Delfina, la mujer que nació en un pueblo que desapareció de los mapas en Neuquén
Parecía que las huellas aún estaban ahí y que ni el viento patagónico las había derribado. Así como surgió, la villa obrera cercana a Piedra del Águila; se borró de la cartografía en tan solo una década. La historia de una mujer que decidió contar su historia a través del arte.
“Los lugares que habitamos forman el tejido de nuestras vidas, nuestra memoria y nuestra identidad. Necesitamos estar arraigados a un lugar pero, ¿Qué pasa cuando se elimina cualquier señal de que tu lugar estuvo habitado?”.
La historia de Delfina Filloy no es nada más que una historia, es la realidad hecha ficción, las memorias de un no lugar, de una identidad territorial ausente, de una incógnita y una añoranza. De una nostalgia que se esfuma pero no se va.
Se pellizca y recuerda: si, fue ahí donde probó el helado de dulce de leche, donde conoció el amor de la primera mascota y los amiguitos. Claramente, era ese el lugar donde conoció la nieve, la tierra y el viento, donde vio la primera película en VHS y se rió a carcajadas en una obra de teatro. Ese fue el territorio donde su mamá la miró a los ojos por primera vez y se emocionó. Allí nació Delfina, un 28 de octubre de 1989, en un lugar llamado Villa Rincón Chico.
El pueblo, una pieza clave de su ser y en su historia familiar, estaba situado a pocos kilómetros de Piedra del Águila, en la Provincia de Neuquén. No solo fue su cuna, sino la casa de otras 10.000 personas que nacieron, vivieron y crecieron en esas callecitas de asfalto, que en un abrir y cerrar de ojos en 1995 “se borraron” de los mapas oficiales.
Es que Rincón Chico fue una pequeña comunidad creada alrededor de la obra de una represa, el aprovechamiento hidroeléctrico Piedra del Águila. Imponente para la época, cumplió su función social como ciudad obrera y desapareció como sucedió con otras villas temporarias.
La localidad estuvo en pie una década, con casas prefabricadas que venían armadas, se colocaban en el terreno y se habitaban como un trámite expedito. “Cuando la obra terminó, se levantaron las casas y se las llevaron. No quedaron restos ni vestigios de esas viviendas. Lo único que tenía material y que quedó como una ruina es el centro comunitario donde funcionaba la escuela, el cine, el teatro, el supermercado”, contó.
Solo sus recuerdos y un viejo documento prueban lo que cuenta: su DNI dice que es de Neuquén, pero su acta de nacimiento muestra la verdad: nació en Rincón Chico. Dos años antes, sus padres llegaron a vivir a la villa por trabajo. Su papá es de Córdoba y su mamá, de Allen.
Tuvieron tres hijos, dos de ellos nacieron en el hospital local. Un centro de salud de nivel que hasta contaba con quirófano, donde Delfina llegó al mundo por una cesárea.
Antes era un desierto y después, en cuestión de horas, se levantó una casa y después otra hasta convertirse en un barrio. Crecieron las plantas, flameó una bandera y se sintieron los bullicios de los niños en el recreo de la escuela. Era todo un pueblo.
“A Rincón Chico no me lo enseñaron en la clase de geografía de la escuela, pero en Rincón Chico aprendí a andar en bicicleta, a cuidar y amar la naturaleza”.
Delfina Filloy, artista visual reside en Roca.
Volver siempre volver: el regreso a las ruinas
Un día, a los 28 años decidió volver. “Regresé a caminar por sus ruinas, que esconden las historias de las 10.000 personas que lo habitaron”, contó hoy, siete años después de ese reencuentro con su niña interior y los rincones más recónditos de su infancia. Fue como volver a ese “no lugar”, en nítido silencio, pero con voces como ecos.
Parecía que las huellas aún estaban ahí y que ni el viento patagónico las había derribado. La fuerza de la identidad y la pertenencia, la resituaron en un territorio con coordenadas geográficas invisibles, unidas por lo que alguna vez fue.
El hallazgo de su gran historia fue a través de la fotografía, que siempre fue su pasión, su lenguaje. En 2017 se fue a hacer un posgrado a España y en una cursada junto a una profesora descubrió que realmente tenía algo que contar desde el arte. “¿Como que naciste en un pueblo que no existe más?”, le dijo la docente española que no se olvida.
Así empezó un disparador, una búsqueda que la llevó a zambullirse en el archivo familiar, en grupos de Facebook, a investigar sobre su pueblo durante todo ese año. “Mucha gente me reabrió sus recuerdos”, contó Delfina.
Luego volvió a Argentina dos meses y allí es cuando volvió a pisar el suelo de sus raíces, olvidado por la cartografía oficial de Google Maps. Viajó muchas veces, acompañada de personas diferentes, en muchas circunstancias.
Leyendas del Somoncura: la piedra caminadora
Redibujar el mapa de la memoria, en una obra artística
Hoy, Delfina se dedica al arte y expone su vida devenida en una conmovedora obra y relato visual en el Museo Municipal de Bellas Artes “Juan Sánchez” de Roca, con una muestra que estará disponible hasta el 20 de junio. En ella, cuenta cómo fue nacer y vivir en este pueblo de la Patagonia que dejó apenas un rastro.
El proyecto busca “redibujar el mapa del pueblo (des)habitado, considerando, entre otras cosas, la memoria del territorio a la hora de cartografiar, a partir del cuestionamiento de las decisiones socio-políticas en el trazado de los mapas, en el contexto de un mundo mapeado por Google Maps”, explicó la artista.
“Más que una obra, para mí es medio un proyecto de vida”, señaló. Solo el arte, para Delfina, hace posible el milagro: “Confirmamos que aún en las ruinas estamos tremendamente vivos”, como dijo su amiga periodista Ángeles Alemandi. “Aunque, como decía Bertolt Brecht, llevemos siempre un ladrillo con nosotros para mostrar al mundo cómo era nuestra casa”.
“Es inevitable preguntarme por qué hay sitios que no figuran en la geografía oficial y creo que es en ellos donde yace el territorio en su estado más puro, lleno de inagotables sorpresas, justamente porque están olvidados”.
Delfina Filloy, artista visual reside en Roca.
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