como un mero grupo de rebeldes.

Con esa intimación desarrolla el contenido de su proyecto de una monarquía con capital en el Alto Perú, lo que amerita diversas consideraciones. Veamos

Europa vería con agrado la instalación de una monarquía atemperada -o constitucional- más que una república -esquema imperante únicamente en los Estados Unidos de Norteamérica y algunos cantones suizos-, proponiendo que, tras la declaración de Independencia -la que enfatizaba-, se concrete la instauración de ese modelo de gobierno en la persona de un soberano de origen inca, con derechos legítimos en América, lo que, por otra parte, contaría con la férrea adhesión de todos los naturales de estas tierras y sería aceptado por las potencias europeas, poco proclives a los gobiernos de corte republicano. Tal propuesta conllevaba la designación de la capital en Cuzco, lo que descomprimiría las cuestiones suscitadas entre Buenos Aires y la Banda Oriental y las provincias del litoral.

Su aguda mirada estratégica iba dirigida en dos direcciones:

El frente externo, a fin de lograr un rápido reconocimiento internacional a la declaración de la Independencia, y

El frente interno, con distintas vertientes:

1. Consolidar el compromiso de las provincias norteñas con el empeño independentista, por ser el asentamiento del imperio incaico.

2. Descomprimir la situación reinante con la Banda Oriental y las provincias litoraleñas y

3. Conseguir el apoyo de los pueblos originarios.

Su propuesta política no tuvo eco favorable, mas sí su firme reclamo de pronta declaración de nuestra Independencia Nacional, concretada pocos días después.

Que ello forme parte de nuestra respetuosa memoria para con uno de nuestros mejores hombres.

* Miembro del Instituto Nacional Belgraniano. Presidente del Centro de Estudios Constitucionales del Comahue. Miembro de numero de la Junta de Estudios Históricos de Neuquén.