Camila Fabbri, la escritora argentina finalista del Herralde, una reina de las palabras
Con sólo 34 años, la escritora argentina fue elegida finalista del Premio Herralde de Novela con “La reina del baile”. En esta entrevista habla del libro, de su exitoso recorrido hasta aquí, de los miedos que la acompañan siempre, de Cromañón.
La primera escena es así: una mujer abre un ojo, el derecho.Tiene vidrios ahí, no ve casi nada; tampoco puede moverse. Está en un auto, con una adolescente que no sabe quién es y un perro que no reconoce. Inmovilizada y sin voz, pero con una conciencia de presente desencajado, de a poco se da cuenta de que acaba de estrellarse en su auto.
“Desolación”, una novela tan inquietante como hipnótica sobre el duelo
Ese es el comienzo de “La reina del baile”, la novela de Camila Fabbri editada por Anagrama que en noviembre resultó finalista del 41° Premio Herralde de Novela.
Camila Fabbri es argentina, tiene 34 años y una prosa extraordinaria.
En esta historia, que empieza con el accidente para después ir al pasado y volver a ese estado de semi inconsciencia de Paulina, la voz que dice todo, Fabbri parece adueñarse de las palabras para darles un sentido nuevo, a veces lúdico y cáustico, a veces descarnado, espeluznante. El resultado es asombroso, como si tuviera la capacidad de encastrar piezas que a priori no parecen destinadas a encajar pero que luego de pasarlas por su tamiz, no pudieran pensarse por separado. Como cuando escribe:“Dormiremos profundo y aprenderemos a dejar en el tintero”, o “Lara ya tiene envuelto en su cabeza, como un peinado, el instinto de supervivencia”, o “tiene los dedos fríos como un país”. O como cuando dice que llevan los abrigos en el brazo “como si fueran damas desmayadas”; cuando compara el sonido de la sirena de ambulancia con una “canción de la urgencia”, o escribe que un pájaro vuela “con velocidad de estornudo”.
Camila Fabbri es argentina, tiene 34 años, una prosa y también una carrera extraordinarias: estudió actuación en la Universidad de las Artes (UNA), protagonizó una película de Martín Rejtman, “Dos disparos”, por la que fue nominada a los Cóndor; escribió y dirigió cinco obras teatrales; a los 26 años publicó un libro de cuentos titulado “Los accidentes”; a los 30, uno de no ficción, “El día que apagaron la luz” sobre la tragedia de Cromañón, y a los 32 integró la prestigiosa lista de la revista inglesa Granta de los 25 mejores autores de habla hispana de menos de 35 años. Ahora, a los 34, estrenó la película “Clara se pierde en el bosque”, como guionista y directora en el Festival de Cine de San Sebastián, España, y ahora también es finalista del Herralde.
Del otro lado del zoom, Camila Fabbri es una presencia discreta, le quita peso a los tantos logros de su currículum, dice que hace mucho que trabaja, minimiza. “Lo que pasa es que quizás visto desde afuera, uno lee una biografía y parece que todo sucede agolpado, pero en realidad son muchos años de muchos trabajo. Yo terminé el colegio y empecé a estudiar actuación en la UNA y en paralelo hice talleres de escritura durante muchos años y actué en un par de películas, y justo se dio que en la de Rejtman me nominaron. No es por desmerecer, pero son pequeñas situaciones que se fueron dando durante muchos años de distancia entre sí. Lo de Granta quizás si quedó un poco pegado a lo de Herralde, pero en un punto todo está relacionado y es parte de un proceso. Hace poco di un taller de escritura en Madrid y una chica muy joven que vino me preguntó cómo hacía yo para estar publicada en Anagrama y le hablé un poco del tiempo y de que tenía 34 años. Resulta que ella pensaba que yo tenía 25. Me miró y de golpe vio una señora donde antes veía a una chica”, se ríe tímidamente.
En este libro, un accidente abre la historia. Y eso no es algo extraordinario en las historias que escribe Fabbri. En lo que escribe, el peligro es un fantasma siempre a punto de corporizarse hasta en el más pequeño e insulso de los actos cotidianos. O es una realidad oscura, como lo que ocurrió en Cromañón. El 29 de diciembre de 2004, a los 15 años, Camila fue con un novio y una amiga al recital de Callejeros. En el recital del día siguiente, una bengala lanzada desde el público encendió la membrana sintética del techo y entre la multitud que asistió, hubo más de 1400 heridos y 194 muertos, entre ellos una de sus compañeras de colegio. Un encuentro que podía y debía ser feliz terminó en tragedia. Fabbri escribió su primer libro de no ficción sobre ese hecho: “El día que apagaron la luz”. Y escribió, ahí mismo, cosas como estas: “No hay milésima de suceso irregular en donde yo no conciba de inmediato lo trágico. El accidente es parte de toda acción e, incluso, de todo estado de reposo (…) Desde esa noche, muchos amigos alcanzamos pensamientos que están relacionados con la noción de los finales. De lo interrumpido. Nos apropiamos de esas ideas. Van con nosotros a todos lados como satélites marchitos. Teníamos catorce, quince, dieciséis y tuvimos que vivirlo sin entenderlo del todo”.
-En “La reina del baile”, pero también en otros textos tuyos, la posibilidad del peligro late siempre…
-Sí, yo convivo con eso. Creo que es una de las formas que toma la ansiedad; me parece que nadie está exento de eso, cada vez más. Y quizás encontré que puedo volver anécdotas esas sensaciones, esas ideas que vienen de ningún lugar, y que ponen en peligro todo lo que pareciera que no puede salir mal; como en el presente, sea donde sea, y con quienes sean, esas ideas llegan y lo ponen en peligro. Entonces creo que cuando eso no es algo que construye, cuando es algo más destructivo que otra cosa, se puede usar para escribir.
-¿Cromañón inició ese modo o ya convivías con eso?
-No lo tengo tan en claro porque siento que pasó hace muchos años. Tenía 15 años recién cumplidos. Reconozco que siempre fui una persona muy miedosa y de hecho mi amiga, con la que fui a Cromañón, que tiene más memoria que yo, siempre me reconoce eso, mi miedo, y que mi miedo siempre me protegió de cosas. Más allá de que hay toda una campaña en contra del miedo, bueno… no sé, a mí me salvó de cosas, la verdad. Y en ese momento yo ya era una persona muy respetuosa del entorno. Había una especie de claustrofobia. Yo iba a los recitales, porque había que ir pero no la pasaba tan bien en el momento en el que estaba rodeada de extraños, transpirados y que te apretaban, te aplastaban, no era algo lindo para mí; no era que me iba al pogo a prender una bengala., para nada. Y sí creo que, que haya pasado lo que en mis peores imaginaciones podía llegar a pasar, es como si en un punto me hubiera ratificado que pensar lo peor a veces no es solo pensarlo. Quizás, algo de eso se agravó con la situación Cromañón, pero más allá de la distancia con el hecho, no es que yo antes era una persona súper salvaje y después de esto me convertí. Quizás simplemente fue algo que maduró con el hecho.
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En “La reina del baile” el primer desastre posible sucede en la primera página. Hay un accidente. Uno que deja a la protagonista sin poder moverse, entre los vidrios del auto, sin hablar, sin reconocer a los que viajaban con ella, sin saber tampoco por qué viajaban con ella, ni adónde. En ese ir hacia atrás que hace Fabbri para volver después al auto estrellado, hay otras situaciones, otros traumas, otras escenas que esconden alguna violencia o peligro, como lo que ocurre en Quequén, donde se relata una situación de abuso. Pero este no es un libro trágico o doloroso. Al contrario, en ese ir hacia atrás y ver a Paulina separándose de su novio, Felipe, o entablando una relación con su compañera de oficina,Maite, hay lugar para el humor, para la ironía. Y también para cierta clase de ternura.
Paulina Almada, la protagonista del libro, no es una reina del baile. No se siente exitosa en su trabajo de oficina y fotocopias, ni especialmente linda, ni siquiera joven a sus 35. Y aunque se burla de la obsesión de Maite por estar con alguien, Paulina fantasea con la posibilidad de la maternidad. Un viaje a Quequén, donde vive el padre de Maite y donde asistirán a la fiesta de 15 de Lara, una chica del lugar, torcerá un poco su modo de ver el mundo. Planteada como un largo soliloquio, Paulina termina encontrando el modo de repararse, de reparar sus ansiedades, e incluso de encontrar su propio modo de cuidar de alguien.
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-¿Cómo empezaste a escribir?
-Me crié en un entorno… al menos la rama femenina de mi familia, mi mamá y mis dos hermanas, que facilitó eso. Una de mis hermanas es guionista de cine y escribe teatro, y la otra hace prensa literaria, y mi madre, que es psicoanalista también escribe. Desde muy chica, hubo un vínculo muy fuerte con la literatura, de armar la biblioteca, como si fuera un pequeño santuario, y de cierto atesorar el objeto libro. Creo que de haber leído tanto y de que me hayan leído tanto, fue una especie de realidad paralela que nos fuimos armando, como un lugar de dicha, de estar a salvo. Y a partir de eso, empecé a escribir desde muy chica y por el entorno familiar fui muy acompañada y ayudada a que eso tenga una forma. Después, cuando terminé el colegio, nunca pensé en voy a ser escritora y me voy a dedicar a escribir, porque no tenía esa forma clara en ese momento, pero es algo que nunca abandoné.
-Algo que sobresale en tu escritura son las metáforas, el modo en que hacés comparaciones…
-Me gustaría tener toda una teoría al respecto, pero no, no la tengo. Quizás encuentro que hay algo de humor en eso, como una forma quitarle gravedad a lo que se está contando. Esas comparaciones vienen a salvar las situaciones que se están contando en lo que escribo.
-El personaje de Paulina parece siempre muy irónico, distante, sobre todo con Maite, pero en definitiva, las tres mujeres de la novela, Paulina, Maite y Lara, tienen algo similar que es la búsqueda de una salida, sea con más inocencia o con más sarcasmo
-Creo que las une el chiste de que son compañeras de oficina. El mismo espacio durante la semana, durante cierta cantidad de horas ya hace que exista una amistad. Así de frío como suena. Es ese tipo de amistades. Y ellas dos son personas que están bastante solas, que no pudieron construir mucho entorno en sus vidas, al menos hasta ese momento. Y encuentran cierta compañía, cierto refugio en ese estar juntas y el viaje hace que quizás ese vinculo más formal de oficina se transforme en algo más. Pero nunca terminan de salir de esos límites que tiene ese vínculo. Siempre digo que la de ellas es una de esas amistades que quizás podrían, en una semana, dejar de hablarse para siempre y no verse nunca más y todo seguiría igual, como esos amores de verano. Y creo que son dos formas de habitar la edad, que yo encuentro que le pasa a contemporáneas: el modo en que se vinculan con un hombre, las resoluciones que tienen que tener a los 35 años, como que a esa edad ya se está llegando tarde, tarde, tarde a todo, la ansiedad crece muchísimo y es una tortura. Creo que quizás son compañeras en la franja etaria, en el momento de la vida que están pasando las dos.
-¿Y Lara, la adolescente que cumple 15 años?
-Lara es como la antesala a eso. Tiene cosas por momentos más cándidas pero a la vez le hace preguntas a Paulina que la dejan un poco en cero: si es feliz, si le gusta su trabajo, si está aburrida. Quizás tiene esa cosa desprejuiciada de la juventud, de decir cosas sin que haya muchas consecuencias. Pero creo que son distintos estadios de lo femenino.
-Hay un hecho tremendo que cuenta la novela en el que otro Felipe, el hermano de Lara, abusa de la protagonista y esta nena de 15, su hermana le dice: “Mi hermano hace eso. Le divierte. Conmigo es igual”.
-De hecho, es como si Lara estuviera esperando que alguien se la lleve de ahí. Tiene más atrevimiento. Tiene conciencia de que eso está mal y que tiene que irse. Y a la vez cuando se va termina chocando. Es muy difícil irse de ahí. Hay algo de esa situación con Felipe que me gusta pensarla como una situación más en medio de todas las situaciones que tiene la novela, para no situar a los hombres como villanos y a las mujeres como sobrevivientes, porque tampoco es eso. Entre ellas no hay una especie de sororidad; hay cierta conveniencia, una especie de sálvase quien pueda. Igual creo que entre Paulina y Lara se arma un vínculo más real que tiene que ver con cierto cuidado honesto y ese vínculo sigue.
Eso. Ese vínculo sigue. Las reinas de un baile propio, luminoso.
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