De Corrientes a Malvinas, el médico que atendió a los heridos y su relato del dramático último día de la guerra
El doctor Hugo Cabral, correntino radicado en Choele Choel en el Valle Medio de Río Negro al norte de la Patagonia, recuerda cómo fue aquel 14 de junio de 1982 cuando terminaron los combates en las islas y en solo una hora ingresaron 165 heridos al rompehielos transformado en buque hospital.
Aquel 14 de junio de 1982, la bahía de Puerto Argentino era un infierno de bombas y cañonazos mientras los ingleses avanzaban a sangre y fuego y disparaban en una proporción de tres a uno, como recuerda Hugo Cabral, el médico correntino que atendía heridos en el rompehielos Almirante Irízar transformado en buque hospital durante los últimos días de la Guerra de Malvinas. A 42 años, no olvidó ningún detalle de aquel día que entraría en la historia como el de la rendición que firmó el general Mario Benjamín Menéndez ante el jefe de las tropas británicas Jeremy Moore. En la madrugada aun se combatía y el barco, con cruces rojas sobre fondo blanco que lo identificaban, estaba fondeado a 300 metros de la capital de las islas, sacudido por olas que movían los equipos y las camillas de los tres quirófanos que no daban abasto.
165 heridos en una hora
En solo una hora habían ingresado 165 heridos trasladados en helicópteros y no había tiempo para lamentarse: era urgente resolver las prioridades, decidir a quienes operar primero, quienes podían esperar, mientras las bengalas y las trazadoras iluminaban la tragedia en las islas y el estremecedor sonido de las detonaciones anticipaban que pronto llegarían más soldados con serias lesiones por las esquirlas, muchos con fracturas expuestas y casos tan serios como el del conscripto con una herida en la ingle que permitía ver el piso mientras lo operaban: la esquirla lo había atravesado.
A bordo, todos intuían que el desenlace era inminente en aquel extraño mes en que la selección de Maradona y Kempes jugaba el Mundial de España y en Buenos Aires la maquinaria de propaganda de la dictadura militar decía que Argentina iba ganando la guerra.
-En el continente les sorprendió. A nosotros no, la veíamos venir -dice Hugo con voz calma desde su consultorio en Choele Choel, en el Valle Medio de Río Negro, al norte de la Patagonia, donde se radicaría luego de los combates.
Rumbo a la guerra en el peor momento
Es que el Almirante Irízar había ingresado a la bahía el 7 de junio y desde entonces cada día se repetían los bombardeos, el avance enemigo por las noches, con sus soldados profesionales mejor equipados, mejor armados, con visores infrarrojos, el apoyo de la OTAN con Estados Unidos a la cabeza y la información satelital clave que proporcionaba otra dictadura sangrienta, la de Pinochet en Chile, que aportaba los datos de los movimientos de las bases aéreas argentinas y distraía tropas en la frontera cuando aun resonaban los ecos de la disputa por el Canal de Beagle, que estuvo a punto de generar una conflicto armado que evitó a último momento el papa Juan Pablo II con su enviado especial, el providencial cardenal Samoré.
Durante ese triste 14 de junio de 1982, la noticia de la rendición corrió entre la tripulación de a poco, mientras todos se concentraban en los heridos: primero se enteraron los jefes de áreas, que a su vez lo transmitieron a sus subordinados. Nadie pareció sorprenderse. No había pasado lo mismo antes de recuperar las islas.
«Señores, mañana vamos a recuperar las Malvinas»
El 1 de abril de 1982, a bordo del portaviones 25 de Mayo, el teniente de fragata médico Hugo Cabral fue citado a la Cámara de Oficiales por el segundo jefe del buque de guerra junto a otros camaradas. Ninguno sabía hasta entonces para que estaban ahí. Eran las 10 de la noche.
-Señores, mañana vamos a recuperar las Malvinas -informó el jefe con tono solemne.
¿Cómo había llegado el doctor Cabral hasta ahí? Nacido en Alvear, un pequeño pueblo de Corrientes de 5.000 habitantes, debió ir a cursar la secundaria a Santa Tomé y luego a la capital provincial para estudiar medicina. Para poder recibirse, lo que logró en 1977, pidió la prórroga en el Servicio Militar Obligatorio.
En 1978, en plenos festejos por el Mundial, ingresó a la Armada en Buenos Aires para hacer la colimba y luego de la instrucción, por su título, tenía la opción de hacer la carrera de oficial y decidió tomarla. Fue trasladado a Bahía Blanca.
Se especializó en traumatología y por eso estaba el 1 de abril de 1982 en un portaviones a 8 millas de las islas Malvinas.
No le tocó pisar tierra en aquel desembarco en la madrugada del 2 abril en la que murió baleado por los soldados ingleses el capitán Giachino y fue herido el enfermero que intentó asistirlo. Luego, regresó al continente en el portaviones que permaneció en la base naval de Bahía Blanca hasta el final de la guerra. El 4 de junio le dieron la orden de embarcarse en el Almirante Irízar y tres días después llegó a la bahía iluminada por el fuego «Era el momento más duro de la guerra», recuerda,.
El 14 de junio, tras el final de los combates, llegó un aluvión de heridos. “Imagínese que la guardia de un hospital de Buenos Aires se satura por el ingreso de uno grave, acá entraron 165 en una hora. Fue tremendo”, dice y cuenta que mucho tiempo después supo que había atendido a un conscripto de su pueblo aquel día y le da orgullo saber que había hablado bien de cómo lo trató. Eso es lo que se propuso entonces: curar, operar, contener, aunque todo fuera a la carrera.
También lo enorgulleció que en su pueblo, Alvear, hayan levantado un monumento para homenajear a sus diez veteranos de guerra, un altísimo porcentaje en relación a la población. Otra paradoja cruel: cuatro regimientos de correntinos desacostumbrados al frío fueron a la guerra en el gélido sur con ropa que pesaba toneladas cuando se mojaba y rígidos borcegos que entumecían los pies en los húmedos pozos de zorro.
En Choele Choel, su pago adoptivo, también les rindieron homenaje a los excombatientes. Estuvo entonces con el entrañable Hector Gil, cabo segundo del crucero Belgrano en 1982, que sobrevivió al hundimiento y a las 31 hs en una balsa hasta que los rescataron. Después, frente a su casa, plantó rosas en recuerdo de sus 323 compañeros que no volvieron, hasta que el covid se lo llevó de este mundo.
El doctor Hugo Cabral no lo olvida. Ni a él ni a todos los camaradas que como suele decir velan por la patria a 4000 metros de profundidad en el mar, a los que no volvieron, a los que ya no están: Para ellos, su agradecimiento y respeto eternos. “Dieron todo”, dice y se despide para atender a un paciente.
323 rosas para sus compañeros del crucero General Belgrano que no volvieron
Héctor Gil era cabo segundo y tenía 21 años cuando fue a la guerra a bordo del crucero Belgrano. Era uno de los 1093 tripulantes y sobrevivió al ataque del submarino nuclear inglés Conqueror que lo hundió. Estuvo 31 hs en una balsa hasta que lo rescataron. Nació en Neuquén y vivió desde los 9 años en Choele Choel. Frente a su casa, ayudó a convertir un baldío en la plaza en la que quería plantar 323 rosales para sus compañeros que no volvieron. Llegó a unos 50 hasta que la pandemia lo obligó a recluirse. Su sueño era terminar la tarea, pero el covid lo impidió.
Ahora, desde Choele Choel, su camarada Cabral lo recuerda con emoción, lamenta su ausencia, la triste paradoja de que haya sobrevivido a dos torpedos, a la balsa y el frío extremo en el Atlántico y se lo haya llevado el maldito virus.
El cabo Gil estaba destinado en la sala de máquinas del crucero. Aquel 1 de mayo a las 16.01, mientras navegaba fuera de la zona de exclusión impuesta por Inglaterra, terminaba su turno en el puesto donde con otros 11 marinos transformaba el petróleo de sólido a líquido con seis calderas y 11 quemadores, cuando impactó el primer torpedo.
Treinta segundos después, el segundo torpedo arrancaba de cuajo 15 metros de la proa. El buque detuvo la marcha, se quedó sin luz y abajo, donde estaba él, entre los gritos, el humo y las llamas intentaban cumplir la orden de apagar los quemadores y cerrar las válvulas mientras veía cómo se le iban sus compañeros en pantanos de petróleo: “Pisaban como si fuera una arena movediza y se los tragaba”, dijo en 2020 a Diario Río Negro.
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