Del País de las Manzanas a las chacras: así empezó el vínculo de esa fruta con nuestra región

Falta poco para la cosecha y es la oportunidad justa para recordar el origen de uno de los cultivos más importantes. La sidra y los orejones, los primeros derivados.

“No quiero que conozcas el fin de la pendiente/ quedáte en mi sombra, agüita del Limay/ soy un manzano guacho, de viajera semilla/ que andaba con el viento y le gustó el lugar (…) En cambio te propongo la paz de mis raíces,/ ser sangre de mis venas, mis frutos endulzar”, decía la canción “El manzano y el Limay”, de César Isella y Raúl Ferragut, interpretada también por Marité Berbel. El árbol frutal y el río, un vínculo que encontró vida hace ya varios siglos en nuestra región y que empezó mucho antes de que las chacras poblaran el valle.

Nombrada hasta en la Biblia, dando cuenta de su presencia antiquísima entre hombres y mujeres, la manzana como el trigo, formó parte de la dieta de cada una de las civilizaciones de las que se tiene registro. Las reconstrucciones históricas ubican los primeros antecedentes del “malus pumila”, su árbol, en el sudeste de Asia, en la región que se extiende entre los mares Negro y Caspio. Ojo, no tenían el aspecto pomposo y brillante que hoy se embala en los galpones de empaque, sino una versión más silvestre, un poco más pequeña y más ácida. Según publicó la Revista “La Galera”, editada en Viedma por Isabel Garrido y Miguel Bordini entre 1994 y 2009, se sabe que los pobladores prehistóricos fueron quienes comenzaron a conservarla secándola al sol, técnica que ha perdurado y dado trabajo a muchos en esta zona, hasta nuestros días, gracias a los “orejones”.

De la mano de la agricultura y el cambio de prácticas en las comunidades, su cultivo empezó a propagarse en Europa y llegó a América a partir de la dolorosa conquista española, en el siglo XVI. Para el año 1540, era posible verla crecer en Santiago de Chile y las provincias del litoral argentino.
¿Y en la Patagonia? Sobre cómo llegó al territorio neuquino circulan versiones variadas. Algunos adjudican el arribo del primer manzano desde la capital chilena a Nicolás Mascardi, sacerdote jesuita italiano, que llegó aquí para explorar y evangelizar, a mediados del 1600. Otros vincularon la propagación a un resultado espontáneo, gracias al ganado vacuno, que lo comía con avidez y que fue dejando sus semillas por el camino, al evacuar su excremento. Finalmente el perito Moreno, lo atribuyó a las semillas que arrojaron los indígenas, escapados de sus hogares del otro lado de la cordillera.

Más de un siglo después de la muerte de Mascardi, fue Basilio Villarino, piloto de la Real Armada Española que exploró el Limay y sus nacientes, quien se encontró con tupidos manzanares cuando remontaba el Collón Curá. Fue el momento en que el “huinca” vio lo que las comunidades originarias ya conocían, al punto de tomarlas como referencia del sitio. “Habían llegado al luego famoso País de las Manzanas”, escribió Juan M. Biedma. “Eran tupidos y exclusivos montes cuyos frutos cubrían materialmente el suelo”, agregó. Esos exploradores aprovecharon la fruta, dice el autor del artículo en La Galera, Eduardo Menni, “para gustar de un alimento tan saludable como inesperado y que los reconfortaba después de las privaciones del viaje”.

Según Gregorio Álvarez, en su libro “Neuquén, su historia, su geografía y su toponimia”, el gentilicio “manzaneros” que portaban los pobladores de ese inmenso espacio, había sido elegido por el propio cacique Valentín Sayhueque, líder de ese “país” o “gobernación” (como encabezaba su correspondencia), para diferenciarse de los demás huiliches o “indios del sur”. Se extendían desde la subcordillera andina hasta la margen norte del Nahuel Huapi.

Sayhueque, el líder indígena – Foto: Archivo General de la Nación.

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Fragmento de una carta del secretario de Sayhueque al Perito Francisco Moreno, año 1880, con encabezado alusivo. Foto: AGN.

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Así como las antiguas civilizaciones aprendieron a conservar la fruta secándola al sol, de este lado del mundo empezaron a fabricar con su jugo lo que hoy conocemos como sidra (chicha), bebida que guardaban en cueros de ovejas y compartían junto con los piñones, útiles también para el intercambio. Para ubicarnos geográficamente, Álvarez explicó en su investigación que Sayhueque habitó en el curso inferior del río Caleufú, hoy departamento Lácar.

El paso del tiempo y la depredación fueron recluyendo esos manzanos silvestres originales a escasos ejemplares diseminados en las proximidades de la cordillera, dijo Menni. Pero su impronta quedó plasmada en varios sitios, como Cajón del Manzano, Puerto Manzano y el emblemático Manzano Amargo, bautizado así justamente por los frutos agrios que ofrece el árbol antiguo junto al que se instalaron las primeras familias.

Faltaban años para que los pueblos que surgieron tras la Campaña al Desierto empezaran a tener en cuenta a esta fruta, después de la vid y los forrajes. Faltaba también la obra del Dique Ballester y sus canales para llevar el riego. La labor de la estación experimental en Cinco Saltos, donde hoy funciona la Facultad de Ciencias Agrarias, se encargó del resto, para configurar así el futuro de los colonos y sus descendientes.

1918: Las primeras frutas que se produjeron en el Valle fueron exhibidas en la Estación de tren de Bahía Blanca. Foto: Libro Arthur Coleman.

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