Hipólito Barbagelata, un pionero fiel a su estilo de vida
SAN CARLOS DE BARILOCHE (AB).- Todos lo conocen como «Ñato», pero se llama Hipólito, y no por casualidad dado que, por ser séptimo hijo varón del matrimonio formado por Manuel Barbagelata y Angélica Canónico, fue apadrinado por Hipólito Yrigoyen cuando éste promediaba su primera presidencia.
Nació el 9 de noviembre de 1916 frente a la Península Huemul, en el kilómetro 37 de la Ruta 231, a unos 60 kilómetros de esta ciudad y en el mismo lugar donde aún continúa viviendo, salvo por sus espaciadas visitas a Bariloche, donde hace casi medio siglo construyó una casa para que sus hijos pudieran estudiar con comodidad.
Tiene la fortuna de poseer una salud formidable, porque con sus 92 años sólo toma una «aspirineta» por día, y cuenta con el amor y el acompañamiento de su hija Betty y de muchos familiares y amigos.
No obstante, padeció el dolor de perder a sus padres antes de cumplir ocho años y, como le pasa a muchos longevos, tuvo que llorar a sus ocho hermanos, a todos sus primos, a sus otros dos hijos y hace apenas un año perdió a su esposa, Inés Vera, con quien compartió 62 años de su vida. Sin embargo, tantas pérdidas no afectaron el buen humor del «Ñato» ni su entusiasmo y picardía para jugar al mus y al truco, porque «ya casi nadie juega a la taba».
Los padres del «Ñato», Manuel y Ángela, nacieron en Génova, llegaron al puerto de Buenos Aires en 1902 y se afincaron en Navarro, pero por poco tiempo, porque ese mismo año llegaron a la zona, en principio para criar yeguarizos. Los primeros Barbagelata se afincaron frente a la península Huemul y, entre otras tareas, se dedicaron a proveer parte de la madera que Primo Capraro transportaba en balsas o en su barcos hasta Bariloche. Cuando Hipólito todavía no tenía dos años, en junio de 1918, lo apadrinaron el comisario Julio Ávila, de Bariloche, quien le entregó la medalla de oro que aún conserva en representación del presidente de la Nación, y Nelly Schumacher de Frey.
Hipólito heredó una novena parte del las 625 hectáreas que le habían asignado a su padres, trabajó en Parques Nacionales y explotó sus tierras hasta que se jubiló, vendiendo piedras o madera seca en rollizos o en tablas.
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