Incendios forestales: en dos décadas se quemó la superficie de 14 veces la ciudad de Neuquén
Investigadores del Conicet advierten sobre el impacto que tienen los incendios en la biodiversidad. Y alertan: el 90% de los fuegos desatados es responsabilidad humana. Y especifican: "en 23 años, en un área de 2.900.000 hectáreas desde el centro de Neuquén al centro de Chubut se quemaron 177.500 hectáreas".
Juan Paritsis es licenciado en Ciencias Biológicas y doctor en Geografía, y el lunes cuando despertó, desde el cerro Otto vio el cielo con humo y creyó saber lo que pasaba: columnas de nubes espesas del incendio del Parque Nacional Los Alerces. Pero no. Un grupo de WhatsApp le confirmó: el incendio lo tenía a pocos kilómetros de su casa y era nuevo. El bosque de uno de los brazos del Lago Nahuel Huapi, el Tristeza, se incendiaba. Desde aquel momento, bomberos, brigadistas y voluntarios intentan sofocarlo.
Juan Paritsis es investigador del Conicet en el Instituto de Investigaciones en Biodiversidad y Medioambiente, es especialista en disturbios de bosques, es decir en eventos que modifican la biomasa y la estructura de la vegetación, como el desprendimiento de laderas o incendios forestales. Juan tiene la mirada afilada: si va a un bosque de coihues, por rastros de carbón, el grosor de los troncos, la altura y la similitud de los árboles, puede determinar si hace 150 años ahí, justo ahí, hubo un incendio.
Los incendios son constantes en la cordillera patagónica y los dos que están activos, el del Parque Nacional Los Alerces y el del Parque Nacional Nahuel Huapi, preocupan. Pero ¿Qué impacto tienen en los bosques? ¿Cómo afecta nuestras vidas?
Juan marca el punto de partida: “más del 90% de los incendios en el noroeste de la Patagonia Argentina son iniciados por el ser humano”. Y especifica: por negligencia, intencionalidad o causados por infraestructura humana deficiente como por ejemplo un cableado .
Sobre la mesa, pone un dato que preocupa de igual manera: “en solo 23 años se quemaron 177.500 hectáreas”. El número así, suelto, puede no significar mucho, pero si se hacen bien las cuentas, esos bosques arrasados por el fuego representan 14 veces la superficie de la ciudad de Neuquén urbanizada. El dato surge de una investigación que realizó Ivan Barbera y Thomas Kitzberger con imágenes satelitales en un área de 2.900.000 hectáreas correspondientes a zonas andinopatagonicas desde el centro de Neuquén al centro de Chubut.
El incendio y la recuperación del bosque depende de varios factores: igniciones, clima y vegetación. El bosque que se quema en el Brazo Tristeza, en el Parque Nacional Nahuel Huapi, es de coihues y cipreses. “Esos son bosques relativamente húmedos”, explica Juan, “con especies bastante sensibles al fuego, con cortezas finas que se queman fácilmente”. El bosque que se quema en Parque Nacional Los Alerces tiene coihues, cipreses y lenga. También hay zonas de matorral, y ahí Juan hace una pausa: “a la lenga, en nuestra zona, se le complica regenerarse después de un incendio, entonces deja un vacío que es ocupado por matorral, que crece más rápido y es más inflamable. Al ingresar matorral ese terreno se transforma y es más propenso a quemarse nuevamente”.
Un matorral necesita de unos 20 años para recuperarse. Es decir, la vida de alguien desde que nace hasta que – si tiene la posibilidad – se recibe de una carrera universitaria. En cambio, un bosque de lenga, coihue o ciprés tarda varias generaciones de una familia entera: entre 150 a 200 años. “A los 300, 400 años”, explica Juan Paritsis, ya podemos decir que un bosque es maduro, que se recuperó 100%”.
Y el horizonte a futuro no es alentador: “se espera una mayor frecuencia de incendios, que como consecuencia favorecerá la expansión de comunidades vegetales más inflamables”. Junto a Thomas Kitzberger y colaboradores, Juan Paritsis, participó en el desarrollo de un algoritmo, utilizando el método de Random Forests, con el que pueden estimar la probabilidad de incendios futuros en base a los modelos climáticos existentes. Para fines de siglo, estiman que la probabilidad de incendios podría ser entre cuatro y seis veces mayor.
Y tampoco alienta el dato que entrega al final: “los incendios, a su vez, contribuyen al cambio climático”. Estamos, entonces, frente a un perro que se come la cola: “con el cambio climático la tendencia es al calentamiento global que favorece la desecación de vegetación y por lo tanto la propensión a incendios. Y a su vez, esos incendios generan aún más gases de efecto invernadero”.
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