Caminar entre los pingüinos patagónicos en Punta Tombo, una maravilla para hacer una vez en la vida
Aquí, a 175 km de Puerto Madryn en la costa de Chubut, llegan cada año a su área protegida para que nazcan sus pichones y el ciclo vuelva a comenzar. Un extraordinario espectáculo natural que se puede ver de cerca desde los senderos. Lo que hay que saber para ir.
Jennifer camina por las pasarelas del Área Natural Protegida Punta Tombo, a 175 km de Puerto Madryn. Es una mañana de sol y unos 20 grados en este paraíso de la Patagonia cuando la auxiliar de guardafauna descendiente de galeses avanza despacio, mira concentrada, no pierde detalle. Primero hacia la costa: observa a los pingüinos que ganan la orilla, vuelven de comer en el mar.
Mira también a otros que se quedaron en los nidos, al cuidado de los huevos: merodean las gaviotas y eso es un peligro porque aprovechan cualquier descuido. Hoy mismo, por la mañana, vio cómo se llevaban dos y aun lo lamenta. «Ya nacieron muchos pichones, me quedo con eso», dice, sonríe.
Está atenta además a los movimientos de los turistas: deben permanecer siempre a dos metros de esas aves de alas cortas que no pueden volar pero sí nadar a 25 km/h y cazar pejerreyes, sardinas, calamares y anchoítas. No hay que tocarlas, ni alimentarlas. Y si hay un cruce en las pasarelas, como lo indican los carteles, la prioridad de paso es siempre de los pingüinos que dan vida a una de las mayores colonias del continente. No todos cumplen con las reglas y a veces hay que ponerse firme para recordarlas. Los locales son los pingüinos, el resto son visitantes.
El paraíso de los pingüinos patagónicos
Llegaron a principios de septiembre y se quedarán hasta abril. Aquí, en esta reserva creada en 1972, se reproducirán, incubarán sus huevos, nacerán sus pichones, cambiarán el plumaje y se alimentarán en el mar hasta que el reloj biológico les indique que ha llegado el momento de iniciar su viaje migratorio en abril hacia Brasil.
Jennifer cuenta que no es que arriban miles al mismo tiempo en un desembarco masivo en la costa de Chubut. Puede llegar uno primero y con el correr de los días todos los demás. Cuando aparecen los adelantados los guardafaunas los detectan porque hacen la vigilia en la costa, es emocionante ser testigo de que el ciclo vuelve a comenzar.
Son los machos la avanzada: cada uno de ellos irá al mismo nido del año pasado y decidirá si esperará a su pareja ahí o se procurará otro mejor. Los juveniles excavarán en esa superficie arcillosa ideal para hacer un pozo o encontrarán uno bajo los arbustos para su primera experiencia de reproducción. Luego, machos y hembras se repartirán la tarea de incubar los huevos. Las parejas que se forman son para toda la vida.
Allí nacerán los pichones, a partir de mediados de noviembre, un espectáculo natural inolvidable: con un poco de suerte podés ver el momento preciso en el que se rompe el huevo. Fines de enero es otro momento cumbre: conviven al mismo tiempo los pingüinos adultos, los jóvenes, los bebés. «Pero toda la temporada es una belleza», dice Jennifer.
Todo se puede ver de cerca, desde los tres kilómetros de senderos y los miradores. Los nidos, las crías, su comportamiento en etapa reproductiva: son alrededor de 200 mil las parejas. Unas 90 mil personas por año visitan el área protegida de 210 hectáreas. Los pingüinos están esparcidos en una zona de unos tres km de costa y unos 600 metros de ancho tierra adentro.
El escenario natural no podría ser más lindo: el mar que vira al turquesa, la estepa, las rocas rojas, el cielo puro y sus nubes, la paleta de colores de la Patagonia. Y sus habitantes: los pingüinos, pero también los guanacos, los zorros, los cuises en la bendita costa de Chubut.
«Estoy en un lugar en el que amo estar»
Jennifer Davies Gibson tiene 28 años, es técnica en Turismo y todos los días se levanta con ganas de ir a su trabajo en el Área Natural Protegida Punta Tombo, lo siente como un privilegio. Es tataratataranieta de Hugh Davies, uno de los pioneros galeses que desembarcaron del velero Mimosa en Puerto Madryn y se instalaron más al sur para dar vida en 1874 a Gaiman en el valle inferior del río Chubut. Él construyó la primera iglesia anglicana y ella lleva con orgullo ese pasado que dejó una impronta tan potente que llega hasta estos días.
A lo largo de sus jornadas como auxiliar de los guardafaunas, de 10 a 18 horas, el ranking de las preguntas que más le hacen los visitantes lo encabezan por qué algunos pingüinos tienen sangre y responde que en general son peleas de machos, por qué abren y cierran la boca y contesta que para regular la temperatura y cuántos años viven y responde que hasta unos 30.
¿Y cómo se comportan los turistas? «Mitad y mitad: hay gente muy predispuesta y gente que no, que va y hace lo que no se puede, lo más común es que quieran tocarlos y que no mantengan la distancia hasta el punto de quedar pegados, entonces, como representante de los guardafaunas, les recuerdo las reglas. Incluido que si se les vuela una gorra, por ejemplo, no pueden salir de los senderos para ir a buscarlas, tenemos que ir nosotros», dice. Lo asume como parte de la rutina, con la esperanza de que cada vez sea menos necesario intervenir.
Y aunque los ve todos los días, siempre hay algo en los pingüinos que la sorprende. Por ejemplo, cómo se refugian los días con viento furioso o cuando llueve. O como hembras y machos se turnar para proteger los huevos y los pichones: «Se les ponen arriba con cuidado, los tapan, me parece maravilloso. Me encanta haber estudiado para trabajar un lugar así, vengo todos los días pensando que la voy a pasar bien y que estoy en un lugar en el que amo estar», dice.
El Centro de Interpretación
Funciona en Punta Tombo un Centro de Interpretación que es una maravilla del diseño que se integra al paisaje, ideal para recorrerlo y descubrir cada detalle en la vida de los pingüinos y de la fauna marina. Cerca hay un restaurante: cuando llegás, la comida está lista.
Mumo, como le dicen todos al dueño, lo pensó cuando vio los restaurantes al kilo en Buenos Aires: era la solución ideal para cuando entran 50 turistas al mismo tiempo con ganas de comer ya. Importó el modelo y cuando los guías le preguntan cuánta demora hay, responde: “Lo que tarden en comer”.
Para eso, trabaja con un grupo electrógeno y gas con un zeppelin o tubo de 45 kilos y todos los días sale y vuelve a Puerto Madryn. Pionero con el pub The Paradise en Puerto Pirámides, no le asusta el traqueteo en el ripio no estar lejos de la ciudad y los servicios. Y si allá son las ballenas, acá son los pingüinos. Y cuando termina el día y cae el sol, sale a caminar, a verlos en su hábitat. Y siente lo mismo que Jennifer: “Esto es hermoso. Es un privilegio estar acá”.
Cómo llegar y lo que hay que saber para ir
* La reserva de Punta Tombo, a 175 km al sur de Puerto Madryn, despliega un sendero de unos tres kilómetros y medio (ida y vuelta) para apreciar de cerca a los pingüinos en un recorrido que se hace en unas tres horas a paso calmo.
* El Centro de Interpretación, diseñado para integrarse al paisaje, es una gran introducción a los secretos de la fauna marina en la Patagonia con fotografías, información y charlas.
* Partiendo de Puerto Madryn hacia el sur por la ruta nacional 3 y después de recorrer 112 kilómetros pasando por la ciudad de Trelew, se llega a la intersección con la ruta provincial 75. Desde ahí son 21 kilómetros hasta empalmar con la ruta provincial 1, de ripio. Luego de 38 kilómetros, se llega al Área Natural Protegida Punta Tombo, donde se asienta la mayor colonia de pingüinos de Magallanes, con una población de adultos que puede llegar a los 400.000 ejemplares.
* Para acceder al área se abona una tasa de ingreso. Cuenta con un restaurante y servicios sanitarios en un edificio de atractivo diseño y grandes ventanales.
* En el restaurante la comida, de tipo buffet, está lista al llegar. Se paga al kilo (15.000 pesos). Una gaseosa o agua de 500 ml vale 2.000 pesos. Se calcula que medio kilo es un buen almuerzo, es decir que podes resolverlo por unos 9.500 pesos.
* La entrada para mayores cuesta 2.800 pesos y 1.400 pesos para menores.
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