Expedición Amazonas: la aventura del fotógrafo de la Patagonia y un maravilloso final en la selva
Segunda y última parte de la inolvidable travesía del autor de la nota en la Amazonia peruana: tres días de convivencia con los habitantes de una pequeña aldea. Las imágenes y el relato de esta apasionante experiencia.
Luego de navegar por la zona de Iquitos y conocer las comunidades de Yanamono y Palmera, a orillas del río Amazonas, nuestro destino fue internarnos, recorriendo otros ríos secundarios. Queríamos llegar al corazón de la selva. Queríamos convivir y tener la experiencia dentro de un poblado amazónico, al menos por unos días. Nuestro nuevo destino sería Jerusalén a orillas de un pequeño río, el Tahuayo.
El recorrido
Nuevamente, nuestro lugar de partida fue Iquitos. Allí nos reabastecimos de provisiones y una vez organizados, tomamos un bus hasta la localidad de Nauta, otro importante centro urbano de la Amazonia peruana.
El objetivo de partir desde el puerto de Nauta, fue acceder al río Marañón. Navegaríamos hasta la unión con el Ucayali. En la confluencia de estos dos cauces, nace el legendario Amazonas.
Un nuevo puerto
En Pueblo Grande un nuevo puerto nos esperaba. Desde allí salimos en busca de otra aventura. Esperando nuestra embarcación, recorrimos el colorido mercado en el que no deja de sorprender, por sus comidas, productos y tradiciones.
El tiempo pasó rápidamente. En un abrir y cerrar de ojos, estábamos navegando sobre el río Marañón.
Ahora el destino era encontrar la confluencia con el Ucayali, para llegar así a Jerusalén.
Al cabo de dos horas, de ver bajar pobladores en cada comunidad vecina a orillas del río, llegamos a una solitaria costa y allí nos bajamos. Quedamos solos con Fredy, nuestro contacto amazónico y otro poblador que oficiaba de botero.
Aquí comenzó otra aventura. La de navegar por un río menor, que forma el Amazonas, el Ucayali. Estábamos aún muy lejos de nuestro destino.
Una canoa, para seis con un pequeño motor, nos llevarían de aquí en adelante. Cargamos nuestras mochilas e ingresamos por un río. Este ya era más pequeño y nuestra canoa empezó a deslizarse por un cauce menos profundo de aguas oscuras y cubiertas de vegetación.
Dejar el inmenso río Marañón fue como salir de la autopista y tomar un camino secundario.
Cada vez que nos desviábamos, sentíamos que nos alejábamos de lo seguro, de lo conocido. Pero también nos apasionábamos al descubrir lo nuevo, la natural. Podíamos sentir el profundo silencio de la Amazonia.
Nuestro destino era la reserva comunal Tamshiyacu Tahuayo, conocida como Jerusalén. Para ello debíamos navegar unas dos horas más, hasta llegar a una comunidad llamada Haldar.
El contacto con la naturaleza fue pleno. La flora y la fauna amazónica, estaba al lado de nuestra embarcación. Podíamos olerla, verla y tocarla… y ella a nosotros.
A medida que avanzábamos, el río se hacía más estrecho y bajo. Luego tomamos un nuevo brazo secundario del Ucayali y ahora sí, navegábamos por un canal. Nuestro bote, se abría camino sobre la vegetación que flotaba sobre el pequeño cauce.
Al hacerlo, algunos insectos y arañas saltaban a nuestra embarcación. Repelente y tranquilidad fue lo que necesitamos, hasta acostumbrarnos a ese ambiente.
Siempre tuvimos presente que nosotros invadíamos ese ecosistema y que debíamos adaptarnos y aceptar lo que teníamos por delante. Saber que en esas aguas más bajas hay peces exóticos, serpientes, mantarrayas o caimanes, nos generaba una adrenalina diferente. En un momento, se hizo presente en nuestras venas. La canoa quedo encallada sobre un lecho de arena debajo de la vegetación flotante.
Fredy nuestro contacto amazónico, junto a Alejandra nuestra guía de grupo, bajaron a moverla, no pudieron. Debimos bajar a desencallar la canoa. Fueron unos minutos eternos, estar ahí, sin ver absolutamente nada bajo esas aguas legendarias. Finalmente subimos a la canoa, contentos de haber superado la situación.
El Amazonas, el Marañón y el Ucayali, bajan de nivel temporariamente, esto hace que algunos brazos o cauces, en alguna época del año, no se puedan navegar. Por lo que hay aldeas que quedan aisladas durante unos meses hasta que el río vuelve a subir.
El sonido de la selva es algo increíble. Escuchar lo que nunca escuchaste, es indescriptible. Cerrar los ojos y entregarse a escuchar. Luego levantás la vista y delante de la canoa una gran cantidad de garzas se sorprenden por tu llegada.
Luego de dos horas, de navegar lentamente por cauces cada vez más angostos y de poca agua, llegamos a Haldar, allí nos estaba esperando Sergio, junto a dos colaboradores.
Encallamos la canoa en la costa pantanosa, bajamos mochilas y pasamos delante de esta pequeña aldea a orillas del Ucayali. Nos teníamos que internar en la selva por un sendero, para hacer 3 km a pie a la reserva de Jerusalén.
Una pequeña aldea
En Jerusalén viven 14 familias a orillas del río Tahuayo. Sergio, es el jefe de la comunidad y también la máxima autoridad religiosa. Nuestra coordinadora ya había acordado nos alojamos en su casa, una vivienda de estilo amazónico, construida con maderas del lugar, siempre en altura, ya que las variaciones del río hace que en determinados momentos del año, el agua sea el patio de la casa.
Vivir en altura también los protege y aleja de animales. En épocas del año, la comunicación entre los vecinos, es en canoa.
Luego de conocer a su familia, armamos nuestras hamacas en una galería, que convertiríamos en nuestro gran dormitorio. Una gran habitación abierta al río y a la selva. Ese primer día estaba terminando. Así la noche nos atrapo y dormimos, sin ventanas y con el profundo sonido de la selva.
Un día en Jerusalén
Nuestro amanecer fue muy temprano, ruidos de motores nos despertaron como a las 5 am. No entendíamos nada. La pequeña aldea ya tenía vida, desde muy temprano.
La actividad laboral se realiza desde a primera hora y dura hasta las 9 ó 10 de la mañana. La razón, es el calor y la humedad. El hombre se acomoda a la naturaleza y todo gira en su entorno, lo que hace que también sea el horario adecuado, para la caza y la pesca. Luego el sol sale y hace imposible la jornada.
Al amanecer, algunos parten en canoas a pescar y otros a cazar. También se cosecha antes de que el calor agobie. El lavado de ropa y utensilios es una actividad cotidiana a orillas del río. Todo parece muy organizado. El trueque o intercambio, entre las 14 familias es algo cotidiano. Es su forma de economía y supervivencia. También lo que cosechan, cazan o las artesanías que realizan, esperan su momento para venderse en algún poblado cercano.
Dos días al mes, se realizan jornadas comunitarias de trabajo. Esos días, un representante de cada familia, debe estar a disposición del jefe de la comunidad, quien decide que se hace para el bienestar común.
Desmalezar, cercar, cortar árboles, limpiar, ordenar, hacer puentes, limpiar canales, son algunas de las actividades.
Son dos días en la que cada uno trabaja para mejorar las condiciones de la comunidad. Esa primera mañana, la tarea era cortar la gramilla de toda una plaza central, que funciona como espacio común para actividades de la aldea. Algunas desbrozadoras iniciaron su trabajo y el resto del predio se corta todo a machete. Ver a todos trabajando juntos fue ejemplificador.
A la 10 de la mañana. El silencio apareció nuevamente. Todo volvió a su quietud y cada familia se refugió en su hogar, para descansar y hacer vida familiar.
A esta forma de vida, nos fuimos adaptando durante los días de convivencia.
Desayunar en una cocina abierta con la selva a 5 metros, era algo realmente impactante. La parrilla o brasero, es la forma de cocinar peces, verduras, frutas o carnes salvajes.
Por la noche, la quietud reina, los “zancudos” (mosquitos) aparecen y el sonido nuevamente, nos sorprende. Al preguntar a qué le temen en la selva, la respuesta fue al Otorongo, que es el jaguar, un gran felino que puede acercarse a la aldea en busca de pollos, patos o cualquier presa.
El segundo día
Una jornada muy emotiva. Desayunamos, plátano asado, frutas y huevos. Los niños se levantaron y se prepararon para ir a la escuela. Son 14 aldeas que rodean la gran plaza, una iglesia, un lugar de reuniones y la escuela.
Entre las 14 aldeas una pequeña sala y un maestro que vive temporalmente en Jerusalén, son la escuela, conforman Jerusalén.
Bancos, pizarrón, tizas y aprender cosas nuevas, es el gran atractivo para los niños. Es el momento del encuentro entre todos los vecinos y lo hacen realmente con ganas. También reciben un pequeño refrigerio y el maestro, es mucho más que eso. Unos 18 niños son los que asisten.
San Martín en la selva
Nos acercamos a la clase y quedamos sorprendidos de lo que estábamos escuchando: era el día de la Independencia del Perú y el tema central de la clase era Don José de San Martín. Escuchar al maestro hablar con pasión, sobre nuestro prócer, nos emocionó realmente. En un momento nos comentó: “Les hablo de lo importante que fue San Martín para Perú y no tengo ni una foto para mostrarles”.
Una compañera de viaje llevo desde su pueblo, Carhue, cartas de los alumnos de su escuela a los niños que visitamos. El maestro, organizó que cada niño de la comunidad responda con dibujos de animales o cosas de la aldea, para que conozcan en la ciudad, como se vive allí. Estas experiencias nadie se las espera, solo aparecen y son mágicas.
Por la tarde, la gran plaza central, cobra vida. Los adultos juegan al fútbol en un sector, los niños y niñas hacen actividades y juegos con el maestro, el resto hace artesanías en algún rincón, otros se bañan o divierten en el río. Nosotros jugamos y compartimos la tarde con los niños. Hicimos fotografías con ellos y les dimos nuestras cámaras para que las utilicen.
Fueron momentos de conexión inolvidables. Por la tarde, en nuestra vivienda, Fredy tomó su guitarra y tuvimos un atardecer de mates, música y anécdotas. Por la noche, conoceríamos el poder de la medicina amazónica.
Nos internamos por un sendero hasta una pequeña laguna, para buscar a una rana venenosa, que solo aparece de noche. Nuestro anfitrión es el guía espiritual de la comunidad. La medicina que utilizan es natural, siendo la técnica del Cambó, una de las más arraigadas y originaria del Amazonas.
Es un método basado en la extracción del sudor de esta rana, que luego inyectan de una manera especial a las personas.
Fue una larga e inolvidable noche. Por la mañana partiríamos nuevamente a desandar todos los riachos hasta llegar nuevamente al gran Amazonas.
De allí una barcaza más grande, daría inicio a nuestro regreso. Nuestro corazón y nuestras mochilas, almacenaron todas las emociones vividas en esta travesía amazónica.
El guía de la selva
Nació en Yanamono, Loreto, Perú. Su familia y su abuelo le transmitieron el conocimiento de la selva. A los 12 años se contactó con exploradores extranjeros quienes le hicieron aprender varios idiomas y eso le sirvió para ser hoy guía de turismo y un nexo fundamental para las comunidades amazónicas. “Desde ese entonces comparto mis conocimientos a todo visitante enseñando la riqueza y ese gran paraíso de mi lugar natal, tanto como la medicina y forma de vida que tenemos en nuestros pueblos”, dice Freddy Romaina Bardales.
Lo que hay llevar y cuánto cuesta ir
* Indumentaria liviana. Remeras manga larga. Gorra con cobertor. Lentes. Protector solar. Repelente. Ropa para lluvia. Bolsa estanco.
* Hamaca para dormir. Toldilla mosquitera. Botas de goma altas con suela (se compran en Iquitos).
* En junio y julio se organizas estas travesías. Incluye: transportes por agua y tierra. Guía en la selva. Comer y dormir en comunidades y hoteles.
* Costo: aprox u$s 900, no incluye aéreos. Hoy, pasajes Buenos Aires – Lima ida y vuelta cuestan 312.911 pesos para junio del 2024. Lugar de encuentro, Iquitos, Perú. Volar ida y vuelta entre Lima e Iquitos en junio de 2024 cuesta hoy 65.405 pesos. Contacto de Expediciones Fotográficas 011-33837011 (Alejandra Melideo). Más información Dardo Gobbi (autor de la nota): 298- 4379771. instagram.com/dardogobbifotografias/
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