MEDIOMUNDO: Misterios

Las canciones que nos atrapan, que nos seducen con el poder de un embrujo, siempre guardan un misterio. En verdad, son la prueba de que ese misterio vive en nosotros y que ha encontrado en unos versos, en una melodía, una forma de canalización. Como un paisaje contenido en una cajita de oro que necesitaba de un pretexto para volverse inmenso y real. Como el genio de la lámpara que al ser frotada despierta y ofrece concedernos tres deseos. Una canción es el deseo cumplido en sí mismo.

Tal cual se espera por la primavera, por un libro, por una cena prometida, por un beso muy ansiado, yo espero a que estas canciones aparezcan en mi horizonte. Y cuando sucede, y el hecho artístico y emocional y, me atrevería a decir, espiritual está ocurriendo, sé que los días siguientes me parecerán muy distintos a los anteriores. Que extrañamente feliz soy entonces.

Hace un rato no más una amiga me envió un link que me condujo a otra experiencia de este tipo. Escuché por primera vez de labios de Jamie Cullum uno de los mejores temas compuestos por Radiohead: «High & Dry». En eso ando, perdido en una melodía nostálgica y frágil que contiene una historia breve pero en llamas.

La versión de Cullum, un jazzero joven que carece de todo temor a adentrarse en las sonoridades del rock/pop, está revestida de una percusión que torna la canción más latina y menos «depre» que la original. La voz de Cullum, desgarrada y provocadora, le otorga cuerpo a un tema que con Radiohead suena delicado. A punto de quebrar en lágrimas. Sus pasajes pianísticos, zarpados, como suelen emerger de los dedos de este inglés, intensos muy intensos, representan la última pincelada de un bello arreglo.

Por supuesto, de ese bar pasé al siguiente: volví a los orígenes. Bueno, no tan a los orígenes sino a una presentación, youtube.com mediante, que Radiohead hizo para los especiales de Jool Holland. El «vivo» en estudio matiza a «High & Dry» con un vigoroso sonido de guitarra que satura la superficie dulce y dramática de la balada.

Sin ser una canción de amor se podría pensar por esta performance que merece serlo. Apenas si debemos olvidarnos un rato de la letra. Y la letra habla de un chico que juega con su vida para revindicarse ante sí mismo y ante los otros. Ignorando que el verdadero desafío es convertirnos en nosotros mismos. Sin hipocresías ni accesorios.

Por último, escuché la versión de Jorge Drexler. Que linda es. Que ajustada. Que pura. Tan fina. Tan Drexler. El cantaautor uruguayo le pone el cuerpo a la pronunciación. Avanza confiado más no superado por cada una de las palabras al punto de revelar otros matices. Entonces las entendemos mejor y se vuelven entrañables amigas.

El misterio se actualiza en cada «Play». Surge desde el fondo del alma (de dónde si no) y sale disparado sobre el brillo de nuestra mirada.

El estribillo dice así: «Don´t leave me high, don´t leave me dry/ Don´t leave me high, don´t leave me dry».

 

CLAUDIO ANDRADE

candrade@rionegro.com.ar


Las canciones que nos atrapan, que nos seducen con el poder de un embrujo, siempre guardan un misterio. En verdad, son la prueba de que ese misterio vive en nosotros y que ha encontrado en unos versos, en una melodía, una forma de canalización. Como un paisaje contenido en una cajita de oro que necesitaba de un pretexto para volverse inmenso y real. Como el genio de la lámpara que al ser frotada despierta y ofrece concedernos tres deseos. Una canción es el deseo cumplido en sí mismo.

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