Memorias de un rodaje lleno de contratiempos: el director de cine Héctor Olivera recuerda “La Patagonia rebelde”
El 13 de junio se cumplieron 50 años del emblemático filme “La Patagonia rebelde”, del cineasta y escritor Héctor Olivera. En su libro de memorias, “Fabricante de sueños”, repasa cómo fue adaptar y filmar en un momento político complejo y en el inhóspito sur.
En los últimos tiempos de la decadente Revolución Argentina me había enterado, por un artículo de Osvaldo Bayer en la revista Todo es Historia, de algo casi desconocido ocurrido en los años veinte: el fusilamiento de obreros patagónicos por efectivos del Ejército. Cuando leí los dos primeros tomos de su investigación titulada “Los vengadores de la Patagonia trágica”, tuve el deslumbramiento de un hecho deliberadamente silenciado por nuestra historia oficial y de inmediato imaginé una película épica con un tema riesgoso, no encarado antes por el cine argentino. Esperé el inicio de la supuesta Primavera Camporista para trasmitirle mi entusiasmo a Fernando (Ayala). Su primera reacción fue de preocupación ante la idea de hacer un film sobre un hecho condenable del Ejército Argentino, aunque se tratara de algo único y lejano en el tiempo. Luis Osvaldo tuvo la misma reacción acentuada por su posición conservadora. Sin embargo, había una gran euforia en todo el país con la próxima vuelta a la democracia, por lo que resolvimos llamar a Osvaldo Bayer para una primera conversación. En aquel entonces era secretario de redacción del diario Clarín y un investigador apasionado por el tema del anarquismo en la Argentina. Ya había publicado los estudios históricos Severino Di Giovanni, el idealista de la violencia, y Anarquistas y expropiadores, ambos de limitada difusión.
Cuando le trasmitimos nuestra propuesta, Osvaldo aceptó con gran entusiasmo. A pesar de nuestras dudas sobre la oportunidad de encarar semejante tema, sentía una obligación como ciudadano y como cineasta: era hora de que el cine argentino se dejara de hipocresías.
Hasta ese momento, cuando en una película nacional aparecía un policía corrupto, debía estar vestido de civil. Y ni soñar con presentar a un miembro de nuestras Fuerzas Armadas en un acto censurable. En los días de preparativos me encontré en uno de los pasillos de Laboratorios Alex con Torre Nilsson que me preguntó, extrañado:
-¿Es verdad que ustedes van a hacer el libro de Bayer sobre la Patagonia?
-Sí.
-Pero ¿Aries, una empresa constituida? Nunca olvidé esa palabra constituida y la asocio con la idea de que el riesgo político de este proyecto era tan grande que se correspondía más a una documental del Cine Liberación, es decir un producto hecho con limitados recursos y que verían muy pocos espectadores en salas no comerciales, y no la obra de una sólida empresa industrial como lo era Aries.
Ayala, Bayer y yo empezamos a trabajar en la adaptación, algo que no fue fácil en tanto el material investigado por el autor era tan exhaustivo como abrumador.
En marzo de 1973 se había producido algo inimaginable, el llamado Operativo Dorrego: Ejército Argentino y Montoneros trabajando hombro a hombro para aliviar las consecuencias de las graves inundaciones producidas en el oeste de la provincia de Buenos Aires. Cuando tuvimos un primer guion se lo hicimos leer a David Viñas, que colaboró gentilmente señalando algunas escenas mejorables y, sobre todo, retrabajando algunos diálogos poco coloquiales (…) Con Ayala y Repetto, que tendrían a su cargo la producción ejecutiva de la película, planeamos comenzar con la preproducción lo antes posible y fijar el rodaje para el verano del 74. Con Bayer hicimos un primero de tres viajes a la provincia de Santa Cruz donde gobernaba un hombre del peronismo progresista, don Jorge Cepernic, quien acogió el proyecto con gran entusiasmo. Osvaldo había recorrido esos caminos más de una vez, por lo que resultó un guía experto y un asesor inigualable.
El 23 de septiembre triunfó la lamentable fórmula Perón-Perón con el 62,4% de los votos. Y digo lamentable porque decían que, para equilibrar las presiones de la derecha e izquierda del peronismo, El Líder -a pesar de sentirse enfermo y con una edad en que era inevitable que no terminara su mandato- cometió la maquiavélica especulación de poner como candidata a vicepresidente de la Nación a su esposa doña María Estela Martínez, Isabelita o Chabela, así llamada por su marido. Además de la manifiesta incapacidad como gobernante, esta elección se veía agravada por la negativa influencia que sobre ella tenía José López Rega, Lopecito para Perón y El Brujo para gran parte del pueblo argentino. Además, era admitir que en el partido político por él creado no había un solo cuadro con nivel de estadista capaz de tomar las riendas del país ante lo inevitable de su fallecimiento en funciones. (…)
Pocos días después de las elecciones ocurrió un trágico hecho: en plena calle barrial, fue acribillado a balazos José Rucci, dirigente gremial metalúrgico. Durante dieciocho años habían estado ensuciando las paredes del país con PV, Perón vuelve y, cuando se produce su regreso definitivo y es plebiscitado por el pueblo argentino, miembros de la guerrilla subversiva Montoneros asesinan a su mano derecha sindical, hecho que motivó que altos jefes de las Fuerzas Armadas avanzaran con su conspiración. Este asesinato demostró que los Montoneros, en su obsesivo camino a la obtención del poder, no tenían límites. Al día siguiente del ruchicidio comenzó a gestarse la Alianza Anticomunista Argentina, la temible Triple A.
Ante este disparatado asesinato, que echaba por tierra la ingenua suposición de que había comenzado una época de tranquilidad democrática, si mi socio Ayala y yo hubiéramos sido sensatos empresarios, habríamos debido cancelar el proyecto de un film sobre milicos fusiladores. Pero no, seguimos adelante. Con Bayer viajamos nuevamente al sur, elegimos futuros escenarios para el rodaje. El título “Los vengadores de la Patagonia trágica” no tenía nada que ver con la película. De los posibles, el elegido fue “La Patagonia rebelde”.
El 12 de octubre el general Perón asumió por tercera vez la presidencia de la Nación. Nosotros habíamos resuelto esperar el inicio de esta más que legítima administración para presentar nuestro proyecto al Instituto Nacional de Cinematografía y solicitar el crédito correspondiente. A las pocas semanas, Mario Soffici, que ante la ausencia de Hugo del Carril había asumido interinamente la dirección del Instituto, nos llamó a Ayala y a mí para decirnos que había leído el guion (ya estaba aprobado por Octavio Getino, director del Ente de Calificación Cinematográfica) y nos sugirió que fuéramos más prudentes con algunos diálogos como, por ejemplo, cuando el personaje que interpretó Walter Santa Ana decía: -¿Y quién va a fusilar? El ejército, Soffici agregó: -Ustedes saben que siempre he sido un defensor de la libertad de expresión pero, muchachos, estamos viviendo un momento difícil. No digo que lo corten pero, en su lugar pongan “Vuestro amigo Zabala”. Y así se hizo.
Hice un último viaje preparatorio a Santa Cruz. (…) Para fines de año el elenco artístico y el equipo técnico estaban completos. En la primera línea Luis Brandoni, Federico Luppi, Pepe Soriano y Héctor Alterio, acompañados por Osvaldo Terranova, Pedro Aleandro, José María Gutiérrez, Héctor Pellegrini, Jorge Rivera López y Tacholas. (…)
El comienzo del rodaje
El lunes 7 de enero volamos a Comodoro Rivadavia desde donde seguimos viaje hasta Puerto Deseado. Allí nos encontramos con la familia Bayer pues Osvaldo, de acuerdo con nosotros, había decidido seguir de cerca el rodaje con la compañía de Marlies, su mujer, y sus hijos adolescentes Ana y Stefan. Osvaldo fue un colaborador excepcional durante todo el rodaje y Marlies siempre estuvo a disposición de la filmación. Otro colaborador fue el Fiat 1500 de Osvaldo que, junto con mi viejo y querido Torino, nos llevaron y trajeron por toda la meseta patagónica.
El rodaje comenzó en unas serranías cercanas y continuó en la estación de ferrocarril de Puerto Deseado. Siguiendo la vía férrea llegamos a Pico Truncado, donde tuvimos que alojarnos en carromatos formados en U que pertenecían a YPF. El rodaje estaba planeado en las estaciones de ferrocarril Tehuelches y Jaramillo, por lo que debíamos levantarnos muy temprano. Ergo, di instrucciones al trompa de que nos acompañaba para que tocara diana a las cinco. En esas estaciones filmamos algunas de las escenas más importantes de la película: el enfrentamiento de los huelguistas con la tropa que venía a bordo del tren y el fusilamiento de Facón Grande.
Regresamos a Puerto Deseado y estábamos organizando el traslado del personal técnico y artístico a Río Gallegos cuando se me presentó una delegación: Luppi, Tacholas y Pellegrini me plantearon que el convenio laboral establecía que los actores debían viajar en avión. Les contesté que en ese pueblo no había aeropuerto. -Pero en Comodoro Rivadavia sí, replicaron.
-¿Y cómo van a ir hasta allá?
-En ómnibus. Desconcierto.
-Pero si van a hacer 300 kilómetros al norte para tomar un avión, ¿por qué no hacen 500¿ kilómetros al sur?
-No, el convenio establece que los actores debemos viajar en avión.
En Río Gallegos nos distribuimos en varios alojamientos y los doce actores se instalaron en un chalet que era de Gas del Estado. Entonces apareció un convidado de piedra, un tal Hoffmann, estudiante de leyes laborales, contratado conjuntamente por la Asociación de Actores y SICA, de los técnicos. Su función como delegado gremial conjunto era velar por el cumplimiento de los convenios colectivos de trabajo. Resultó muy curioso que, cuando por primera vez los sindicatos resolvieran controlar con un profesional una filmación tan lejana lo hicieran con una película que exaltaba un sindicalismo puro. Cuando alguien le comentó este hecho a Luis Beto Brandoni, secretario general de la AAA, contestó: -Esta es una película producida por una empresa. Si fuera hecha por los compañeros sería otra cosa… Querido Beto: la otra cosa sería nada. No se hubiera hecho.
Terminado el rodaje en Río Gallegos la caravana partió para Río Turbio. Resultaba cómico ver, en medio del desierto patagónico, el enorme camión llamado El Mosquito, que venía desde Buenos Aires transportando los Ford T que aparecían en la película. En Río Turbio nos alojamos donde pudimos -obviamente no había hoteles- y las mujeres fueron a parar a una mezcla de posada con prostíbulo llamado El Gato Negro. Filmamos algunas secuencias en los alrededores de la ciudad pero el rodaje principal se realizó en la estancia La Primavera, a unos ochenta kilómetros de Río Turbio. Era un sábado por la tarde, estábamos filmando la escena de Zavala enfrentando a los peones, alrededor de trescientos extras formados en una amplia doble fila.
-Corte y se copia, dije y caminé unos pasos buscando el ángulo para hacer la próxima toma. Giré: -¡Cámara aquí!, grité y me asombré al ver a todo mi equipo inmovilizado. Se aproxima el tal Hoffmann y, señalando su reloj, me dice: -Son las seis y no llegó la merienda. -Pudo haber tenido algún problema en el camino, estamos en medio del desierto…
El delegado hizo un gesto de no es mi problema y se alejó. Miré a mi gente, consternado, pero nadie se movió. Di la espalda y me alejé caminando hacia el horizonte. Caminé y caminé hasta que, detrás de un cerrito, apareció la Estanciera portadora del mate cocido y los sándwiches de salame. Efectivamente, habían pinchado una goma en medio de la nada.
Esa noche, Osvaldo encaró a los actores y, entre otras cosas, les dijo: -Voy a escribir una nota en Clarín que se va a titular “El five o’clock tea”. Y siguió una discusión estéril. Al atardecer del día siguiente, estábamos por filmar una secuencia importantísima: el fusilamiento del anarquista Schultz, personificado por Pepe Soriano, cuando se me presentan dos delegados de los actores: inevitablemente el viejo Tacholas y Pajarito Pellegrini y me informan que los compañeros se habían reunido y habían decidido no trabajar si el señor Bayer continuaba en el rodaje. -¡Qué disparate!, ¿por qué esta decisión? -Porque anoche dijo que nuestra entidad había metido en la película un agente de la CIA. Mandé llamar a Osvaldo a quien le repetí la acusación y, ante mi asombro, dijo: -No es verdad, yo no dije eso. Mi amigo, a quien ya conocía bien, peleador como ninguno, no era de desdecirse. Ante mi estupor siguió un breve silencio y Bayer agregó con aire ingenuo: -Yo dije que la Asociación había contratado a un agente de la SIDE. Se pudrió todo.
Intervinieron algunos técnicos y otros actores, discutieron con Bayer y finalmente la crisis se apaciguó.
Pasado el mediodía del domingo 19 de enero, una partida integrada por combatientes del Partido Revolucionario de los Trabajadores y el Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT y ERP), en un acto tan criminal y disparatado como el asesinato de Rucci, atacaron la Guarnición Militar de Azul, provincia de Buenos Aires, y mataron al jefe de la unidad, a su esposa y a un soldado, y tomaron prisionero al subjefe Tte Cnel Ibarzábal. Después de tenerlo ocho meses secuestrado y torturado, lo abandonaron fusilado. ¿Para qué este ataque? Aparentemente para robar armas y municiones del arsenal, con un destino final: la guerra santa para imponer al Hombre Nuevo, con la previa derrota de las Fuerzas Armadas y de seguridad.
Una chirinada, como diría Mi General; en los últimos 7 años el Ejército Argentino había adquirido una formidable capacidad de fuego. ¿Estos irresponsables creyeron que la pampa argentina era Sierra Maestra? ¿Que el teniente general Perón era el sargento Batista? Al día siguiente, vistiendo su uniforme de fajina, rodeado de los más altos jefes del Ejército, enfrentó airado cámaras y micrófonos para trasmitir la indignación que le había producido el desafío del PRTERP no sólo al presidente de la Nación Argentina y Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas, sino a él, el más milico de los milicos. Entre otras cosas dijo: -Hay que aniquilar cuanto antes este terrorismo criminal. Atención: no dijo aniquilar el accionar de la guerrilla como lo decretó meses después el gobierno de Isabelita. Agregó Perón: -Que el reducido grupo de psicópatas que va quedando sea exterminado uno a uno para bien de la República. En fin, El General no se andaba con chiquitas: aniquilar quiere decir reducir a la nada y exterminar quiere decir exterminar. A no joder, vamos. Cuando Osvaldo y yo -en medio del desierto- nos enteramos de esto, más de una noche en que evaluábamosel trabajo del día, nos dijimos: -No se va a poder estrenar…
Sin embargo, no cambiamos nada del guion porque el problema era la esencia de la historia: el fusilamiento de obreros patagónicos por parte de una fuerza represiva del Ejército Argentino.
A fines de enero volvimos a Buenos Aires y mis socios Ayala y Repetto me recibieron con un pedido (o una exigencia): -Héctor: tenés que apurar la terminación de la película porque Perón se nos puede morir en cualquier momento. Y no me lo dijeron pero los tres pensamos lo mismo: con Isabelita y su consejero López Rega en el poder, esta película no se podría estrenar hasta quién sabe cuándo. Les contesté: -No puedo apurar el rodaje pero desde ya comienzo con la compaginación.
Y con el montajista Oscar Montauti trabajamos de noche durante todo febrero y, finalizado el rodaje, durante marzo hicimos a toda marcha una posproducción que razonablemente hubiera demandado tres meses. Oscar Cardozo Ocampo colaboró escribiendo sin pausa una banda musical, para mi gusto excelente. En fin, la obra estaba terminada y sería muy injusto que este testimonio se redujera a puros problemas y a un anecdotario menor.
Necesito trasmitir el placer que fue realizar esta película basada en un sólido guion que reflejaba un hecho desconocido de nuestra historia, de sentir que me estaba jugando entero, de contar con un elenco de gran calidad, no sólo los protagonistas sino también los secundarios, y un equipo técnico entusiasta.
Qué emoción cuando el jueves 4 de abril, los intérpretes y técnicos, los productores y, por supuesto Osvaldo Bayer, vimos la copia A en la sala 7 de los Laboratorios Alex. En ese momento nació un gran clásico del cine nacional.
(Extracto de «Fabfricante de sueños», libro de memorias del cineasta Héctor Olivera. Gentileza Sudamericana, pengüin Random House)
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