Una Patagonia fantasmal y desintegrada en la crónica literaria de María Sonia Cristoff
Reeditado ahora, “Falsa Calma” reúne diez textos en los que la autora nacida en Chubut cuenta historias de vida y lugares abandonados y olvidados.
Después de haberse ido de su Patagonia natal para vivir en la ciudad de Buenos Aires, María Sonia Cristoff volvió al sur y visitó pueblos aislados y desintegrados por las políticas de privatización de la década del 90, y de ese viaje, cuyos destinos eligió con cuidadosa selección, surgieron las crónicas literarias que reúne en “Falsa calma”, un volumen que acaba de reeditarse y que puede leerse como narrativa de retratos y parajes olvidados, pero también como el inicio del proyecto literario de una escritora híbrida y audaz.
Publicada en 2005, “Falsa calma” (Random House) presenta diez textos de historias de vida y de lugares olvidados y abandonados, porque ya no pasa el ferrocarril o porque no hay trabajo; crónicas literarias de pueblos fantasmas -como llevaba el título en su primera edición-, por los que Cristoff viajó y se detuvo a escuchar: visitó muchas casas, durmió en una escuela, se instaló en bares, sintió el tiempo pasar en una esquina de una plaza y, sobre todo, caminó y mucho. “Quería ir al corazón de las tinieblas, esa cosa fantasmagórica abismal que puede tener la Patagonia”, dice la autora nacida en Chubut, que a mediados de los 80 decidió irse a Buenos Aires.
Este mismo año, de Cristoff se reeditó otra novela “Bajo influencia” (Alquimia), y además su libro “Derroche”, que se lanzó el año pasado, goza de una gran circulación. “Falsa calma” puede leerse como un antesala de esas obras que vendrían después pero también como radiografía de época con resonancias en la actualidad, donde sus personajes están solos y rozan la locura, entre la resignación y el recuerdo de un pasado o de un proyecto de futuro que, sin lugar a duda, fue mejor.
-¿Qué lugar tiene “Falsa calma” en tu obra? ¿Hay algo de iniciático en este libro?
-Sí, es un libro iniciático. Y es el libro que finalmente me decidí a publicar porque encontré ahí un clic de escritura, esa cosa muy híbrida que tiende a ser en parte autobiografía, en parte crónica, en parte ensayo, en parte perfil. Es un libro que tardé cinco años en escribir y habilitó mi relación con una escritura como una experiencia feliz, de transformación. Antes tenía ideas preconcebidas, diría Flaubert, sobre lo que debía escribir. Me tomó mucho tiempo alejarme de la academia en cierto punto y, en otro punto, nunca me he alejado del todo de Puán. Pero pude tomar distancia de la universidad, tomar distancia de haberme venido a Buenos Aires y volver al sur.
Creo que hay un encuentro de la forma, pero al contrario de lo que se suele entender superficialmente, es en realidad un encuentro con un modo de decir, con un lugar de enunciación muy importante que te puede marcar la diferencia entre escribir y redactar, por ejemplo. Pero imagínate que lo último que quería era escribir sobre Patagonia, yo era una provinciana que me había ido de la Patagonia y quería vivir en la ciudad y ser una escritora urbana porque era una época en la que pensaba que era la única manera de serlo.
-¿Cambió ese lugar de la escritura en Patagonia en relación a tu mirada de los 80?
-El tema son las políticas culturales que permiten vivir de la escritura. Tengo amigas y amigos escritores de prosa y se hace verdaderamente difícil, o sea, escrituras buenas de verdad que quedan un poco relegadas. Me parece que sigue siendo la Argentina un lugar donde, por fuera de tres o cuatro ciudades, es muy difícil. Todo el mundo puede escribir pero no todos pueden participar de la circulación literaria. A mí me parece que Buenos Aires todavía tiene, a pesar de su delirio, una circulación de la escritura como una posibilidad en el mundo, no como una cosa que escondes bajo la almohada. Hay algo que centraliza mucho las cosas en la literatura y esto también pasa en Europa, en Estados Unidos, donde la vida literaria ocurre en dos o tres ciudades porque no es solo el libro suelto sino también una serie de coreografías alrededor.
-Hablabas de un click que ocurrió con la escritura de “Falsa calma” ¿tiene que ver con el encuentro con las marcas que luego definirán muchos de tus libros, como lo híbrido o la plasticidad con las voces? ¿Y cuál fue la pulsión o la búsqueda que apareció para emprender ese recorrido de “Falsa Calma”? Es un libro que puede leerse como radiografía literaria de los 90, de la desintegración social de esos pueblos por la pérdida de trabajo , de retratos o crónica de viaje…
-Creo que hay de todo eso. Y tuvo que ver mucho la perspectiva, contradecir esa fantasía tan provinciana de escribir desde la ciudad. Esa parte de mi que escribe, que es tanto mas valiente e inteligente que yo, se reía de mi y de esos sueños que son muy comprensibles, sobre todo en alguien que nació en la década del 60 en medio de la Patagonia que era prácticamente el Far West. Para mí fue crucial venir a Buenos Aires y todo lo que ese mandato social y de época determinó, que seguramente se llevaba puestas muchas cosas mías del sur pero que yo necesitaba reencontrar para escribir. Me parece que hubo mucho correrme de la fantasía porteño céntrica. De hecho, después, en todos mis libros siempre hay alguien que se va a una provincia, siempre alguien que sale de la ciudad y ahí es donde se producen los clics.
-¿Cómo fue el trabajo de la escucha? ¿Tuviste que silenciar al yo?
– El yo no cuenta de sí misma pero habla bastante, como una especie de ventrílocuo. El libro salió en un momento de boom de la crónica periodística y yo quería aclarar que no tenía nada que ver con el lugar que a veces tienen las primeras personas en otro tipo de crónica como la periodística, donde hay más responsabilidad o relación con la información. Pero, además, hacerme cargo de que yo había escuchado todas esas historias pero que no las grabé, o sea que todo lo que puede haber caído en el olvido y en mi interés corre exclusivamente por mi cuenta y por eso digo que se arma una especie de voz bifronte. No quería ocupar ese lugar de buena gente, de la que da voz a los que no tienen voz, no, para nada, yo estaba buscando material literario.
-Algo que aparece en estas crónicas es la desintegración de esos pueblos ¿Qué viste?
– El libro está escrito en el calor del 2001, la descomposición era tremenda, la esperanza fue efímera, solo quedaron ruinas. Empiezo a mirar todo eso como un fenómeno bastante cruel. La mayor parte de esos pueblos han sido pueblos petroleros con empresas estatales y vienen las privatizaciones de los 90 y, de un día para otro, les sacaron todo ese sistema de vida, esos vínculos sociales, emocionales, de constitución de su propia existencia porque toda esa gente tenía una experiencia del vivir en comunidad, había todo un sistema que los contenía y los protegía, sin querer idealizar pero así era. Y, entonces, empezaron a estar aislados y es muy tremendo ver cómo se genera una cosa abismal y la gente queda pataleando en el aire. Muchos personajes están transitando la locura, hay una pérdida de referentes importantes. Me parece que es un aspecto interesante del libro que se puede leer en un contexto como este donde algunas personas creen en falsos milagros, por no decir cínicos y perversos. En ese sentido, el libro se puede leer como un ejemplo de lo que pasa con determinadas políticas.
-Las condiciones materiales de producción y el trabajo son temas recurrentes en tu obra, acá con el petróleo o la pérdida del ferrocarril ¿Por qué te interesa abordarlo literariamente?
– El trabajo es la gran pasión contemporánea, que no nos deja tiempo para ninguna otra cosa. En la versión amplificada que vivimos del trabajo, donde estamos 24/7 conectados y conectadas a todo, se cortó esa diferenciación entre en la oficina y el tiempo libre, como una mezcla que viene del siglo del XX pero que en este siglo fue más allá: ya no mezcla nada, ha traducido todo lo que hacemos a una forma del trabajo, quizás porque somos más conscientes de que algunas cosas romantizadas, como los vínculos y el amor, también son trabajados.
Y además me interesa trabajar con las preguntas de la época, tengo esa pasión de ensayista. Para mí la novela siempre le está haciendo una pregunta a la época. Yo no adhiero a buscar mundos muy cerrados, la autonomía absoluta, no me interesan en lo más mínimo y cada vez menos. También en “Bajo influencia”, que se está reeditando este año, la pregunta es qué significa ser artista y la relación con el trabajo, el dinero, cuestiones muy acuciantes para quienes hacemos arte. Cuando escribo me convocan más las preguntas que las historias para narrar. Además de que siempre me resultó una manera muy atractiva de definir personajes a partir de lo que trabajan porque abre todo un mundo narrativo y te permite describir, incluso, un habla. Detrás de todas esas cuestiones en apariencia abstractas me interesa ver cuáles son las condiciones materiales, y el trabajo es una entrada perfecta.
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